Abril, elecciones mil.

Casi en todas las épocas de la historia se ha dicho en alguna parte, me refiero especialmente al mundo occidental, que se viven tiempos convulsos.

No creo que haga falta recurrir para demostrarlo a la interminable y cruel lista de guerras y conflictos que en muchos casos nos han ayudado a ubicar a cantidad de países desconocidos hasta ese momento en el mapa de la Tierra.

Por limitarnos a nuestro pequeño mundo, ni siquiera a Europa sino a España, podemos decir a pesar de todo que desde el siglo XV estamos viviendo el más largo período de paz estos últimos 40 años.

Bueno, de paz relativa porque dentro de ese marco general de convivencia la aparición del nacionalismo ha creado monstruos que bajo distintas siglas han llevado la marginación social, la extorsión, la violencia y la muerte a nuestra sociedad.

Ya parecía que se había dormido la bestia nacionalista en el País Vasco y ha sido reemplazada por la catalana que se presentaba inofensiva comparada con la de las pistolas en la nuca, pero que genera tanto veneno que está emponzoñando a toda Cataluña, otrora ejemplo de universalidad y tolerancia.

En cuanto al País Vasco digo que parecía que se había dormido pero la vemos renacer en esas palabras de desprecio y odio: “nazis, fascistas, asquerosos”, vertidas por Julen Arzuaga hace unos días en el Parlamento Vasco, donde si sus palabras fueran balas hubieran fulminado a los representantes de la policía y guardia civil presentes en el Parlamento.

En Cataluña, afortunadamente no se ha llegado tan lejos como en el País Vasco por el momento, pero ya ha habido muchos episodios que recuerdan la tristemente famosa noche de los cristales rotos en la Alemania nazi.

Estamos en período electoral y es tal la confusión entre ofertas, promesas y mezclas políticas que intento con estas reflexiones tratar de orientarme para votar a unos u otros partidos atendiendo, claro está, no solo a lo que dicen sino también y principalmente a lo que hacen, porque todos sabemos que no es lo mismo predicar que dar trigo.

Ni siquiera podemos estar seguros, salvada esta incógnita, de los posibles pactos postelectorales que en muchos casos pueden resultar imprevisibles.

Mezclando todos estos factores podría darse la situación de que tu meditado voto fuera a dar apoyo a una fuerza política de la que te sientes muy lejano.

No en todos los momentos históricos son siempre los mismos temas los más importantes. Está bastante claro, por ejemplo, que durante la guerra civil española las luchas internas dentro del bando republicano contribuyeron a su derrota militar.

¿Era en aquellos años más importante invertir las energías en la búsqueda de la justicia social, es decir, en la distribución de la riqueza o en luchar contra el levantamiento militar? La experiencia lo dejó bien claro.

Ahora en España se ha vuelto a plantear con crudeza el problema territorial. El social es permanente. Y éste es el que ha diferenciado tradicionalmente a la izquierda de la derecha, aunque muchas veces y en los últimos años los perfiles diferenciadores se han difuminado tanto que esa denominación no tiene referentes objetivos sólidos ni claros.

Ahora el conflicto que se dirime está salpicado de elementos económicos que junto con otros lingüísticos y étnicos, todos ellos mezclados en una espiral de subvenciones y control de los medios de comunicación, crean una barrera social en la que a un lado están los beneficiarios de esa situación y a otro todos los demás, a los que se considera adversarios y traidores a la causa. Además, los que controlan los mecanismos de dominación social y mediática y avasallan al resto, se consideran oprimidos por el gobierno del Estado que, haciendo dejación de su obligación, permiten que en esa zona del territorio la mayoría de los ciudadanos vean pisoteados sus derechos y reducidas sus libertades.

Creo que en este momento lo más importante es salvaguardar la igualdad de todos los ciudadanos de cualquier parte del país y para ello hay que parar los pies a quienes encabezan la rebelión contra el Estado, único defensor de la igualdad de todos ante la ley, y a quienes están poniendo las bases en otros territorios para seguir los mismos pasos.

