IV Tollos Trail (1-Septiembre-2018)

Para allá que nos fuimos (Ulises, Juanma y yo), a Tollos, al parecer el pueblo más pequeño de Alicante que ronda los 40 habitantes de forma permanente y en verano y fiestas se multiplica o triplica; accedimos por Cocentaina, cruzando Millena y Gorga.

A la entrada del pueblo veo a mi amigo Antonio Frau dirigiendo el tráfico ¡sorpresa!, pues llevaba sin verlo unos 15 años (conocido de mi actividad laboral, Antonio lleva casi toda su vida en Elda, ciudad zapatera ). Aparcamos y nos dirigimos a la piscina del pueblo, que por cierto recuerdo que allá por los años 80 ya estaba funcionando, siendo unos de los pocos pueblos de la montaña que disponían.

El amigo Ulises (algunos me preguntan si es mi sobrino) no para de saludar pues es una persona que se hace de querer, gente del Aper, Trail Villena, …

Dos modalidades, como viene siendo normal ahora, trail largo (25 kms) y trail corto (14 kms), este último es el que quería hacer Juanma, pero ya le dije, yo si me desplazo es para el largo,… Salimos a las 8:30 de la mañana con un sol radiante el cual no dejó de acompañarnos, la verdad es que a mí me pone,…. Seríamos unos 100 los corredores del trail largo, el cual se inició con una fuerte pendiente hacia el pueblo para, tras una lazada, volver al mismo y lanzarnos camino del barranco de Malafi y alrededores, un continuo sube y baja tipo dientes de sierra de carpintero con remate final casi a la entrada al pueblo, cuando ya casi lo tocábamos, nos desviaron nuevamente hacia la izquierda para circunvalar y posteriormente entrar a meta situada en las piscinas, allí que me lance casi de cabeza, pasando primero por las duchas, allí están esperándome Ulises y Juanma, lavaditos y peinados.

Poco a poco vamos cogiendo forma y acumulando kilómetros también.

Hasta otra Tollos!.

Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Ulises MASC 3:19:14 79 73
Juanma MASC 4:07:46 91 83
Jesús J. MASC 4:25:17 96 87

Un albergue en el camino.

Aquella noche no podía ya perder el tiempo. Era la primera noche en un albergue en el corazón de la ciudad. Entre el río y la plaza del Baldón, cerca del mercado y de la iglesia de Santiago Matamoros, nunca mejor dicho, porque tiene a sus pies las cabezas cortadas de dos o tres sarracenos y la espada levantada para seguir con su tarea. Comenzábamos allí un tramo del camino, ya hecho hacía muchos años, aunque siempre cambiante, como el cauce de un río por el que el agua que pasa es siempre distinta. Cometimos un error propio de principiantes e impropio de veteranos, pero siempre se yerra en algo. Después de entregadas las credenciales y documentación, pagamos lo estipulado, dejamos las mochilas en las literas de la 2ª planta y antes de salir nos dijeron que a las 10 de la noche cerraban la puerta. Ya no tenía solución. No íbamos a buscar otro refugio. La verdad es que la dinámica propia del camino casi te obliga a retirarte a esa hora o incluso antes, pero es la imposición lo que no nos gusta. Dimos un paseo por el largo puente que atraviesa el río inmenso y después recorrimos unos bares de tapas por las calles de San Pedro y de Lauro, donde se concentra el tapeo. De regreso al albergue y ordenados los enseres sólo él bajó a la cocina donde minutos antes algunos peregrinos tomaban un bocado. Ahora ya solo quedaban las hospitaleras, también cenando. En el largo balcón de la cocina había un oriental sentado. Cogió una silla de la cocina y la sacó al otro extremo del balcón donde se puso a leer. Cuando las chicas acabaron de cenar recogieron la mesa y colocaron los cubiertos en los armarios. Dos de ellas se marcharon y una tercera, la que nos había recibido al llegar, se entretuvo moviendo cosas de un lado para otro. Cuando acabó lo que hiciera se acercó al umbral de la puerta de acceso al balcón y comenzó a hablar con él obligándole a levantar la vista del libro que estaba leyendo.

