Viaje a Roma. 7. La calle.

Bueno, y luego y siempre, ahí está la calle.

Es imposible, me refiero, claro, al centro histórico de Roma que es muy amplio, encontrarse en un rincón sin que no guarde alguna sorpresa de la historia pasada o presente, algún palacio, alguna iglesia, algún arco, algún mausoleo, algún teatro, alguna estatua con o sin caballo, alguna fuente o varias con animales fantásticos echando chorros de agua por la boca, alguna columna erguida o acostada, algún obispo o cardenal mostrando sus coloridos faldones y calcetines al sentarse en el Mercedes reverenciado por algún par de monjas de cualquiera de las muchas órdenes religiosas aquí enclavadas, algún circo, algún anfiteatro, algún papa de blanco o, como sabemos, disfrazado, que para eso no hace falta llegarse hasta Venecia, algún pobre, iba a decir muchos pero no, no lo digo, algún autobús de procedencias lejanas, algún negro asortijado, algún árabe sin chilaba, asiáticos menos amarillos de lo que siempre han dicho, americanos a rayas como su bandera, de Singapur, algún gato asomado a la ventana, alguna elegantísima dama por las orillas de Véneto o del Corso, alguna calle cortada por los niños saliendo de la escuela, algún guardia, los tranvías, si bajas hasta el metro, pues también, algunos tomando una birra, por cierto más cara que el vino y no por eso vino no aceptable, algunas calles con dispositivos para que los curiosos visitantes no se rompan la crisma al caer espantados por los precios de los escaparates, más iglesias, no exagero, basílicas, templos, ermitas no, casi todas son muy grandes, con pobres a sus puertas, creo que cada una tiene los suyos en propiedad, pidiendo como hace mil años por lo menos, ya lo dijo Cristo “a los pobres los tendréis siempre con vosotros”, rincones desbordantes de turistas, jóvenes que suben como electrificados moviendo el esqueleto al autobús, no, no he visto a jóvenes con las bolsas del botellón en la mano escondiéndose detrás de una iglesia o  de las columnas del Foro, sí a turistas que, olvidados del decoro en el vestir se han visto obligados a bajarse tanto el pantalón corto, hasta las rodillas, caminando como si de geishas se tratara,  también, esto en el Vaticano, no sé si mi imaginación, unos discretos ojos de buey camuflados entre cuadros y tapices y un efímero rayo de luz mostrando unos saltones y lascivos ojos claros reverberantes al paso de un hercúleo joven como escapado de los pinceles de Buonarroti, junto a la estación Términi todos los días unos hijos de Baco haciéndole sacrificios de la mañana a la noche sin interrupción nada más que para recostarse sobre los cartones, vino, supongo que barato, aunque aquí tienen la suerte de que hasta el vino barato es bueno, con sus barbas y pelos desgreñados como sátiros inapetentes, también alguna anciana desdentada recogiendo cartones asomada si llega a los contenedores, vendedores ambulantes con sus centelleantes ojos yendo del suelo donde están sus pertenencias extendidas  al posible cliente y más lejos al seguro policía que de un momento a otro aparece, siempre aparece, esta ciudad es un espectáculo viviente.

 

José Luis Simón Cámara.

San Juan, 11 de octubre de 2007.

(Impresiones del viaje a Roma, 12-15 de septiembre de 2007)