Los dos movimientos nacionalistas más virulentos han pasado de la justa reivindicación lingüística autóctona a convertirla en un elemento diferenciador y en un requisito que impide el libre ejercicio de los mismos derechos a todos los ciudadanos del Estado. (Cuando yo hice oposiciones para ser agregado de lengua y literatura españolas pude presentarme y elegir plaza en todo el territorio nacional. Ahora, 40 años después, es imposible presentarse a oposiciones y menos aún solicitar plaza en algunas partes del territorio español donde existe el requisito lingüístico. ¿Parece razonable que con el paso de los años se reduzcan los derechos en lugar de acrecentarlos?). Esta práctica se ha convertido además en un trampolín para erradicar, si pudieran, la lengua común, marginándola como elemento de unidad y convivencia.

No se trata de recentralizar ni tampoco de convertir las metrópolis de los distintos reinos de Taifas en cobijo y entramado de privilegios multiplicados por mil. Una sabia y prudente norma general estatal puede ser más clara y limpia que mil diferenciadas y sujetas a intereses tan particulares que no sabemos a quién benefician, si al legislador o al legislado.

Aún no sé, después de tantos años ya, tantos como tiene la democracia española, cuál va a ser la orientación de mi voto. Aunque conozco los cuatro puntos cardinales.

Pero no pienso darlo, desde luego, a aquel o aquellos partidos que antepongan los intereses de un territorio o grupo humano o sector social al de todos los ciudadanos, cualquiera que sea su origen, raza o condición, como dice nuestra Constitución, única capaz por el momento, de mantenernos como seres libres e iguales ante la ley.

Es bien posible que el voto, que hasta ahora ha sido normalmente unidireccional, es decir, al mismo partido en las distintas elecciones (municipales, autonómicas, generales y europeas), se diversifique y varíe dependiendo de las propuestas y los candidatos en las distintas citas electorales.

Nunca pensé verme en la tesitura presente. A este ritmo tendremos que hacer cursos acelerados de preparación electoral en las más prestigiosas universidades del mundo o bien regresar a la caverna de Platón para ver sobre los muros las sombras reflejadas de la realidad.

Volviendo al principio de la reflexión recuerdo aquellos conocidos versos de Bertold Brech

“A los que vendrán después”:

“Realmente vivo en tiempos sombríos.
La inocencia es locura. Una frente sin arrugas
denota insensibilidad. El que ríe
es porque todavía no ha oído
la terrible noticia.
¡Qué tiempos son estos, en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque implica silenciar tanta injusticia!…”
 

Y no es casualidad que sea otro escritor, también perseguido por el nacionalsocialismo, como Stéphan Zweig, el que en su testamento vital y literario “El mundo de ayer” decía:

“He visto las grandes ideologías de masas crecer y propagarse ante mis propios ojos: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que ha envenenado la flor de nuestra cultura europea”.

Lo más triste de citar a Zweig no es ya que escribiera el libro en 1941, no hace tanto tiempo, después de todo en la década en que nací, sino que muchos años después, hace solo 20 ó 25 años, haya tenido lugar la matanza de 800.000 personas en Ruanda (África) entre Hutus y Tutsis o la guerra de Los Balcanes que supuso la disolución de Yugoslavia y la formación de seis naciones con más de cuatro millones de desplazados, miles de violaciones y más de 200.000 muertos, todo esto entre 1991 y 2001, en la misma Europa de la primera y de la segunda guerra mundial. Los motivos de aquéllas y de éstas los de siempre:

Las etnias, las religiones, las lenguas, la riqueza, todos los ingredientes o variantes del nacionalismo al que alude Zweig.

La conclusión no puede ser más triste. Nunca aprendemos de la historia. El hombre es el único animal que tropieza no una sino muchas veces en la misma piedra. Habría que empezar a poner en duda que el hombre es un animal racional. A pesar de sentirme un optimista visceral no veo razón para mantener el optimismo racional.

San Juan, 9 de abril de 2019.
José Luis Simón Cámara.