Desde el más allá. 3.

III

TABLILLAS I y II

“Quiero dar a conocer a mi país a aquel que todo lo ha visto, a aquel que ha conocido lo profundo, que ha sabido todas las cosas, que ha examinado en su totalidad todos los misterios, que ha descubierto los secretos y que nos ha transmitido noticias anteriores al Diluvio. Dos tercios de él son divinos, un tercio es humano. Tenía un rostro imponente, un cuerpo gigantesco, de esbelta estatura. Sus armas están siempre dispuestas, los jóvenes de Uruk no cesan de temblar, no deja un hijo a su padre, día y noche su comportamiento es opresivo. No deja ninguna hija a su madre, incluso ya prometida. Gilgamesh no deja a ninguna muchacha a su marido. Los dioses oyeron las repetidas quejas de los habitantes de Uruk y entonces interpelaron a Aruru, la Grande: Aruru, tú que has creado la humanidad, crea ahora su doble y que rivalicen entre sí para que haya paz en Uruk. Cuando Aruru oyó estas palabras, se lavó las manos, cogió un pedazo de arcilla y en la estepa modeló al valiente Enkidu. Todo su cuerpo está cubierto de pelo, no conoce ni humanos ni país civilizado. Con las gacelas mordisquea la hierba, con la manada abreva en las orillas del río, con las bestias salvajes se satisface. Un día un cazador, trampero de oficio, se topó con él, frente a frente. Cuando el cazador lo vio, su rostro se contrajo de temor, el miedo atenazó sus entrañas. El cazador dijo a su padre: Padre mío, hay un hombre que ha venido de la estepa, dotado de gran fuerza. Estoy tan asustado que no me atrevo a acercarme a él. Ha tapado las trampas que yo había abierto, ha destruido las redes que yo había tendido, ha hecho que escapen de mis manos manada y bestias de la estepa. Me impide que cace. Su padre abrió la boca para hablar y dijo al cazador: Hijo mío, Gilgamesh reside en Uruk, no hay nadie que tenga más fuerza que él. Dirige tus pasos hacia él y háblale de la fuerza de ese hombre. Siguiendo el consejo de su padre el cazador decidió ir a ver a Gilgamesh y le contó lo que había visto. Dirigiéndose al cazador, Gilgamesh le dijo: Ve, cazador, lleva contigo a la hieródula Shamkhat (una puta sagrada), en cuanto él llegue con sus bestias junto al río, que ella se quite sus vestidos y le ofrezca sus encantos. Llegó la manada y alegró su corazón en el agua. Shamkhat vio a aquel hombre salvaje. Es él, le dijo el cazador. Deja caer tu ropa, descubre tu sexo y que posea tus encantos. No lo rechaces. Acoge su ardor. En cuanto te vea así, se acercará a ti, quítate entonces tus vestidos para que yazga sobre ti y para tal salvaje desempeña tu arte de mujer. Shamkhat dejó caer su ropa, descubrió su cuerpo y él poseyó sus encantos; sin rechazarlo, ella acogió su ardor y él sació con ella su codicia amorosa. Durante seis días y siete noches, Enkidu, excitado, cohabitó con Shamkhat. Después que hubo saciado su voluptuosidad, volvió su mirada en busca de su manada, pero al ver a Enkidu las gacelas huyeron. Enkidu había perdido sus fuerzas, su cuerpo estaba flojo, sus rodillas quedaban inmóviles, al tiempo que huía su manada. Enkidu estaba débil, no podía correr como antes, pero había desarrollado su saber, su inteligencia estaba despierta. Se sentó a los pies de la hieródula y se puso a contemplar su rostro. Ahora comprendían sus oídos lo que le decía la hieródula. Ésta le dijo: Eres hermoso, Enkidu, ¿por qué quieres todavía vagabundear por la estepa con las bestias? La leche de las bestias salvajes solía él mamar. Le pusieron ahora pan ante él, entornó los ojos, lo miró y lo examinó con desconfianza.

