El círculo se estrecha.
Esta mañana he salido al pueblo por la prensa. Ni siquiera he tomado la manzanilla porque no quería que se hiciera tarde para disfrutar temprano de la playa. A estas horas, las primeras de la mañana, y en esta época, mediados de Abril, puedes pasear por la arena con la sensación de que casi todo lo que abarca tu vista está para disfrutarlo en exclusiva. A lo largo de kilómetros puedes cruzarte con una pareja de paseantes, con una piragua de remos rítmicos y silenciosos o con alguna gaviota de pesca a ras del agua.
Con el periódico en la mano y en el momento de abrir el coche, una mujer de mediana edad se dirigía a un hombre que salía del café de Marieta y le decía:
–“¿Te has enterado de que ha muerto esta noche Rubio, de repente?”
–“Sí, me lo han dicho esta mañana”.
Mientras regresaba a casa he ido pensando en aquella breve conversación escuchada, sin pretenderlo, al vuelo. Ahora se dice que alguien ha muerto de un ictus o un infarto, pero ya no es muy normal escuchar que alguien ha muerto “de repente”. Hace ya varios años la plaza, ahora entre el bar de Marieta y el bar Pepe, no existía y en su lugar, junto a la barbería que aún conserva el rótulo medio roto, donde un envejecido y acartonado barbero con un gran perro pastor ejercía su oficio, había también una mercería regentada por otro señor de apellido Rubio y antigua filiación o simpatías comunistas, razón por la que yo lo conocía superficialmente. De él sabía que tenía dos hijos, al menos, uno que militaba conmigo en actividades políticas durante un tiempo, y otro mayor, que tenía una hija de la edad de la mía y que eran además compañeras de curso en la escuela. Mari Pepa. En su desarrollo psicomotriz los dioses no le fueron favorables. Ésa era una de las razones, además de la larga convivencia desde la más tierna infancia, por la que mi hija le tenía afecto y le despertaba además cierto instinto de protección. Mi relación con el padre de Mari Pepa ha sido siempre cordial pero apenas habré cruzado con él dos palabras en estos casi treinta años. Parecía poco hablador y bastante discreto. Durante largo tiempo estaba grueso y un tiempo después observé que había enflaquecido demasiado. Alguna vez lo veía con su hija, siempre en su cara un gesto de resignación. Otras veces sentado a la mesa de un bar tomándose una cerveza. Su aspecto no derrochaba salud, desde luego, era más bien enfermizo.
¿Sería posible que la conversación escuchada antes de subir al coche se refiriera al Rubio que yo conocía? Sería mucha casualidad porque San Juan es ya una ciudad de entre 20 y 30.000 habitantes. Es cierto que conozco a bastante gente, sobre todo de vista, porque ya vivo aquí unos 30 años y ha pasado buena parte de la juventud por mi mano en el Instituto de Enseñanza Secundaria. Pero, en cualquier caso, bastante improbable, entre otras cosas porque este chico al que me refiero debe de ser más joven que yo.
Mientas paseábamos por la playa, con Benidorm invisible, tapado por la bruma, se lo he comentado a Inma. El oleaje, suave, apenas soplaba una ligera brisa de poniente, iba borrando las huellas que dejábamos en la arena.
Esta tarde, antes de irse a un cumpleaños, mi hija me lo ha confirmado.
–“Papá, no me lo puedo creer, acaba de llamarme una amiga y decirme que se ha muerto el padre de Mari Pepa”.
San Juan, 16 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara.