¿Qué es poesía?

Con este sol que parece desnudarnos
Después de tantos días
Después de tantas noches
De relámpagos y lluvia
Después de tantos días de penumbra
Empiezan a desperezarse árboles y plantas.

Además es primavera,
cuando les toca despertarse aunque ¡con este tiempo! Por eso luego, a veces, pagan las consecuencias y ¡ay! sus tiernos y olorosos brotes de azahar, sus delicadas y recién nacidas hojas buscando su verde entre los verdes, van palideciendo y, mustias, acaban por secarse. Y no sólo da pena por la pérdida de esa efímera belleza, por la incontable gama de verdes, por el sordo y silencioso bullir de su crecimiento. Es que luego no tenemos almendras para tomar con el vermut, es que luego no podemos saborear las lujuriosas brevas, ni los higos prensados, el pan de higo, que nos regala el Pariente por santa Águeda, ni esos melocotones recubiertos de seda con pelusilla, ni las muchas variedades de mandarinas o de naranjas de la China. Aunque últimamente cuanto menos mejor de ese país, porque sus últimos regalos envenenados, que ya sé, pudieron venir de cualquier sitio, nadie está libre de desgracias, pero es de momento incontestable que vinieron de allí, de donde se ausentaron para establecerse en nuestras tierras y con peores resultados.

Pero volvamos a la poesía.

Aunque como respondía Neruda[1], el poeta del amor y de la naturaleza, en el Madrid del 37 a sus lectores, en su poema “Explico algunas cosas”

“¿Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles.
Venid a ver
la sangre por las calles.
Venid a ver la sangre
por las calles.”

Ahora, quizá, la poesía está en esos miles de personas que, vestidas de blanco, con guantes y mascarillas, si las hay, casi anónimas para la mayoría, están en el frente sanitario de batalla, están sacando las castañas del fuego a todos los que nos vemos obligados a estar resguardados en las trincheras de nuestras casas.

Ahora, quizá, la poesía está en esas personas, vestidas de uniforme, que han convertido sus armas de guerra en herramientas de defensa de la vida de sus conciudadanos.

Ahora, quizá, la poesía está en esos miles de personas que, tras las cajas de los supermercados, con el embozo puesto como todos, nos sirven y se exponen al incesante paso de posibles portadores.

Ahora, quizá, la poesía está tras el mostrador de las farmacias, convertidas en santuario de la salud.

Ahora, quizá, la poesía está en esos camiones y furgonetas que van roncando por las carreteras hasta llevarnos las verduras, frutas, carnes y pescados.

Ahora, quizá, la poesía está en esos pescadores que, lanzándose al proceloso mar, extraen de sus entrañas nuestros escamados alimentos.

Ahora, quizá, la poesía está en los gritos nerviosos de esos niños, sujetos al rigor del encierro, como si tuvieran edad para entenderlo.

Ahora, quizá, la poesía está en el vecino que a su pesar se desplaza hasta la casa del enfermo, incapaz de abastecerse, para llevarle provisiones.

Ahora, quizá, la poesía está en todos aquellos, sean músicos, cantores, poetas, ilusionistas, gimnastas o pintores que, cada uno desde sus casas, proporcionan diversión, entretenimiento, distracción, sugerencias, a sus conciudadanos para hacerles más llevadera esta ya demasiado larga situación.

Quizá, ahora, la poesía está en todas y cada una de estas cosas.

Quizá, ahora y siempre, la poesía no sea nada más que todas estas cosas.

San Juan, 4 de abril de 2020.
José Luis Simón Cámara.

[1] Del libro “España en el corazón”, Madrid, 1937.

Escapada. 4.

