Estampas marroquíes. 5. El joven Mohamed.

Plaza de Uta al Hamman. Paco y yo vamos a la oficina de cambio que se encuentra en un extremo de la plaza junto a la Mezquita en obras. Al regreso al centro de la plaza, nos encontramos a Inma, sentada en la repisa que rodea la gran araucaria, lugar de concentración y reposo de quienes por allí pasan, charlando con un jovencito de unos doce años, vestido a la europea y con una bolsa de plástico en la mano.

Inma creía que sería hijo de algún marroquí emigrado a España por su lenguaje sin acento y por su desenvoltura.

– ¿De dónde eres tú?, le preguntó.

– Soy de Alicante.

– ¡Ah, alicantina, borracha y fina!

Volvimos a encontrarlo varias veces, casi siempre en la plaza.

Una de ellas, por la tarde, sentados en la terraza de un bar, tomando el omnipresente té con hierbabuena y, ahora, con el sol, también con decenas de abejas que aletean en torno al gran vaso de té que hay que tapar, atraídas por el dulce y meloso olor, se nos acerca el chico con la bolsa de plástico y nos saluda dirigiéndose a Inma.

– Hola, ¿qué tal vuestro viaje a Chaouen? ¿ Queréis algún paquete de té?, y los saca de la bolsa sobre la mesa.

– Parece que es chino.

– No, eso es porque nos envían los cartones, pero es de aquí.

– ¿Vas a la escuela? (No podemos evitar el tic profesional)

– Ahora no porque hay vacaciones.

– ¿Sabes ya leer y escribir árabe?

– Este año he aprendido a leer y el año próximo aprenderé a escribir.

– ¿Has aprendido el castellano en la escuela?

– No, lo he aprendido en la calle, y también algo de francés, italiano y portugués.

– ¿Vives aquí, en Chaouen?

– No, vivo en una aldea a 10 kilómetros.

– Y ¿cómo vas y vienes?

– Andando o en autobús si he sacado dinero. Si queréis puedo compraros tabaco americano a 25 dirhams. En la tienda cuesta 32 dirhams.

– Bueno, tráenos dos paquetes.

No llevamos monedas y le damos un billete de 100. Nos asalta la sospecha de que no vuelva, pero el chico, quizá suspicaz por lo mismo, deja, como muestra de confianza, su bolsa con los tés sobre la mesa y se pierde entre la gente que ya va aumentando según avanza la tarde.

Comentamos la pena de ver a un joven tan despierto, tan capaz, que podría emprender cualquier empresa con éxito en Occidente.

A los pocos minutos regresa con el marlboro americano y las vueltas.

Le compramos dos paquetes de té.

– Bueno, ¿cómo te llamas?

– Mohamed.

– Y ¿qué significa Mohamed?

– Pues, como vosotros Antonio o José, es el nombre de Mohamed, el profeta. Y mi apellido  Addid, es el nombre de la familia.

Nos vimos con él todos los días por la plaza o por las callejuelas de la Mediana y siempre tan afable y comunicativo.

¿ Qué pensará el joven Mohamed sobre nosotros, europeos y nuestro mundo?

 

José Luis Simón Cámara.

San Juan, 22 de septiembre de 2007.