Estampas Marroquíes. 3. Chaouen.

Antes de bajar el pie del coche en la primera pequeña plaza que encontramos, nos aborda un joven con un racimo de uva en al mano. Está con un grupo de jóvenes en aquel paso casi obligado para los visitantes.
¡Hola, bienvenidos!, ¿quieren hotel, comida, hachis…? Lo que les haga falta.
Y sin mediar palabra me da el racimo de uva, saca el mechero y quema ante mis narices una china de hachis..
Huele, huele, ¿cuánto quieres?
Tranquilo, mira buscamos a unas amigas que van en otro coche.
Vamos, vamos a la plaza.
Pensamos que se trata de alguna plaza céntrica donde se pueden encontrar nuestras amigas. Se sube al coche y nos dirige por una calle que se va empinando hasta una plaza donde está la policia, junto al hotel Parador y nos indica que demos la vuelta hasta bajar otra vez y paramos en un ensanche de la calle con un gran balcón que da al barranco con un riachuelo donde los niños juegan con el agua. Allí paramos.

Inma intenta en vano contactar por móvil, única posibilidad, con sus amigas. Paco observa a través del ojo de la cámara. Omar me arrastra hacia una escalera que arranca de la calle y se pierde por el laberinto de callejas, y allí, mirando para todos lados al tiempo que me dice “policía no peligro, no problema, heroína, cocaína, sí problema, hachís no problema” saca una barra cilíndrica de hachís envuelta en plástico oscuro y rompiendo la punta la quema y me la da a oler. Es un lingote negro, oloroso. Le digo que le quite el plástico para ver la pieza entera pero se resiste.
Amigo, nosotros confianza. Tú confías en mí, yo confío en ti. Pero yo te enseño el dinero y tú no me enseñas el chocolate. Nosotros amigos, confianza. No quiero comprar lo que no veo.
Desapareció como una exhalación por las callejas sin más explicaciones. Bajo las escaleras e intento ayudar a Inma con los móviles. Aún no ha conseguido hablar por problemas técnicos, cobertura, cambio de país,,
Paco que ha estado observando toda la escena, se acerca y me dice que Omar ha montado en un coche que ha pasado poco después. Cuando ya nos marchamos hacia la entrada del pueblo para intentar localizar a las amigas, reaparece Omar. Mira, éste sí que es bueno. Y me enseña una piedra irregular sin plástico, desnuda, de color marrón claro, olorosa, aceitosa, como una nuez. 30 euros. No, 20 euros. Éste sí que es bueno, huele, son 30 euros.
Nos montamos en el coche y regresamos a la avenida Hassan II, donde aparcamos.
De entre la gente que había se nos acerca una persona de mediana edad, con chilaba, que le explica al guardador de coches que no llevamos dirham y luego le daremos algunos.
Le preguntamos por la plaza más importante de Chaouen con la esperanza de encontrar allí a nuestras amigas y él nos medio indica y medio acompaña hacia arriba; entramos a la medina por una de sus puertas y con la esperanza de que se quede después de darnos las indicaciones, perdiéndolo a veces de vista entre la gente que camina en todas direcciones por aquel laberinto de callejas, desaparece y aparece al punto, tranquilo, sin inmutarse, sereno. Llegamos a la plaza Uta al Hamman, flanqueada por una acera llena de restaurantes y bares con mesas en la calle y por el otro lado con una hermosa Alcazaba y la Mezquita. En el centro de la plaza una gran araucaria con una cerca de obra donde se sienta la gente.
Ni rastro.
Allí, finalmente, consigue Inma hablar con el resto de la expedición. Ya están en la casa que se encuentra junto a otra de las puertas de entrada a la medina. Camino de regreso con Alí hasta donde estaba el coche. El guardacoches observa. Le damos a Alí 5 euros (55 dirhan) cuando se les suele dar, como luego supimos, unos 5 dirhan al día,y como el guardacoches se nos acerca le decimos a Alí que le dé algo porque aún no llevamos moneda marroquí y se quedan enzarzados en una discusión mientras el anciano guardacoches nos mira displicente.
A escasos 500 metros encontramos finalmente a las amigas y la casa. Aparcamos el coche en el hueco que acaba de dejar un carro con mula a la que se le ha caído la gasolina.
Me acordé de las mujeres de mi pueblo que, tiempo atrás, recogían para las macetas los boñigos que las caballerías iban sembrando por el suelo.

 

José Luis Simón Cámara.

San Juan, 2 de Septiembre de 2007.