No me resultó fácil averiguar la identidad de tres de los ocupantes de la camioneta. El cuarto, como suponía, tras leer en la prensa de la provincia que había cuatro cadáveres, era aquel sentado solo en una mesa del bar. Después de tantos años sólo recordaba de él, además de la cara que nunca se me ha olvidado, que era de Mula y pertenecía a la “secreta”. Mi amigo Paco lo conocía porque había vivido allí algunos años de su infancia. Todo lo demás era historia pasada pero quizá convendría recordar, para conocer la calaña del personaje, que en aquellos años de estudiantes dedicábamos gran parte del tiempo a perderlo con los amigos en la calle y los bares, sobre todo en algunas tascas de mala muerte, que estaban más al alcance de nuestros bolsillos. Nos gustaban los más cutres, aquellos donde encontrábamos a personajes pintorescos, gente que se pasaba las mañanas cantando con unos vasos de vino en la barra. Por allí pasaban los ciegos voceando los números de la suerte. En la puerta de la calle se sentaba el limpiabotas. Pasaba en bicicleta con una caja en el portaequipajes el distribuidor de salazones. Asomaban por allí, a veces ya beodas, algunas chicas de vida alegre. Nosotros mismos, me refiero a mí y mis amigos, aunque estudiantes con posibilidades comparados con aquel personal, gustábamos de la estética existencialista o hippy, el “no va más” por aquellos años. Atuendos descuidados, largas cabelleras, botas camperas y pañuelos indios de seda, comprados en los mercados de París, al cuello, como en el Oeste. No mucho tiempo después, acabada ya la carrera y trabajando en Andalucía, un zapatero de Villanueva de Córdoba, en plena Sierra Morena, me tomó medida para hacerme un par de botas con piel de vaca secada y curtida por aquellos andurriales. Participábamos en actividades relacionadas con la universidad, como el teatro. Una de las obras que representamos fue “La cantante calva” de Ionesco, prototipo de teatro del absurdo, muy de moda en aquella época y en línea con nuestra visión del mundo. Íbamos a recitales de poesía, nos perdíamos por callejones sin luz tratando de arrancar algún beso subrepticio, algún roce excitante, timoratos hasta el punto de considerar mucho atrevimiento cogerse de la mano. También había algunos, los menos, que además compartían su tiempo con actividades políticas encubiertas bajo la pantalla cultural, ya fueran recitales o conciertos. Hubo entonces algunos jóvenes curas, comprometidos con las reivindicaciones de los trabajadores. La HOAC fue un movimiento de lucha obrera cobijado bajo las alas de la Iglesia, de algunos miembros de la Iglesia, porque la oficial estaba al servicio del Régimen desde su nacimiento. Yo tenía un grupo bastante heterogéneo y amplio de amigos y amigas, entonces un bien escaso estas últimas. Nuestras relaciones estaban sujetas a los vaivenes de los estudios y de nuestras respectivas residencias. Había quienes vivían en Murcia o porque eran de allí o porque estaban alquilados en la habitación de una casa de familia, como yo durante varios meses en casa de la señora Eugenia, cerca de la plaza de Santa Eulalia, o en una casa alquilada por varios estudiantes. Pero la mayoría de los estudiantes iba a la Universidad desde su pueblo y después de las clases regresaba. De toda la zona, Molina de Segura, Alcantarilla, Espinardo, Orihuela y muchos pueblos de la Vega Baja. Los alumnos de Alicante y Albacete, donde no había Universidad, residían en Murcia, o bien en pisos o en Residencias, que por entonces eran sólo de chicos o de chicas, nunca mixtas. Con frecuencia íbamos a esperarlas a las puertas de las Residencias o sus proximidades. Uno de los puntos de espera más codiciados era “La Cosechera”, frente a la residencia de Carmelitas. El local estaba lleno de mesas de mármol blanco con gente estruendosa jugando al dominó. En la alta barra también de mármol negro donde con una tiza iba anotando el camarero las consumiciones, saboreábamos los berberechos más ricos que recuerdo, con pimienta y limón. Algunas cerraban sus puertas a las 10 de la noche. Otras ni dejaban salir a sus pupilas. Aunque en casi todas se aprendían los trucos para burlar la vigilancia. Aprovechando algunas ausencias mías de la Universidad, el individuo de Mula que sabía de mis amistades, para mí era totalmente desconocido entonces, se fue aproximando a ellas paulatinamente, con el pretexto de prestarse libros o apuntes, de forma muy discreta, hasta que su contacto se hizo más frecuente. Aquéllas, ingenuas, fueron proporcionándole poco a poco información de mis movimientos, de otras amistades, de mis otras actividades, hasta que él se tejió con los detalles de aquí y de allá, una red de información y contactos que le llevaron a la conclusión de que estaba participando en algunas actividades clandestinas que la policía estaba investigando. Cuando ellas se dieron cuenta, ya era demasiado tarde.

(Continuará)

San Juan, 2 de Abril de 2020.
José Luis Simón Cámara.

II Ultra Coronavirus (29-Marzo-2020)

Aquí estamos otra vez. Dejemos a un lado el bicho que nos acucia. Domingo, día clásico para correr o exprimir nuestro cuerpo en busca de endorfinas.

Otra cita en casa, cada uno con sus circunstancias y variopintos quehaceres, unos con niños en formato “home schooling”, otros lidiando con la soledad impuesta; todos luchando por hacer de este confinamiento una oportunidad.

Empieza el II Ultra Coronavirus. Damos la bienvenida al solsticio de primavera y a las 8:15 del 26 de marzo nos reunimos telemáticamente para afrontar una etapa de 3 horas 15 minutos adaptables (y adaptados) a las posibilidades de cada participante.

  • Salida – 8:15
  • Avituallamiento 1 – 8:45
  • Avituallamiento 2 – 9:30
  • Avituallamiento 3 – 10:15
  • Avituallamiento 4 – 11:00
  • Meta – 11:30

Aumentamos quorum y llegamos a los 52 participantes -casi el doble que en la primera edición-.

Vuelvo a las vueltas al campo, esta vez 250; Nicolás firma su segunda media maratón en garaje; Ángel se fuma una película subiendo escaleras inventadas; David retoma su circuito de crossfit; miles de rodillos queman rueda; H y sus 108 saludos al sol; papá llega a los 1.100 escalones; Gosa combatiendo los 2 m2 de terraza; Pili firma 30 km en un pasillo de 10 metros; veo a más de un Víctor corriendo donde y como puede. Historias, ilusiones, ganas de salir, ímpetu por la vida.

Y, ¿para qué? Objetivo principal: seguir disfrutando de este regalo que es la vida, recargar el polo positivo de nuestras pilas y transmitir la fuerza a aquellos que más lo necesitan.

Esto va de sobrevivir, va de que tú y yo salgamos victoriosos de la ardua batalla planteada, va de seguir trotando (por lo menos) hasta la hora de comer.

Bueno, y también va de placeres mundanos, como fue esa cerveza “al sol de cada ventana” de avituallamiento final que dispuso la organización.

Mantenemos tradiciones hasta que nos saquen de casa. Próxima edición, domingo 5 de abril. Esta, con sorpresas.

Un día más, un día más y un día menos. A cuidarse tod@s, que nos quedan muchos KM en la chistera.

Resultados:

Borja – 250 vueltas al campo. 3 horas 20 de carrera. Entre 38 y 40 km.

El resto – otra vez, cada uno tiene su historia. Tantas como ilusiones tiene este país.

Domingo 29 de marzo.

Participantes y dorsales:

  1. Borja
  2. David Gil
  3. Martina
  4. Santi Pa
  5. Josemi
  6. Noe
  7. María Mompó (infiltrada)
  8. Anika
  9. Ginés
  10. Diego
  11. Gosa
  12. Mark
  13. Tractor (Méndez jr)
  14. Tiki
  15. Pili
  16. Villanelle.
  17. Eva
  18. Lamprea (Enri)
  19. Arancha (Bellea) (infiltrada)
  20. ANAHAPPY
  21. Ignacio
  22. Nicolás
  23. Kike
  24. Sergio
  25. Maripau
  26. Rafa (FELETE)
  27. Carlota
  28. Juan Enrique🤪 (Sin Miedo)
  29. Fran Calores
  1. Cristian
  2. Alberto Cordero
  3. Esther
  4. PEZ
  5. Torregrosa
  6. Helena G
  7. Manolo – Decano de la carrera
  8. Víctor Durá
  1. Conchi Navarro
  2. Pirri
  3. María Matas
  4. Jesús
  5. Jota
  6. Juan Carlos

68+1. Robert

  1. MEJI
  2. Jorge (Pataliebre)
  3. César
  4. Bauti
  5. Pablo
  6. Pablo clarinete
  7. Manu
  8. Jorge (Rebollar)

Y salimos en el INFORMACIÓN 😀 . Esta es la noticia completa.

Escapada. 3.