Enkidu no sabía comer pan; a beber cerveza nadie le había enseñado. La hieródula le dijo a Enkidu: Come pan, Enkidu, es necesario para vivir. Bebe cerveza, es la costumbre del país. Enkidu comió pan, hasta saciar su hambre. Bebió cerveza, ¡siete cántaras! Con el ánimo distendido, se puso a cantar: su corazón estaba alegre y su rostro se iluminó. Después limpió con agua su cuerpo, se friccionó con aceite, se puso un vestido y pareció un hombre. Ven, deja que te lleve a Uruk, en donde reside Gilgamesh, perfecto en fuerza, y donde, como un búfalo salvaje, sobrepasa en fuerza a los demás hombres. Mientras ella le hablaba él asentía a sus palabras. Era un confidente lo que su corazón ansiaba, un amigo. El divino Enkidu contestó a la hieródula: Vamos, condúceme a él. Yo quiero provocarlo, lanzarle un desafío. Vamos, pues, Enkidu, a Uruk la amurallada, donde los hombres se ciñen fajas, donde cada día es fiesta, donde las rameras, de espléndida belleza, adornadas de voluptuosidad, plenas de felicidad, yacen en sus lechos, de noche, con los más altos personajes. A ti, Enkidu, que no conoces la vida, te mostraré a Gilgamesh, el hombre de alegrías y desgracias. Todo su cuerpo emana una seducción fascinante y su fuerza es superior, con mucho, a la tuya. Él no descansa nunca, ni de día ni de noche. ¡Oh, Enkidu, renuncia a tu presunción! Antes de que tú vinieras de lo hondo de la estepa, Gilgamesh ya te veía en sueños y su madre Rimat-Ninsún le explicaba el sueño. Hijo mío, el hacha que tú has visto es un hombre. Y Gilgamesh, dirigiéndose a su madre le dijo: Madre mía, que pueda tener un amigo como consejero. Shamkhat contaba a Enkidu los sueños de Gilgamesh, mientras situados al borde del abrevadero, ambos prolongaban sus caricias.”

Mientras celebraba un festín con Shamkhat, vio a un hombre y le dijo a la hieródula. Aleja a este hombre. ¿Por qué ha venido aquí?. Y preguntó al hombre: Hombre, ¿adónde vas tan deprisa? He sido invitado, le dijo, a la Casa de los Esponsales. A la esposa elegida, Gilgamesh la posee, él, el primero, ¡el marido después! Así se decretó en el consejo de los dioses. Al oir estas palabras del hombre, el rostro de Enkidu palideció y se puso encolerizado. Enkidu delante y Shamkhat detrás se dirigen a la ciudad. Cuando entraron en Uruk, la de las amplias plazas, la gente se reunió a su alrededor y decía: ¡Cómo se parece a Gilgamesh!

Se dispuso un lecho a fin de que Gilgamesh, con la novia, se uniese aquella noche. Y cuando se dirigió allí Enkidu bloqueó la puerta de la Casa de los Esponsales y no permitió que pudiera entrar cortando el camino a Gilgamesh. Gilgamesh lo miró con atención. Enkidu estaba totalmente encolerizado. Ambos se enfrentaron en la gran plaza del país. Enkidu obstruyó la puerta con su pie; no dejó entrar a Gilgamesh. Se agarraron y, como toros, se acometieron fuertemente. Derrumbaron el umbral, los muros temblaron. Entonces Gilgamesh hincó la rodilla, con el pie en el suelo su cólera se calmó y desvió su pecho. Enkidu se sentó en el suelo, sus ojos se llenaron de lágrimas, ellos se abrazaron el uno al otro, unieron sus manos como hermanos. Y Enkidu le dirigió estas palabras a Gilgamesh. ¡Amigo!.

(Texto tomado, como los siguientes, de la traducción y notas de Federico Lara Peinado, en Tecnos, 2005)

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.