–Con que sois del Sur y profesores jubilados…
–Pues sí, allí vivimos aunque de distintas procedencias.
–Yo tengo que incorporarme al Instituto el lunes próximo.
–Ah! También eres profesora…
–Sí, de Ciencias Naturales, aunque este es mi último curso. Y no te puedes imaginar las ganas que tengo de jubilarme.
–Claro que me lo imagino. Yo ya llevo varios años jubilado.
–Este último curso, ¡me han dado un año….!, y menos mal que era un grupo reducido, pero sin ningún interés….

Después de una larga conversación, más bien monólogo, sin razón aparente que, en el fondo, ocultaba un indisimulable deseo erótico, porque para qué todas aquellas consideraciones, todos aquellos comentarios, todas aquellas quejas, si apenas acababan de conocerse y después de muy pocas horas o quizá minutos, iban a dejar de verse, cuando ya parecía marcharse, tras varios amagos de irse aproximando físicamente él le sugirió la posibilidad de sentarse, incluso hizo ademán de levantarse para acercarle una silla que había al fondo del balcón y acababa de dejar libre el chino que desde allí sentado miraba las estrellas y el perfil iluminado de una torre de las muchas que se levantan en esta ciudad. Él, cansado del discurso, se sumergió en la lectura del libro que tenía entre manos y ella se despidió educadamente. Según otros cronistas le cogió la mano y la trajo hacia sí bruscamente. En otra época podría haberse permitido dejar pasar la ocasión, aún disponía de mucho tiempo por delante, pero ahora ya no podía perder ni un minuto de su vida. Era cuestión de intentarlo. Si funcionaba, bien. Y si no, también. Pero lo último era dejar pasar cualquier oportunidad que se presentara. Y valiera la pena, claro. Aquella mujer no era Greta Garbo, desde luego. Tampoco él era Paul Newman. Bien proporcionada, atractiva, discreta. Quizá le faltara decisión. Era lo que a él le sobraba animado por el recuerdo de cómo en parecidas circunstancias fue Menha, aquella egipcia cairota de pelo ensortijado, quien cogiéndole la mano con la que se despedía de ella lo introdujo en su habitación hasta donde la había acompañado y pasó la noche en las concavidades cerúleas del Nilo enredado en los rizos de ébano de aquella Venus negra.

(Del diario apócrifo del camino de Santiago)

San Juan, 10 de septiembre de 2018.
José Luis Simón Cámara.

Triatlón Valencia Sprint (8-Septiembre-2018)

Como es de costumbre, cada vez que envío un mensaje con alguna foto de mi participación en algún triatlón a mi tío Jesús, siempre me aborda la misma duda:

Si no lo hago, me quedo con las ganas de compartir con él la satisfacción de haber participado y máxime cuando lo hago con la equipación de Atotrapo.

Si lo hago, sé que a continuación tendré una réplica divertida o simpática, de esas que te alegran la lectura, nunca la indiferencia, pero también sé que me va a pedir que escriba una crónica para la web.

Como sé que en el fondo tiene razón y que, en el futuro, me gustará releerla si llegase a escribirla, he decidido sacar un rato el ordenador (con la pereza que me da) y escribir una breve crónica.

El día 8 de septiembre participé en el Triatlón Sprint de Valencia.

Para el que no lo sepa, en Valencia hay 2 triatlones en la ciudad muy masivos, digamos.

Uno lo organiza el Santander y es en mayo y el otro una empresa de eventos llamada Mediterránea y es en septiembre. Evidentemente alguno más hay, pero no tan numerosos (estamos hablando de que ambos durante un fin de semana congregan más de 1000 participantes entre las diferentes modalidades).

Además, triatlón masivo, va casi siempre acompañado de: precios altos, muchísimo marketing, y una escasa bolsa de corredor, además de un nivel muy variopinto (en ese sentido es muy positivo, el poder acercar este deporte a mucha gente que se prueba por primera vez).