Nadie lo diría, pero así era, al menos al principio. El paisaje, cuando nos íbamos acercando a Ricote, aún no era noche cerrada y la luna acrecentaba su embrujo, aparecía, como en otras ocasiones, rodeado de ramblas arenosas con tamarindos, cerros bajos y desnudos con algún pequeño y escondido oasis, palmeras incluidas destacando sobre los matorrales. No era la primera vez que habíamos pasado por aquellas tierras y había sido justamente con los amigos de Cartagena. Quizá fuera esa la razón por la que dirigimos hacia allí nuestros pasos. Hacía muchos años que nos habían hecho una visita a Villena, donde trabajábamos por entonces en el Instituto de Bachillerato. Por dejar al azar nuestro próximo encuentro, abrimos un mapa y, con los ojos cerrados, movimos el dedo por su superficie hasta pararlo en un punto. Ricote. Apenas nos sonaba el nombre. Meses después, ellos desde Cartagena y nosotros desde Villena, acudimos, sorprendidos por sus parajes, a aquel pueblo desconocido para nosotros. Ahora, en unas circunstancias muy distintas, nos encontrábamos allí, esta vez solos, mi mujer y yo. Deambulamos por el pueblo blanco de cal que destaca más aún por el gris de las montañas que lo abrazan y cobijan. Se mantienen los escasos bares, tiendas de todo, que sobreviven dedicados también a las faenas agrícolas, de cuyos productos se abastecen, tomates, aceitunas, pimientos,.. El movimiento de sus habitantes es poco ruidoso, de la casa a la huerta o el campo. Aun así preferimos aislarnos más todavía y, pasada la primera noche, buscamos refugio en una casa de campo. No en lo que se conoce como una casa rural, de las que ya hay alguna también por aquí. Y, a ciegas, al fin dimos con aquella en la que habíamos comido la primera vez que visitamos el pueblo. Estaba bastante a las afueras, en una curva de la carretera, lo que antes se llamaba “venta”. Allí, una joven, hija de la casa, nos ofreció para comer “arroz con pollo merdero”. Ante nuestra cara de sorpresa lo explicó. Lo llamamos así porque lo hacemos con un pollo que vive suelto por el corral o por el campo y va picando “mierdecica” por aquí, “mierdecica” por allá. Aún se distinguían en su cara arrugada los aires de aquella joven de hace 40 años. No solo podía darnos de comer sino que podíamos alojarnos allí todo el tiempo que quisiéramos. Desde nuestra habitación en la primera planta veíamos las montañas, rizadas de esparto, con algunos pinos en las hondonadas sombrías y allá abajo la rambla de arena y de piedras salpicada de adelfas. En el corral y por las afueras los gallos y gallinas picoteando. El coche estaba guardado desde el primer día en la cochera. Por la mañana, después del desayuno, un tazón de leche con tostadas y mantequilla, salíamos por los senderos que llevan a la sierra, desde donde veíamos el pueblo allá abajo, aplastado contra el suelo; o por el lecho de las ramblas que se bifurcan hasta formar laberintos de rocas, arena, tamarindos y adelfas. Así fueron pasando los primeros días. Casi olvidados del motivo que nos había llevado hasta allí. Algunos días íbamos al pueblo, a algún bar donde la oferta gastronómica se ampliaba. Tomábamos un vermut con aceitunas. Incluso algún Dry Martini, con ginebra, aunque no tenían angostura. La calma era total. ¿Presagiaba acaso la proximidad de la tormenta? Uno de los días que fuimos al pueblo, en esta ocasión en coche porque se acercaba el fin de nuestra estancia y pensábamos aprovisionarnos de aceite, creí vislumbrar por entre la valla de brezo de una huerta, una camioneta que me hizo saltar las alarmas. No le dije nada a ella y, como otros días, entramos al bar “La Jara”. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando, sentados a una mesa, nos encontramos con los tres tipos que desde hacía días iban siguiéndonos los pasos. Ellos no parecieron muy sorprendidos. Sabían evidentemente que merodeábamos por los contornos. Siguieron hablando y bebiendo con naturalidad. Afortunadamente había acodados en la barra, una pareja de la Guardia Civil, a la que en otras épocas temíamos y que ahora, en esta situación, añorábamos. Pero más sorprendente aún me resultó reconocer, solo, en otra mesa, al antiguo miembro de la brigada político-social que, camuflado de estudiante, me siguió, espió y denunció en la época de la Universidad. ¿Tendría su presencia relación con nuestros tres perseguidores? ¿Sería pura coincidencia, puesto que él era de Mula, un pueblo de las proximidades? Tomamos, nervios ya templados por el paso de los años y sobre todo por la presencia de la Guardia Civil, el vermut habitual y salimos tranquilamente del bar. Cogimos el coche, habíamos olvidado el aceite, y pasaron unos pocos minutos hasta que vimos por el retrovisor la camioneta. Evitamos, cuando pudimos, la carretera de la Venta y, conocedores ya del terreno, aceleramos por veredas polvorientas junto al barranco. Esperé a tenerlos pisándome los talones y, metros antes de un talud di un giro brusco desviándome a la derecha en un terraplén. Ellos, que me alcanzaban, se tragaron el talud y cayeron al fondo del barranco donde la explosión provocó un violento fuego que, en pocos minutos, dejó el coche reducido a cenizas.

Los periódicos del día siguiente daban la noticia. Entre el amasijo de hierros había cuatro cadáveres.

San Juan, 1 de Abril de 2020.
José Luis Simón Cámara.