El ruedo ibérico (1)

Ya empiezo a tenerlo claro.
Con la cabeza en ebullición por el fuego que estos días propagan todas las tertulias radiofónicas y televisivas, esta mañana, mientras me duchaba después de caminar junto al mar, siempre relajante, he caído en la cuenta. Ahora me explico el inexplicable silencio de Rajoy. Ahora me explico su inalterabilidad ante las insinuaciones o acusaciones directas de pasividad, de falta de coraje para coger el toro por los cuernos y tener el atrevimiento de presentarse con un discurso de regeneración democrática en el Parlamento solicitando el apoyo de algunas decenas de diputados que, entre los 237 que hay aparte de su grupo, podrían dárselo si su programa se adapta a las urgentes necesidades del momento.
Y ya sé que justamente en estas semanas, como si estuviéramos en el frente, le han estallado en las manos varias bombas de relojería, sumadas a otras anteriores en muchas latitudes y a muchos niveles, incluidos los más altos de su partido, con los que él se había comprometido en discursos que, reproducidos por las hemerotecas, abochornan al más bienpensante.
A pesar de todo esto, piensan algunos que el superviviente está esperando en la puerta de su casa ver pasar el cadáver de su enemigo que va a ser incapaz de llegar a acuerdos con las heterogéneas fuerzas que tiene ante sí para lidiar sin contar, por supuesto, con las fuerzas centrífugas, que más bien están por prolongar la agonía gubernamental aprovechándola, como en su día el moro con el dictador para anexionarse el Sáhara, para en el río revuelto proclamar la desconexión definitiva de una parte de las Españas.
Y aquí está el motivo. Esa es, al menos, la conclusión a la que he llegado mientras me duchaba y se me refrescaba la cabeza del calentamiento generalizado.
Y es que, teniendo en cuenta la situación en el mundo y en nuestro país, todos pueden llegar a acuerdos de, por ejemplo, carácter económico. Todos están a favor de la regeneración democrática, de las reformas y mejoras sociales, de blindar de una vez por todas, las leyes de Educación y de Sanidad.
¿Dónde está entonces el escollo? ¿Cuál ha sido el problema que ha paralizado al presidente en funciones?
El tema catalán. Después de haber dicho ya tantas veces que nadie está por encima de la ley, que todos deben cumplir la Constitución y que no permitirá que se infrinja, estamos asistiendo todos los días a sucesivos pasos que bordean la vulneración de la letra o del espíritu de la ley. Y ¿cómo poner coto a tanto desmán?
Ahí es donde él se ha quedado en el burladero sin atreverse a lidiar el toro. Quizá por eso, y en previsión del futuro, en Cataluña se anticiparon con la prohibición de las corridas. Ahí es donde el diestro Rajoy ha dejado la faena para que el novillero tome la difícil alternativa.

San Juan, 5 de febrero de 2016.
José Luis Simón Cámara.

(1) Titulo así esta serie en recuerdo de aquel, en palabras de Primo de Rivera, “eximio escritor y extravagante ciudadano” Don Ramón María del Valle Inclán, hombre clarividente e indomable.