Volta a la Foia – Castalla (28-Octubre-2007)

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Sant Joan -A To Trapo

Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Paco G. VB 2:08:46 135 23
Antonio VB 2:09:05 141 26
Bauti VA 2:11:47 173 81
Jorge R. VB 2:18:53 244 48
Berni SE 2:23:37 280 68
Lillo VA 2:23:45 281 136
Juan Carlos VA 2:25:54 310 150
Jesús VB 2:34:40 379 78
Pepe VC 2:36:30 388 17
Nelson SE 2:42:35 417 108
Gerardo VB 3:16:30 448 98

 

C. Maraton C.A.M.

Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Vicente S. VC 2:29:34 348 14
Rafa O. VC 2:36:55 392 18
José María VB 2:40:56 412 86

 

Viaje a Roma. 7. La calle.

Bueno, y luego y siempre, ahí está la calle.

Es imposible, me refiero, claro, al centro histórico de Roma que es muy amplio, encontrarse en un rincón sin que no guarde alguna sorpresa de la historia pasada o presente, algún palacio, alguna iglesia, algún arco, algún mausoleo, algún teatro, alguna estatua con o sin caballo, alguna fuente o varias con animales fantásticos echando chorros de agua por la boca, alguna columna erguida o acostada, algún obispo o cardenal mostrando sus coloridos faldones y calcetines al sentarse en el Mercedes reverenciado por algún par de monjas de cualquiera de las muchas órdenes religiosas aquí enclavadas, algún circo, algún anfiteatro, algún papa de blanco o, como sabemos, disfrazado, que para eso no hace falta llegarse hasta Venecia, algún pobre, iba a decir muchos pero no, no lo digo, algún autobús de procedencias lejanas, algún negro asortijado, algún árabe sin chilaba, asiáticos menos amarillos de lo que siempre han dicho, americanos a rayas como su bandera, de Singapur, algún gato asomado a la ventana, alguna elegantísima dama por las orillas de Véneto o del Corso, alguna calle cortada por los niños saliendo de la escuela, algún guardia, los tranvías, si bajas hasta el metro, pues también, algunos tomando una birra, por cierto más cara que el vino y no por eso vino no aceptable, algunas calles con dispositivos para que los curiosos visitantes no se rompan la crisma al caer espantados por los precios de los escaparates, más iglesias, no exagero, basílicas, templos, ermitas no, casi todas son muy grandes, con pobres a sus puertas, creo que cada una tiene los suyos en propiedad, pidiendo como hace mil años por lo menos, ya lo dijo Cristo “a los pobres los tendréis siempre con vosotros”, rincones desbordantes de turistas, jóvenes que suben como electrificados moviendo el esqueleto al autobús, no, no he visto a jóvenes con las bolsas del botellón en la mano escondiéndose detrás de una iglesia o  de las columnas del Foro, sí a turistas que, olvidados del decoro en el vestir se han visto obligados a bajarse tanto el pantalón corto, hasta las rodillas, caminando como si de geishas se tratara,  también, esto en el Vaticano, no sé si mi imaginación, unos discretos ojos de buey camuflados entre cuadros y tapices y un efímero rayo de luz mostrando unos saltones y lascivos ojos claros reverberantes al paso de un hercúleo joven como escapado de los pinceles de Buonarroti, junto a la estación Términi todos los días unos hijos de Baco haciéndole sacrificios de la mañana a la noche sin interrupción nada más que para recostarse sobre los cartones, vino, supongo que barato, aunque aquí tienen la suerte de que hasta el vino barato es bueno, con sus barbas y pelos desgreñados como sátiros inapetentes, también alguna anciana desdentada recogiendo cartones asomada si llega a los contenedores, vendedores ambulantes con sus centelleantes ojos yendo del suelo donde están sus pertenencias extendidas  al posible cliente y más lejos al seguro policía que de un momento a otro aparece, siempre aparece, esta ciudad es un espectáculo viviente.

 

José Luis Simón Cámara.

San Juan, 11 de octubre de 2007.

(Impresiones del viaje a Roma, 12-15 de septiembre de 2007)

Viaje a Roma. 6. El Panteón.

Venía de ningún sitio e iba a ninguna parte. Estaba allí.

Puede uno darle vueltas y más vueltas sin salir del asombro. Parece un gigante en una ciudad ciclópea. Por donde quiera y como quiera que lo mires, sentado, bebiendo, caminando, a lo alto, a lo largo, acostado, las columnas enormes de una sola pieza de piedra, el gran frontón triangular, los grandes trozos de piel arrancada,.. estaba cerrado cuando nos aproximamos finalmente, pero parecía que una inmensa hoja de la puerta que aún conserva el bronce original se entreabría, y aprovechando que salía una visita privada, tenían pinta de asistentes a un congreso de historia o de arquitectura, no sé, conseguimos asomarnos, con disgusto del portero, y barruntar un anticipo de lo que veríamos al día siguiente por la mañana.

Nuevamente y, como siguiendo los pasos de un ritual, volvimos a circundar el Panteón, obra dedicada a todos los dioses y una de las mejor conservadas de aquella lejana época.

No sé si podríamos sacar alguna moraleja.

La cúpula, no muy visible desde el exterior, inmensa, es como la cabeza del cíclope apoyada en unas poderosas espaldas reforzadas con arcos del ladrillo aquel que caracteriza al arte mudéjar.

Ya dentro, deslumbra el sol atravesando el enorme ojo que culmina la bóveda.

Se diría que todos los muros y paredes están al servicio de la cúpula más grande nunca construida.

El templo original, del que se conservan restos, se construyó en la época de Augusto, pero fue Adriano el que mandó construir el actual en los primeros años del s. II d. C.

Parece que los estudiosos y estudiantes de arquitectura lo tienen por el canon,  por el templo por antonomasia, porque su técnica y dimensiones no han sido aún superadas tras casi dos mil años.

Es difícil llegar un momento del día en que el Panteón se encuentre solo, aunque no ocurre como en la plaza de España o en la fontana de Trevi, donde la multitud te arrolla, aquí se encuentra uno como solo junto a él, aunque está rodeado de gente.

Como el sol en la playa, aunque haya mucha gente, nadie te lo quita, es como todo para ti y todo para cada uno de los otros.

Y ha sido desnudado a lo largo de la historia, unos quitaron el mármol, otros las tejas doradas en bronce del techo, para cañones, para el baldaquino de San Pedro, para….

Aún así resulta como un coloso al que se le pueden ver algunos huesos sin músculos, como un cíclope al que Ulises no ha conseguido meterle la estaca con fuego en el ojo, pero sí el sol que por él penetra hasta los últimos rincones.

José Luis Simón Cámara.

Roma, 6 de Octubre 2007.

Viaje a Roma. 5. Trastevere.

Hoy hemos comenzado en el monte Capitolino, austera y abarcable plaza de Campidoglio, que en la cabecera del Foro Romano compite en sobriedad con las solitarias y truncadas columnas entre la hierba y los cristales rotos.

Esta plaza flanqueada por soberbios palacios renacentistas, fue diseñada por el omnipresente Miguel Ángel, así como la gran rampa escalonada para que Carlos V pudiera entrar a caballo a la ciudad imperial, donde fue coronado emperador en 1537 por el pontífice romano, temeroso de que volviera a repetirse otro saqueo de Roma, como diez años antes.

Desde allí, dejando a la derecha el teatro Marcelo, sobre el que se edificó un palacio, los viejos muros sembrados de plantas silvestres, envidia del ganado, cruzamos el río, cuya proximidad sentíamos sin verlo, por el puente Fabricio desde el que se domina la isla Tiberina, hasta llegar al Trastevere, al otro lado del río.

Callejuelas en penumbra, edificios desconchados de aspecto no sé si cuidadosamente descuidado, ese ocre amarillento sucio, con manchas que quizá les da ese aire envejecido, las ventanas con flores, la gente por la calle, sentados  en terrazas con mesas pequeñas para que quepan dos pizzas, los cubiertos, el vino y una velita que da como más intimidad – en algunas terrazas tan aprovechadas, resulta una intimidad múltiple-, a pesar de la proximidad de las mesas que casi se rozan. Un centímetro que las separa establece como una muralla invisible que permite hablar, mirarse, sonreír, como si nadie de los muchos que hay al lado te pudiera ver, observar, escuchar.

Pasear por aquellas calles, como si todas estuvieran dentro de un gran patio, es como pasear por otros barrios viejos y semiabandonados por un tiempo, de otras ciudades del Mediterráneo, llámense Alicante, Chaouen o Argel.

¿Quién diría, sentado en una de aquellas terrazas con casas abandonadas, ventanas con hierbas entre los barrotes y bajo las tejas, alguna ropa colgada, farolas que apenas se alumbran a sí mismas, niños jugueteando por las esquinas, que nos encontramos  en la que fue metrópoli del imperio?