Durante todo el fin de semana se desarrollaron muchas pruebas

El sábado por la mañana: SUPERSPRINT (para iniciarse), TRIATLÓN DE LA MUJER (para iniciarse también, ya que es muy corto y solo para mujeres que empiezan en este deporte, porque la que es más experimentada también se puede apuntar en otras pruebas de más distancia), y SPRINT (en el que participé y consiste en nadar 750 metros, pedalear 20 km y correr 5 km)

El sábado por la tarde organizaron una prueba del Campeonato de Europa donde un centenar de triatletas profesionales venidos de diferentes países pudieron demostrar de la pasta que están hechos.

El domingo se desarrolló el triatlón Olímpico (1500-40-10)

Para poder participar tienes que dejar obligatoriamente la bici en boxes preparada el día anterior, debido al elevado número de participantes.

Para alguien que vive en el sur de Alicante como es mi caso, es un poco estresante, tener que estar en pleno puerto de Valencia antes de las 8 de la tarde del viernes con la bici. Todos llegamos apurando el tiempo, y a las 8 había una cola impresionante de gente que, como yo, habían trabajado por la tarde, y no podían haber ido antes. Esto fue lo peor de la prueba sin duda. Deberían buscar otra fórmula como, por ejemplo, no ser tan numeroso y dejar de hacer caja para que se pudiesen dejar las bicis como en el resto de las pruebas, el mismo día.

Una vez ya el sábado, y desarrollándose las pruebas precedentes que empezaron a las 8 de la mañana, me presente en boxes con todo el material listo. Solo quedaba preguntar a alguien como iba el circuito que, por cierto, nunca me lo estudio antes, y estar pendiente de cual era mi salida ya que en la distancia Sprint participamos sobre 500 personas. Las salidas se hicieron bastante bien (de 100 en 100, atendiendo a criterios de edad, sexo y diferenciando federados y no federados.

Afortunadamente me toco en la primera salida, a las 9:30, que se supone que es la de más nivel en general, aunque siempre puede haber algún veterano o alguien no federado que salga después y haga mejor tiempo.

Salimos desde un pantalán de madera en plan profesional, con bastante hueco entre atletas, justo en frente del impresionante edificio Veles y Vents que preside la bocana del puerto. Salida en seco, tirándote de cabeza al sonido de bocina. A mí personalmente, no es la salida que más me disgusta, ya que como soy bajo y más bien delgado, puedo siempre pegar un buen impulso y evitar los golpes típicos que se producen en otro tipo de salida.

Una vez en el agua, pude coger buena posición, nadar con buen ritmo y no cansarme mucho. Después de tantos triatlones en el cuerpo, la experiencia te va diciendo donde colocarte, que ritmo llevar, y todo es más fácil.

A la salida algún familiar cantó la posición a un chico que iba conmigo (el 13) y eso me dio ánimos para subirme a la bici con más ganas.

La bici fue un mero trámite ya que salimos tan espaciados, y el circuito era urbano por las calles de Valencia y algún trozo del circuito de F1, que apenas hubo movimientos.

Un compañero y yo trabajamos en equipo y conseguimos alcanzar al 3er grupo de la prueba. Afortunadamente, de todos los que íbamos, un par de nosotros seguimos dando relevos, y no nos alcanzó un grupo que venía después.

Una vez en carrera, tras haber observado a la gente de mi grupo, sabía que podía remontar algún puesto, porque era gente de constitución fuerte, tirando a nadadores o ciclistas, así que impuse un ritmo fuerte que fue de más a menos, acabando los 2 últimos kilómetros a 3:30 y remontando 4 posiciones.

Al final quedé el 9º en la clasificación general, de un total de más de 500 participantes, donde aproximadamente unos 100 o 150 éramos atletas experimentados y el resto gente iniciada.

De todos modos, quedé muy contento, y con ganas de terminar la temporada el próximo 23 en Jávea. Temporada más que dilatada, con unas 10 pruebas, que toca a su fin y a un merecido descanso.

¡Un abrazo a todo el grupo de AtoTrapo!

