Jeromín

Ayer me llamó, después de varios meses sin noticias, mi primo Jeromín. Así le seguimos llamando con sus 84 años, poco pelo y mucha guasa. De la rama de los Cámara. Llevo tanto tiempo sin ir por la Vega Baja, y más concretamente por mi pueblo, donde él suele acudir para juntarnos, que, claro, ¿cómo íbamos a vernos?

-Primo, ¿cómo estás?

Yo, después de varios días de enclaustramiento, sin ganas siquiera de salir al patio a tomar el sol, lo había hecho ese día por primera vez desde que me afectó el virus. De todos modos ni quería abrir otro frente ni quería preocuparlo y le oculté todo ese apartado.

-¡Hombre, Jeromín, cuánto tiempo! ¿Y tú, cómo estás?
-Estoy que no valgo ná. Se ve que el otro día hice un esfuerzo y tengo los riñones hechos polvo.
-No me digas. ¿Te acuerdas de cuando te echabas la moto a los hombros para cruzarla por el barro sin que se manchara? ¿Te acuerdas de cuando en las fiestas de los pueblos cogías a la vaquilla por el rabo y los cuernos hasta que la tirabas al suelo?
-¡Ostias! No ha pasado ná de tiempo de todo eso. Ahora no valgo ná. Con los piazos de tías buenas que hay por ahí…¿Has visto esos culos? ¿Y esas tetas?
Y yo sin mina. Tó mierda.
-No me hagas reír, primo.
-No, no es para reírse.
-Bueno, al menos tenemos la vista y podemos recrearnos viendo todo eso.
-Sí, eso es verdad, pero ¿para qué? Si ya no…
-¿Cómo tienes las habas, Jeromín?, le dije por cambiar de tercio.
-Este año de tanta desgracia, tengo un cosechón.
-Pues yo, mira, comprándolas por aquí en el mercado.
-¡Que no me entere yo!
-¿Qué vamos a hacer, hijo? Cuando pase esta situación te prometo que te llamo y voy a verte en el primer viaje que haga al Siscar.
-A ver si es verdad. Porque todo es ruina. La familia no nos vemos. Yo no sé qué está pasando.
-Un abrazo, Jeromín. Saluda a los tuyos

Sin precisar porque ni siquiera sé quiénes son los suyos. Peleado por herencias con su hermano menor hace muchos años. Ni se hablan. Visita de vez en cuando a su hermana con la pierna amputada hace ya tiempo, no el coraje. Su primera mujer, belleza de las fiestas del pueblo, con la que tuvo dos hijos que apenas ve, y de la que se separó hace ya muchos años, murió. Hace ya un tiempo convive con una viuda con hijos en la “verea” de Buena Vida. Es casi toda su familia. Aparte de algunos primos, como yo, con los que con el paso del tiempo, que ha ido dejándolo cada vez más solo, ha vuelto a retomar una vieja relación juvenil, desaparecida durante muchos años. Es un poco la vuelta al pasado. El reencuentro con un tiempo mejor que el presente, lleno de sinsabores, e idealizado. Aquel tiempo en que con la corbilla al hombro, unas cuerdas al cuello, el perro a su lado y montado en una de las bicicletas que había en su casa de los Tres Puentes, enfilaba para la sierra a pasar el día, cortar unas ramas, regar los limoneros, todo el monte suyo, de vez en cuando una liebre, una perdiz, a veces, raras, una tía, una campesina. Entonces sí, entonces sí había mina. Lo que faltaba eran tías.

San Juan, 18 de enero de 2021.
José Luis Simón Cámara.

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