Despedida[1]

Reducida a cenizas aquella humanidad tan grande, que no cabía en un cuerpo pequeño, ahí estás ante nosotros, rodeado de nosotros, como tantas veces, pero ahora inerte, en una pequeña urna en la que apenas cabría tu puño dentro de una bolsa colgada de la mano de tu hija, inagotable fuente de lágrimas y suspiros, tú tan amigo de abrazos, con tus eternas gafas de culo de vaso, ¡qué poco tiempo has disfrutado de tu operación de cataratas de la que te sentías tan ufano! Y cómo te vamos a echar de menos en todos los sitios a los que acudíamos juntos, la mayoría de las veces por ti convocados, fuera la Residencia o el Susarón o el Salt, el lugar era lo de menos, lo importante era juntarnos, mantener los lazos creados a lo largo de tantos años. En los últimos tiempos ya con aquel coche furgona, capaz de llevar el carrito de tu amada, si no la más una de las mujeres más queridas por su andante caballero que cambió la espada, la armadura y la montaña por su entrega y sus desvelos en esa amorosa gruta empapelada de libros, de historias, de versos,, pálido reflejo de aquella otra historia de verdad, la que vosotros vivíais y escenificábais cada día en el escenario de vuestra vida.

Quizá no nos dimos cuenta nunca de que aquellas tardes que pasamos juntos en vuestra casa, algún día dejarían de repetirse. Quizá no nos dimos cuenta nunca de que aquellos besos, aquellos abrazos, aquellas caricias a la vista o a escondidas, aprovechando una visita a la cocina o la estrechez entre la pared y la mesa de los manjares, aquellas canciones para todos pero mirando unos ojos. Todo aquello acabaría algún día y jamás lo habíamos pensado. Como los juguetes de un niño siempre a su disposición. ¡Cuántas veces nos adentrábamos en los pantanosos terrenos de la política argumentando ardorosamente de uno y otro lado sin que jamás enfriara nuestras cálidas relaciones! ¡Qué lejos y fútiles han quedado todas aquellas disputas ante tu cuerpo quemado, ante el pocos meses antes quemado cuerpo de nuestra querida musa común, de la extremadura, afilada y extremablanda Mercedes.! ¡En qué poco tiempo os habéis marchitado árboles con raíces tan profundas y ramaje tan frondoso, cobijo de hijos que han emprendido el vuelo! ¡Qué frágil es el cuerpo más vigoroso! De un solo golpe ¡zás! Todo por tierra. “¡Qué solos se quedan los muertos!”, dijo el poeta, pero ¡qué solos se quedan los vivos!

Y qué decir de Lillian que, como de Pepe, no sepamos. Si no tuviera alguna de las virtudes que adornaban, ¡ay!, usando ya el pasado, a este santo laico, aunque todo se pega, hay otras muchas, su entereza, su esperanza, su sinceridad, a veces inquietante por la falta de pelos en la lengua, para piropos y afrentas, su ánimo inquebrantable, ya más de 30 años enfrentándose a esa abominable enfermedad, arterioesclerosis múltiple, sin cejar un solo momento, pero, ¡ay!, su fuerza, su apoyo, su sostén se ha marchado y ella sabe muy bien en su inconsciencia que “sin ti no soy nada”. No quieran el cielo ni el infierno que se la lleve la Parca, pero mucho me temo que, de conocer la historia, de saber que su amado la ha precedido en el último viaje, su deseo sería, como nueva Julieta, encontrarse donde fuera con los brazos de su amado. Nunca sabremos lo que nos depara el destino. Quizá sea mejor no saberlo. Ojalá el nuestro, como el suyo, esté entre los mejores posibles.

San Juan, 5 de febrero de 2021.
José Luis Simón Cámara.

[1] Para Pepe Satorre, Lillian, su hija, familia y amigos.