Jorge

Enlaces sobre esta prueba

Nombre Categoría Swim + T1 Bike + T2 Run Total Puesto general
Jorge R. ABM 0:14:14 (0:02:27) 0:33:02 (0:01:41) 0:18:47 1:10:11 9

Fatalidad o fortuna.

Cuando vi aquella foto pensé cuál sería la razón por la que aquel viejo conocido mío posaba en ella junto a varios miembros del informal club de corredores “Atotrapo”. Era una foto de bienvenida en el aeropuerto a un corredor que venía de completar los 170 kilómetros del Mont Blanc. Pensaba preguntárselo a Jesús cuando lo viera corriendo en una de nuestras habituales quedadas semanales para ir hasta la playa y bañarnos. Un catarro suyo y un viaje mío han distanciado el encuentro y no he podido preguntarle por la foto en cuestión. No ha hecho falta. La lectura, ayer, del periódico Información, ha aclarado la incógnita.

Año 1987. Yo me estrenaba como director del Instituto de Enseñanza Media de San Juan. Aprovechando los días de fiesta con motivo del 9 de Octubre, día de la Comunidad Valenciana, hice un viaje a Londres con parientes y amigos. Con uno de ellos, Santi, me horadé la oreja con un pendiente en Carnaby Street. En el vuelo de regreso comencé a preocuparme por el impacto que podría tener entre alumnos, padres y profesores, ver al director con un pendiente. Preocupación que se desvaneció cuando en el mismo vuelo leí la noticia. Una explosión en las fiestas de El Campello, localidad costera alicantina, había provocado varios muertos, amputaciones, heridos graves. Entre ellos algunos alumnos del Instituto de San Juan y de su extensión, recién estrenada, en el Campello. Por aquellos días conocí al padre de uno de los alumnos afectados por la explosión, Andrés Aracil. Aficionado a la montaña, según él mismo me contó, había salido aquella fatídica mañana a caminar y estando en la ladera escuchó una deflagración tamizada por la lejanía. ¡Cómo podría imaginar sus consecuencias! Al regresar de su excursión fue cuando se dio de bruces con la realidad. Su hijo Andrés había sido uno de los alcanzados por la explosión. Amputación de una pierna. A partir de ahí todo un sendero de sufrimiento. Primero preocupación por su vida y después el durísimo proceso de adaptación a la nueva situación física, traumas, obsesiones, inadaptación, rechazo de la realidad. Fue en esta situación cuando lo conocí y tuve mayor contacto con aquel, ahora, viejo conocido de barba y cabellera blancas que aparecía en aquella foto. En el periódico de ayer, 9 de septiembre de 2018, casi 31 años después, leo la inquietante peripecia de un joven de Muchamiel que a sus 42 años ha pasado del negro pozo de la drogadicción a la atmósfera limpia y sana de la montaña, desde el infierno blanco de la cocaína a la blancura del Mont Blanc. Y siento cómo se aproxima la evidencia de lo que ya no es una sorpresa porque lo estoy intuyendo hasta confirmarlo a lo largo de la lectura de la noticia. De este joven, Cristian, con el que he coincidido ya más de una vez corriendo hacia la playa había oído comentar alguno de esos días que había tenido problemas con las drogas y estaba consiguiendo salir de aquel mundo. Lo que no podía suponer era que este joven era Cristian Aracil. Ahora entendía por qué aquel viejo conocido mío aparecía en la foto junto a él, dándole la bienvenida con los otros miembros del club Atotrapo. Aquel viejo conocido de barba y cabellera blancas, ¡con cuánta razón!, era su padre. Aquel viejo conocido era el padre de Andrés, el alumno de la pierna amputada. En aquellos fatídicos días de la explosión, Cristian era un niño de 11 años, Andrés tendría 15 ó 16. Dos duras pruebas para un hombre que, sin duda, ha tenido un temple de acero. Vayan desde estas líneas mi respeto y mi admiración.

San Juan, 10 de septiembre de 2018.
José Luis Simón Cámara.