¡Siempre los amigos!

Él ya había muerto. Pronto haría varios años. Aun así, yendo aquella noche de regreso de la montaña donde un grupo de amigos observábamos deslumbrados los saltos de agua después de unas lluvias torrenciales, mantuvimos esta conversación. Aunque él no había estado con nosotros porque había subido más arriba todavía, donde el riesgo de perecer víctima de un resbalón era mucho mayor. Pero ya bajando juntos y, como si intuyera su próxima muerte, de hecho ya pasada, le conté, para su tranquilidad, la historia y sobre todo la filosofía de Crotilo o Crótilo de Lesbos. Sé que no es muy conocido, incluso ha habido historiadores como Plutarco que han querido hacerlo desaparecer de los anales de la historia, simplemente no citándolo, porque entre otras cosas sus amoríos con Safo ponían en duda las inclinaciones exclusivamente homosexuales atribuidas a la poetisa que pondrían patas arriba la denominación de lesbianas atribuida a las mujeres con ese tipo de tendencia sexual. Pues bien, la importancia de la reivindicación de Crotilo o Crótilo de Lesbos, además de para que la historia no sea falseada según el interés del que la inventa, costumbre bastante generalizada en nuestros tiempos, quizá en todas las épocas, es porque aquel poeta, muerto joven, aunque no hay certeza entre los historiadores, parece que no llegó a los 40, había afirmado en uno de sus escritos que más allá de los 39 años y habiendo sido dotado por la diosa Atenea del ingenio para vivir y observar la vida, no valía la pena vivir porque a partir de esa edad se multiplicaban los achaques y se reducían los placeres…. Es una simplificación de su filosofía, pero por ahí iban los tiros.

Y todo esto se lo contaba yo a mi amigo que parecía así entender e incluso aceptar su futura muerte ya pasada cuando aún su cuerpo podía emprender con entusiasmo la subida a las más altas montañas de nuestro entorno y saborear otros muchos placeres aparte de los imperecederos e inapreciables de la amistad. Su corazón, inestable y mudable, aún se henchía de amores nuevos que le devolvían la juventud cada vez más lejana. Por poner un ejemplo. No hablemos ya de los placeres de la mesa o, mejor, de la barra, porque era mayor nuestra afición a acodarnos con movilidad y teniendo ante nuestros ojos los manjares para elegir entre los más apetitosos. ¡Qué decir de Baco! Aunque las destilaciones de la cebada, por las que comenzábamos, las de la uva con las que seguíamos, y las del wisky con que solíamos acabar, ya no eran tan abundantes, habíamos cambiado la cantidad por la calidad , sí eran más selectas y nos esmerábamos más en las bodegas, añadas y cepas. No por ningún prurito aristocrático sino por poder seguir saboreando esos líquidos aúreos sin dañar demasiado el hígado y el riñón. ¡Ah!, recuerdo otras épocas en que el trasiego de botellas nos llevaba del ron al tequila y el mezcal. Y cuando las vaciábamos anudábamos las lagartijas del fondo por las colas y nos las colgábamos de las orejas. Esos eran otros tiempos.

Todo era como un sueño en el que el futuro se anteponía al pasado.

Si Plutarco hubiera escrito “Las vidas divergentes” habría incluido sin lugar a dudas la biografía de Crotilo o, según otros, Crótilo de Lesbos.

San Juan, 12 de marzo de 2020.
José Luis Simón Cámara.