Sí, siento vergüenza.

Sí, siento vergüenza.

Estos días atrás hemos asistido atónitos a un espectáculo ni siquiera imaginable en la peor de las pesadillas.

Las históricas organizaciones sindicales, defensoras de la clase obrera, marchando de la mano del conglomerado independentista para pedir la libertad de sus opresores de clase, presos o huidos de la justicia, por delitos tan graves como pisotear la Constitución Española que nos ha proporcionado el más largo y fecundo período de paz y libertad de toda nuestra historia.

¿Cómo es posible que organizaciones tan sesudas, con una arraigada práctica de análisis crítico, se dejen seducir precisamente por sus tradicionales adversarios de clase aunque algunos de ellos exhiban en sus anagramas y programas símbolos y palabras de izquierdas?

¿Quién puede entender a estas alturas de la historia que un movimiento xenófobo, supremacista, insolidario, reciba el apoyo de presuntas organizaciones de izquierda?

¿Apoyar al conglomerado independentista que vulnera la ley, destroza la convivencia, azuza la intransigencia y ha puesto en peligro la pervivencia de la democracia?

¿A quienes han hecho de la lengua un arma de enfrentamiento en lugar de un instrumento de entendimiento y enriquecimiento, a quienes durante muchos años han menospreciado e insultado a tantos inmigrantes y sus tierras de origen, a esos mismos de los que se han servido como mano de obra barata y a los que siguen considerando ciudadanos de segunda?

¿A quienes han acusado a España de robarlos, cuando si algo ha hecho ha sido derivar gran parte de su potencial económico e industrial para multiplicar su desarrollo?

¿A los continuadores y defensores de esa saga familiar que, perpetuada en el poder, ha amasado fortunas como una organización criminal, protegida o tolerada por sucesivas administraciones, como ya quisiera para sí la mafia italiana?

¿A quienes han falseado sistemáticamente la historia para ir sembrando, durante todos estos años de consolidación democrática y sirviéndose de ella, supuestos agravios a su integridad territorial, lingüística y cultural?

Pues sí, justamente esas organizaciones que representan a los trabajadores y sectores populares de la sociedad más explotados acaban de dar su apoyo a la burguesía catalana y los sucesivos gobiernos que la representan, esos gobiernos que además se han servido de su poder para enriquecerse personalmente y beneficiar a sus amigos con subvenciones y privilegios.

Pues sí, CCOO y UGT, tradicionales siglas en defensa de la libertad, la justicia y la solidaridad, enfebrecidos por el veneno nacionalista, origen de casi todos los desastres bélicos de la historia pasada, reciente y presente, se han dejado arrastrar por el cerril discurso independentista para llevar a cabo sus inconfesables objetivos de pureza y limpieza étnica y cultural de todo aquello que no sirve a la excluyente recatalanización de su territorio.

Por todas estas razones, siento vergüenza de haber defendido, propagado y pertenecido a organizaciones que, en su zigzagueante trayectoria y no ya solo por su pasado intransigente ante el que muchos de sus militantes sucumbimos ingenuamente, han acabado apoyando desde sus más altas instancias esta tragicómica farsa.

San Juan, 20 de abril de 2018
José Luis Simón Cámara.