Ante tanta variedad de restaurantes, bares, cervecerías, no sabíamos dónde parar.

Tomamos un vino en la barra de un bar con la clientela atenta al partido del Lacio y rehicimos el camino hasta sentarnos en la terraza de un bar de los varios que había en aquella plaza que se perdía en la oscuridad.

Nunca había probado una pizza tan sabrosa, sencilla, variada y crujiente.

Reconfortados por el alimento y el descanso salimos del barrio atravesando el Tíber, esta vez por el puente Garibaldi, desde el que volvimos a ver a la derecha la isla  Tiberina y las grandes ramas de los plataneros orientales bajando hasta casi acariciar el suave curso de este río con tanta historia.

 

José Luis Simón Cámara.

Roma, 5 de Octubre 2007.

Viaje a Roma. 4. Campo de Fiori.

Salimos de la plaza Navona, antiguo estadio construido por Domiciano en el s. I d. C., para celebrar luchas, carreras, luego mercado de la ciudad y ahora lugar de paseo y descanso donde se suceden mimos, carusos, saltimbanquis, rodeada de cafeterías y de bares ante los que músicos de la calle recrean o aburren a los clientes, “obligados” a dejarles alguna moneda, plaza donde hasta las hermosas fuentes de “los cuatro ríos”, “del moro” y de”Neptuno”  compiten ante las iglesias al ritmo de la rivalidad entre sus autores, Della Porta, Bernini, Borromini.

Cruzamos la calle (el corso) Victor Enmanuele y casi enfrente se llega al campo de Fiori, amplia plaza, aunque no tanto como  Navona, rodeada de edificios, si no palacios, palaciegos, trasiego humano de mercado multicolor y de flores.

Junto a los puestos de flores, otra fuente menos pretenciosa, suave susurro del agua, y una señora gruesa encaramada en la concha más baja, como a caballo para no perder el equilibrio se apoya en sus recias e hinchadas piernas para rebajar los calores que le tensan y enrojecen la piel. Por su mirada perdida, por su aspecto descuidado, cabellos, ropa, bolsa, ,..una mendiga.

Allá en el centro la aún humeante estatua que recuerda la quema de Giordano Bruno, aquella voz que, obsesionada por la búsqueda de la verdad y de la ciencia, colgó los estrechos hábitos de dominico y se lanzó por Europa, primero a Ginebra de donde tuvo que huir ante el intransigente rigor de Calvino, después a Londres de donde tuvo que salir igualmente porque los anglicanos no podían soportar sus críticas, aquella voz que debatió con Galileo, hasta que un hombre poderoso, empeñado en que le revelara la magia que sin duda había detrás de su prodigiosa memoria, lo denunció al Santo Oficio por hereje, aquella voz justiciera que fustigaba la hipocresía e inmoralidad que envolvía al papado, incapaz de perdonar, como no sea siglos más tarde, la osadía de un monje ante el poder terrenal de su iglesia, revestida del don de la infalibilidad.

Y en cualquier rincón, quizá aquí mismo donde estoy sentado tomándome un gin-tonic, Caravaggio, el pintor del claroscuro, el pintor que tomó como modelo para su cuadro “La muerte de la Virgen” el cadáver de una mujer ahogada en el río, asestó unas puñaladas a un compinche de juego y lo mandó al otro barrio.

Se diría que de tanta sangre y fuego han brotado esta vida inquieta y bulliciosa y estas flores en la plaza, como en París, donde llaman ahora “de la Concordia” a la inmensa plaza donde estuvo instalada la guillotina.

Detrás, en dirección al Tíber, el palacio austeramente lujoso, elegante y enigmático ejemplar renacentista  de Alejandro Farnese, influyente cardenal y luego Papa, obra de Sangallo, Della Porta y Miguel Ángel.

Es sabido que algunas familias poderosas daban cobijo tras los muros de sus palacios a los perseguidos por la justicia del enemigo.

Aún guardan en sus estancias los disfraces para ocultar la identidad del caballero, del truhán o del canalla, cuchillos y pistolones para deshacerse de un cuerpo en el Tíber y las bolsas para llevar las sucias monedas del crimen.

¡De cuántas conjuras son mudos testigos sus paredes!

¡A cuántos pendencieros abrirían sus puertas en la noche!

 

José Luis Simón Cámara.

Roma, 4 de Octubre 2007.