Viaje a Roma. 6. El Panteón.

Venía de ningún sitio e iba a ninguna parte. Estaba allí.

Puede uno darle vueltas y más vueltas sin salir del asombro. Parece un gigante en una ciudad ciclópea. Por donde quiera y como quiera que lo mires, sentado, bebiendo, caminando, a lo alto, a lo largo, acostado, las columnas enormes de una sola pieza de piedra, el gran frontón triangular, los grandes trozos de piel arrancada,.. estaba cerrado cuando nos aproximamos finalmente, pero parecía que una inmensa hoja de la puerta que aún conserva el bronce original se entreabría, y aprovechando que salía una visita privada, tenían pinta de asistentes a un congreso de historia o de arquitectura, no sé, conseguimos asomarnos, con disgusto del portero, y barruntar un anticipo de lo que veríamos al día siguiente por la mañana.

Nuevamente y, como siguiendo los pasos de un ritual, volvimos a circundar el Panteón, obra dedicada a todos los dioses y una de las mejor conservadas de aquella lejana época.

No sé si podríamos sacar alguna moraleja.

La cúpula, no muy visible desde el exterior, inmensa, es como la cabeza del cíclope apoyada en unas poderosas espaldas reforzadas con arcos del ladrillo aquel que caracteriza al arte mudéjar.

Ya dentro, deslumbra el sol atravesando el enorme ojo que culmina la bóveda.

Se diría que todos los muros y paredes están al servicio de la cúpula más grande nunca construida.

El templo original, del que se conservan restos, se construyó en la época de Augusto, pero fue Adriano el que mandó construir el actual en los primeros años del s. II d. C.

Parece que los estudiosos y estudiantes de arquitectura lo tienen por el canon,  por el templo por antonomasia, porque su técnica y dimensiones no han sido aún superadas tras casi dos mil años.

Es difícil llegar un momento del día en que el Panteón se encuentre solo, aunque no ocurre como en la plaza de España o en la fontana de Trevi, donde la multitud te arrolla, aquí se encuentra uno como solo junto a él, aunque está rodeado de gente.

Como el sol en la playa, aunque haya mucha gente, nadie te lo quita, es como todo para ti y todo para cada uno de los otros.

Y ha sido desnudado a lo largo de la historia, unos quitaron el mármol, otros las tejas doradas en bronce del techo, para cañones, para el baldaquino de San Pedro, para….

Aún así resulta como un coloso al que se le pueden ver algunos huesos sin músculos, como un cíclope al que Ulises no ha conseguido meterle la estaca con fuego en el ojo, pero sí el sol que por él penetra hasta los últimos rincones.

José Luis Simón Cámara.

Roma, 6 de Octubre 2007.