El péndulo

Desde la atalaya donde pasé horas leyendo, escribiendo y mirando las nubes rozadas por las copas de los árboles durante el primer y sorpresivo confinamiento en el mes de Marzo de 2020, vuelvo a pasar ésta, no sé si 2ª o 3ª ola, cada vez más cercado por la pandemia. Abrió una brecha no sabemos cómo y se ha introducido en nuestra plácida vida. Primero mi hija, poco después su hijo y luego su hija con 15 años recién cumplidos. Por los mismos días también Teresa, la bebé de 10 meses de mi hijo. Luis y Caterina, sus padres, parecen tener síntomas pero por el momento la última prueba dio negativo. Hace un minuto, mientras escribo estas notas, me ha llamado mi hijo para preguntarme por su madre y decirme que también yo he dado positivo. Lo ha informado mi cuñada médico que tiene acceso al banco de datos. El cerco se ha estrechado al límite. Tendremos que convivir todos con el virus hasta que desaparezca. Confinamiento total. Hace un rato, desconocedor aún del resultado positivo, he salido a llevar unas naranjas a mi hija, devolver unos libros en la biblioteca donde, por cierto, me han tomado la temperatura, y a tomar un café. Por el momento creía no tener síntomas aunque el relativo malestar que yo atribuía a una crisis de alergia que he atacado con antihistamínicos y un ibuprofeno desde hace 3 ó 4 días, puede haberse debido ya al virus. Comenzaba estas notas pensando hablar de Filomena, esa tormenta que está dejándonos sin sol, con lluvia y nieve. Las montañas en los alrededores blanquean junto al mar. Veo agitarse las ramas de los árboles a través de los cristales por donde chorrea la lluvia formando canalillos que bajan rápidos y silenciosos.

Filomena. Amiga o amante de la música o de los pájaros. ¿Quién pondrá nombre a las tormentas? Acaba de escribir un mensaje mi nieta preguntando cómo estamos y le he respondido “bien, aunque sabrás que también soy positivo”. Y esta respuesta me ha llevado a reflexionar. Toda la vida intentando ser positivo y ahora hubiera dado cualquier cosa por ser negativo. Curiosos cambios de viento, de significado en las palabras según las circunstancias. Yo que me creía el soporte, el apoyo, el sostén de mi familia, animándolos, llevándoles lo necesario a casa y ahora, de golpe, ni siquiera puedo salir del portal de mi casa. Sorpresas te da la vida. Espero que estos días de incomunicación, de aislamiento, de reflexión, el virus no se muestre muy agresivo, permanezca adormecido y nos permita saborear el silencio, la calma, el ruido lejano de los coches allá por la carretera. ¡Qué hermoso ver cómo los árboles, limpios y brillantes por la lluvia, se cimbrean con el viento de Levante en movimientos repetidos y distintos. Nunca se mueven igual las ramas ni las hojas. Éste casi recién estrenado invierno está ayudando al otoño en la caída de las hojas que aún seguían, fuera ya de tiempo, agarradas a los árboles.

Y amarillas, caen, acunadas con el peso de la lluvia, allá donde las lleva el viento.

El baile va cambiando según vienen las rachas. Nunca sigue siempre la misma dirección. A veces predomina el Levante, como ahora, pero hay rachas del Norte. Las montañas y los valles varían la dirección y la velocidad arremolinándose las hojas y los pétalos de las flores delicadas en cualquier rincón del patio, sin una lógica clara. ¿Por qué allá y no aquí? ¿Hay acaso un solo dios del viento o son varios que discrepan en sus designios? Éolo, Bóreas, Céfiro, Harpías, y tantos más, sólo en el Olimpo griego. ¿Cómo queremos controlar los vientos?

San Juan, 8 de Enero de 2021.
José Luis Simón Cámara.