Galería de personajes. 11.

La estanquera

Acabo de darme cuenta, ¡esto de la discriminación positiva!, de que en la galería de personajes no figura una sola mujer. Aunque curiosamente sigo más su estela que la de los chicos, no sé por qué hasta este momento no he sentido el impulso de cogerlas ente manos para esbozar unas pinceladas sobre algunas de las que con frecuencia me llaman la atención. Pensaréis que esta observación tiene relación con una reflexión lógica o de equilibrio en los retratos, no, ha sido pura casualidad detenerme a pensarlo. Recordando el título de uno de mis últimos retratos, “Érase un hombre a una bolsa de plástico en la mano pegado”, parecía que la concordancia de “pegado” podría ser “la mano” por su proximidad, aunque realmente no lo era, y para que hubiera sido correcta esa concordancia habría habido que cambiar el sujeto “un hombre” por otro como “una mujer”, y ahí, en ese punto, me he dado cuenta de que aún no había incluido a ninguna en estas galerías. Y puesto que cualquier momento es bueno para comenzar me pongo, sin dilatarlo, manos a la obra.

Aunque ya no fumo, con frecuencia surto de tabaco a mi esposa que sigue empeñada en lanzar señales de humo ahora ya que todo se comunica con el móvil. Y allí, en el estanco la veo, la miro, la observo, no ahora en el momento de esbozar estas pinceladas sino desde hace años, cuando también yo, admirador de los indios, de su vida libre e infausta suerte, gustaba de fumar la pipa de la paz.

Morena, de formas redondeadas, ojos penetrantes, oscuros, casi siempre como si acabaran de despertarse o no sé si con falta de sueño. Más que morena, morenaza, no por la intensidad del color sino por el tamaño del color, sí, claro que tiene tamaño el color. Y ahora, si paso a describir sus proporciones se me dirá, sin razón, que puedo rozar el machismo. Oiga, a ver si no se puede ya ni piropear a una mujer escultural que pasa por la calle. Pues sí, su culo, en el escaso espacio para moverse detrás del mostrador, no suele pasar inadvertido. Espero que nombrar una parte de su anatomía no me lance al averno de los réprobos. Vamos, al pan, pan y al vino, vino. El culo es el culo y sanseacabó. También podemos llamarlo nalgas o trasero, que quizá a algunos resulte más delicado, pero para qué andarse con esas lindezas o más bien gazmoñerías, teniendo esa otra tan antigua, tan moderna, tan expresiva.

Más de una vez, mientras espero ser atendido, he observado cómo la vista de los clientes se desplaza inevitablemente desde el armario donde permanecen quietas todas las labores de tabacos hasta esa parte de su anatomía en movimiento o hacia el amago de la temblorosa línea divisoria que el jersey de pico deja entrever entre las cordilleras de su pecho. Algunos hay tan embelesados que cuando se les pregunta lo que quieren tienen que hacer un esfuerzo de concentración porque se les ha olvidado el objeto de su visita, a menos que el tabaco no fuera sino el pretexto o ambos motivos estuvieran entremezclados. Ya sé que es automático el gesto de coger el paquete de tabaco del armario, pero lo hace como si la pulpa carnosa de sus dedos lo acariciara, como si transmitiera al cliente su delicadeza, su proximidad, su cordialidad. Aunque a veces, el gesto hosco, la mirada furtiva, el párpado caído, la muestran, como a todos, sujeta a los sinsabores de los humanos. El paso de los años ha ido redondeando aún más aquellas formas, pero su cadencia, su armonía, su parpadeo, no se han visto dañados por el tiempo que, en su caso, la ha tratado como si los años fueran días y las noches albas.

Con la actual legislación ya no es posible pero, con los ojos semicerrados, puedo imaginármela al otro lado de las volutas de humo que como géiseres llenan de misterio y embrujo el estanco por donde se mueve como pez en el agua.

Aún así no he vuelto a fumar.

San Juan, 15 de diciembre de 2015.
JoséLuis Simón Cámara

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