Línea 23

Está amaneciendo. El día es frío, helador, diría yo. El autobús se dirige lentamente, con un traqueteo soportable, a completar su línea. La línea veintitrés. Viajamos en él tres personas además del conductor. Una señora mayor, con tres capas de ropa, dormita en su asiento inmediatamente detrás del chófer. Yo viajo en la mitad del vehículo y una chica joven va al final. Todos guardamos las distancias y reina el silencio. Me fijo en la chica joven. Debe de tener alrededor de veinte años, aunque quienes pasamos de los cincuenta calculamos muy mal la edad de los jóvenes. Es guapa, morena, parece alta y con un tipo atractivo, pero está sentada y no puedo afirmarlo sin riesgo de ser temerario. Un momento … de su asiento caen unas gotas al suelo del autobús. Son gotas de sangre.

El descubrimiento me produce cierto sobrecogimiento. Me reconozco algo aprensivo y no sé cómo comportarme ante el sufrimiento ajeno. Descarto rápidamente desentenderme y hacer como si no me hubiera dado cuenta. Mi pasividad podría resultar fatal para la chica y pesaría sobre mi conciencia de por vida. Además, dentro de dos paradas llegaremos al Hospital y una actuación urgente es perfectamente posible. Pero ¿qué hacer?.

Observo a la chica buscando en su cara alguna señal de sufrimiento o, al menos, de molestia. Si tiene una herida por la que está sangrando debe notarlo; el organismo siempre manda avisos cuando algo no está en orden. No detecto nada. Ella está absorta en la pantalla de su móvil, que sujeta con ambas manos y maneja con los pulgares a una velocidad de experta mecanógrafa. No hay gravedad ni preocupación en su rostro, más bien distensión. Probablemente está escribiendo un esemese o un guasap. O tal vez está con uno de esos juegos que tanto absorben a la juventud. Me inclino por esto último porque apenas tiene pausas en sus acelerados movimientos digitales. Además no me parece razonable, aunque no sabría explicar porqué, mantener una conversación por escrito a horas tan tempranas.

Descartada una causa grave, que ya habría producido señales de algún tipo, me tranquilizo al atribuirlo a algo más natural, exclusivo del género femenino y de cita periódica -de ahí una de sus denominaciones- salvo edad inadecuada o embarazo. Sin duda un error de cálculo o una anticipación del proceso está produciendo ese goteo que continua y ya ha generado un pequeño charco en el suelo.

Al ver el edificio del crematorio me doy cuenta de que ya estamos saliendo del recinto del hospital. No importa, la urgencia no se justifica.

Toda mujer algo precavida suele llevar en el bolso la solución a estas situaciones imprevistas. Sólo hay que advertir a la chica y rápida y discretamente pondrá fin a este pausado derrame. Al final todo quedará en una mancha en su pantalón que desaparecerá con un lavado.

Pero … ¿cómo se lo digo?. Será inevitable que nos ruboricemos, al menos yo. A pesar de mi edad soy célibe y nunca he hablado con mujer alguna de sus cuestiones íntimas. Sería una situación muy incómoda. ¡Ya sé!, la mujer mayor de ahí delante. Le contaré la situación y que ella se lo diga a la chica. Entre mujeres estas cosas se tratan con absoluta normalidad. Pero, espera, ahora que pienso, la mujer lleva un velo en la cabeza y parece de rasgos caucáseos. Probablemente, además de que la voy a sacar de su plácido sueño, no va a entenderme y encima el chófer me va a oír y se va a desternillar viendo como trato de explicarle con gestos, a la señora, lo de la menstruación de la chica. Mejor no.

Mientras sigo cavilando cómo resolver el problema paseo la mirada por el charquito y veo que se ha unido a otro situado debajo del asiento contiguo. Sigo desplazando la mirada y encuentro nuevos rodales de líquido rojo debajo de cada asiento, por cierto también del mismo color.

La humedad de nuestra zona, la temperatura ambiental, el material plástico rojo y soluble de los asientos y el efecto condensación ocuparon mis pensamientos desde Santa Faz hasta Alfonso el Sabio.

Rafael Olivares

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Acerca de Fele

Ni corre rápido ni megadistancias, y la verdad es que debe dar pena verlo trotar, pero ¡mira!, parece que es el único que corrió las 25 ediciones de la Marathon de Benidorm, además de otras 32 más por diversos lugares. Aunque no presume de ello, simplemente permite que los amigos, de vez en cuando, lo recuerden. Seguirá en A to Trapo mientras nadie se dé cuenta de que lo desprestigia.

2 pensamientos en “Línea 23

  1. Bien, Rafa, me ha gustado. Muy bien escrito, salvo algún signo de puntuación. Un abrazo.

  2. Gracias Josele, si te ha gustado ya es un premio. Concrétame los fallos, así aprendo y puedo mejorar. Gracias.

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