Galería de personajes. 15.

Ludopatías.

Le atraía tanto la máquina tragaperras que solo por ella era capaz de apagar el cigarrillo sin apurarlo para poder entrar al bar. Aun así no paraba de maldecir las nuevas leyes que le impedían simultanear, como antes, sus dos vicios compulsivos. Delgada y exagerando su delgadez con una ropa siempre ajustada, caminaba nerviosa por la calle y la proximidad de un bar con máquina parecía hacerle acelerar el paso. Cabello corto, rubio y un poco rizado. Las uñas mordidas y pintadas, repartiéndose el hueco de los labios entre ellas y el cigarro. Alguna vez con dos hijos pequeños a su lado, uno agarrado a su falda o pantalón, con más frecuencia, y el otro apoyada la cabeza en un taburete de la barra mientras ella se rebusca en el bolso las monedas que la máquina se traga. Su mirada nerviosa va de la calle a la barra, mirando con desconfianza. Yo, imposible estar ajeno al espectáculo, me tomo un café preguntándome cómo es posible la escena que presencio. Una sensación de pena, de abatimiento, de ver el inevitable desenlace, como cuando una pequeña embarcación zarandeada por el viento es arrastrada al precipicio por la impetuosa corriente, me recorría el espinazo, sobre todo pensando en el futuro de esos niños, sin duda abandonados a su suerte.

Más próximo y doloroso para mí el caso del hijo veinteañero de mi amigo muerto imprevistamente y antes de tiempo. Ludópata. Cuando pasa junto a un salón de juego se le altera el pulso, comienza una excitación incontrolable, se le demuda la color y, si con gran esfuerzo, consigue superar la tentación, primero pasa un rato de nerviosismo y alteración y después entra en un estado semidepresivo de agotamiento y abatimiento del que le cuesta reponerse. Si, por el contrario, y, como suele ocurrir habitualmente, sucumbe a la tentación, mira de soslayo antes de entrar, como para no ser visto por quien no quiere que lo vea, y echándose la mano a la cabeza en un intento de ocultar la cara, desaparece sigilosamente, tragado por su irrefrenable deseo del que es fiel esclavo.

Y no puedo olvidar el comentario que mi amigo Pepe, el torero, con mucha discreción y en voz baja, para que nadie más que yo lo oyera, me hacía cuando nos veía echar unas monedas a la máquina tragaperras a mi otro amigo Santi y a mí. No es que lo hiciéramos con frecuencia, pero a veces, mientras tomábamos unas cañas en un bar cualquiera y por pasar el rato, lo hacíamos.

— ¿Sabes qué es lo mejor que os puede pasar cuando jugáis a las máquinas tragaperras?

— Pues no sé. ¿Qué quieres decir?

— Que no os toque ni un duro porque así se os quita la gana de repetir. Si uno tiene la mala suerte de que le salga algún premio, cuanto mayor peor, la adicción aumenta y acaba uno jugándose, como conozco varios casos, hasta los ojos.

¡Cuántas veces he recordado esos sabios consejos! De alguien que solo tuvo por libro varias cuartas de tierra, por renglones los surcos hechos primero con legón o azada, su lápiz, después con arado y más tarde con mula mecánica. Aprendidos de sus padres los ciclos de la tierra, las épocas de siembra, el vuelo de las aves según las estaciones, los indicios de la lluvia, siempre tan imprevisible y escasa por estas tierras.

San Juan, 4 de Abril de 2016.
José Luis Simón Cámara.

Un pensamiento en “Galería de personajes. 15.

  1. Peligrosísima es la ludopatía. Deberían prohibir ( como hicieron con el tabaco ) las máquinas tragaperras y los casinos.

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