El ruedo ibérico. 2.

Sé que hay que aguantar muchas cosas en la vida. Desde unos vecinos ruidosos a unos compañeros de trabajo insolidarios, desde una casa donde se pone el sol antes de tiempo a unos vientos que te la llenan del humo de la barbacoa próxima, desde una barriga que no consigues reducir a pesar de los abdominales hasta una calvicie impropia de tu edad. Todo esto y muchas otras cosas, la lista sería interminable, tenemos casi inevitablemente que aguantarlas.

Lo que no estoy dispuesto a soportar es que una nueva casta de políticos que se creen haber llegado a este mundo como si nada hubieran hecho en él quienes les han precedido, en el terreno de la democracia y de las libertades, estén dando demasiadas muestras ya, primero de no respetarlas y defenderlas en algunos de los países que les han servido de guía y referencia donde sistemáticamente se menosprecian y pisotean, y segundo, que consideren no ya solo a sus votantes sino incluso a sus militantes como retrasados mentales hasta el punto de proponerles en un referéndum si son partidarios o contrarios a un acuerdo político entre dos partidos, uno de los cuales consideran antagónico y otro al que pretenden reemplazar, y por otra parte si son más bien partidarios de la propuesta imaginada por ellos mismos de confluencia entre ellos y el partido o partidos a los que pretenden fagocitar para llegar, si estuviera al alcance de sus laboratorios de análisis político, a convertirse poco menos que en partido único y poder aplicar así en la sociedad los democráticos sistemas de funcionamiento que están siguiendo en el nombramiento y destitución de sus más altos cargos dentro de la asamblearia organización, métodos que recuerdan a los procedimientos utilizados por los sistemas políticos más autocráticos de cualquier signo que ha conocido la reciente historia europea de la que parecemos no estar vacunados, de la que parecemos no aprender.

Esto por no hablar ya más del cacareado derecho a decidir que me recuerda esa horrible y reciente historia que parecía irrepetible en Europa después del denostado Holocausto en la 2ª guerra mundial, ahora que se cumplen 25 años del múltiple genocidio en aquel país tan parecido por muchas razones a España, donde la locura nacionalista, revestida de reivindicaciones culturales, lingüísticas, religiosas y étnicas, abocó a Yugoslavia a una de las mayores tragedias humanitarias de nuestra época y todo eso en nombre de la defensa de las características identitarias que llevaron a la humillación, violación y aniquilación del adversario a miles y miles de personas por el solo hecho de haber nacido en el lugar equivocado o de haber hablado la lengua equivocada o de haber profesado la religión equivocada o de haber tenido el color de piel equivocado. Toda una serie de errores que llevaron a unos y a otros a la tumba o a vivir en un infierno. Sé que estoy simplificando. Ni se trataba de espacios equivocados hablar una u otra lengua, profesar una o ninguna religión o vivir en un lugar u otro. Ni se trataba de uno solo sino de muchos infiernos que ahora ya no se llaman Yugoslavia, que se llaman Eslovenia, Croacia, Bosnia-Hercegovina, Serbia, Montenegro, Kosovo y Macedonia. En toda esta rica variedad plurinacional tuvieron mucho que ver los preclaros intelectuales que animaron el cotarro hasta que saltó la chispa aprovechada por los matarifes de uno y otro bando ante la voraz mirada del concierto internacional que daba salida al arsenal que dormía envejecido en los almacenes militares.

San Juan, 19 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara

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