Sueños. 7.

Ya está todo. Puedes despertarte. Como si no fuera conmigo. Yo veía en un gran reloj de pared exactamente las 4.52 minutos. Intenté comprobar la hora con mi reloj de muñeca pero no se me ocurrió levantar el brazo para averiguarlo. Entornaba los ojos aunque podía abrirlos perfectamente. Eso de perfectamente lo tenía muy interiorizado porque lo aplicaba a cualquier movimiento que hacía. Hasta ahora limitado a mirar el reloj o abrir y cerrar los ojos. También recuerdo que no sé por qué, tenía el impulso de hablar en francés cuando pasaban a mi lado y a continuación, como si me diera cuenta de lo inadecuado del uso del francés, lo traducía al castellano. Sólo había una razón que explicara el uso del francés y era la reciente estancia en mi casa durante unos días de una antigua amiga francesa a la que no veía desde París hacía más de 30 años. Ella ya se había marchado pero aquellos días fueron de total inmersión en la lengua de Moliére. Quizá fuera esa la explicación. Y además recuerdo que lo que decía era repetitivo. “Je vous remerçie votre travail, je vous remerçie votre travail”. Os agradezco el trabajo. Poco a poco me iba dando cuenta de que había repetido varias veces la misma frase. Ahora ya sí podía mantener abiertos los ojos todo el rato, no como hasta hacía unos minutos en que creyendo poder mantenerlos abiertos se me cerraban solos por el peso inapreciable de los párpados y también porque no ponía suficiente voluntad por mantenerlos abiertos. Habían pasado unos minutos, ya eran casi las 5, y entonces el tiempo comenzó a parecerme que pasaba más lentamente. Ahora sí intenté mirar la hora en mi reloj pero no lo llevaba puesto. No quería impacientarme y volví a cerrarlos creyendo que así todo discurriría con más fluidez. Cada minuto que pasaba escuchaba con más nitidez los pasos por la sala, palabras sueltas sin sentido, después el ir y venir de conversaciones breves, puntuales, siempre dirigidas a otra gente. Hasta que una joven con uniforme azul se acercó a mí que estaba tumbado sobre una camilla, sí yo estaba sobre una camilla, con un pijama también azul y me preguntó cómo me encontraba. Le dije que me encontraba bien. Incorporó un poco la cabecera de la camilla articulada y me dijo que si no estaba mareado podía bajarme y sentarme en la silla que había puesto al lado de la camilla. Allí me quitó la vía que tenía sujeta a la vena de la mano por donde habían introducido la aguja y me colocó una gasa ajustada con un esparadrapo. Si se encuentra bien podemos salir de la sala. Me ayudó a incorporarme y comencé a caminar, siempre cogido por la enfermera hasta el pasillo al fondo del cual estaba Inma esperando que saliera del quirófano donde me habían hecho una colonoscopia. Poco antes había entrado a una pequeña habitación donde me había desnudado y colgado mi ropa en una percha. Me coloqué un pijama de dos piezas y dejé el reloj sobre la mesa del doctor porque había olvidado dejarlo en el armario. Me dijeron que me tumbara sobre una camilla y me colocara recostado sobre el lado izquierdo en posición fetal. No, no era un sueño, se trataba de una prueba real y mi aturdimiento no era más que el resultado de la anestesia que media hora antes me habían aplicado y me había dormido tan profundamente que, al despertarme, no sabía dónde me encontraba ni qué hacía ni qué había pasado.

José Luis Simón Cámara.
San Juan, 15 de noviembre de 2014

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