Sueño inducido

Ya de vuelta a casa, como si hubiera hecho un largo viaje. No por la distancia, apenas me he desplazado siete kilómetros, sino por sus características. Cuántas veces he rebasado ese punto, donde hoy me he detenido, para llegar a la ciudad y perderme por sus calles, plazas y callejuelas. Con amigos, cada vez menos, o solo.

Controlando siempre, o casi, la dirección de mis movimientos. Si una caña bien fría, el Enrique, para el vermut el Nic, para el capellán el Layton, si unas gambas a las Chapas, una marinera al Manero, unas caladas al Barrio y, luego ya los wiskies, todos tan embotellados, que da casi igual, pero aun así hay algunos sitios preferidos, la música, la vista, el personal,…

Pero no, hoy he parado el viaje mucho antes de llegar a la ciudad. He hecho escala en Vistahermosa. ¡Cielo santo! Donde han vivido tantos años mis amigos Lillian y Pepe. Ya idos para siempre. Tengo que hacer un esfuerzo para asimilarlo. Parece tan increíble. Es tan increíble. Hace cuatro días llenos de vida y ahora reducidos a polvo. Sí, viven en nosotros, sus amigos, pero eso es una forma de hablar, eso ya no es vida. La de la fama que decía Jorge Manrique, del que tú, Pepe, tanto sabías. Mira para lo que te ha servido. Eso sí, todos aquellos a los que tú has enseñado esos versos, otros versos y otras historias, no paran de pararme por la calle para lamentar tu pérdida y la de Lillian. Y el caso es que no se trata de una pérdida. Ya sabes tú mejor que nadie las bromas del lenguaje. Estáis bien localizados. En el número tal del columbario del cementerio de San Juan. Eso sí, rodeados de pinos y de un cerro donde anidan los pájaros y las lagartijas. ¿Cómo no voy a acordarme de vosotros, con quienes he pasado media vida, cada vez que paso por ahí, cada vez que paso por donde habéis vivido, cada vez que paso por donde reposan vuestras cenizas? Iba, sigo con mi viaje, a la clínica Vistahermosa. Lo peor la noche anterior. Ese infame brebaje, ni para limpiar un horno, pero para el estómago. Colonoscopia. Sedación. No suele pasar nada pero te hacen firmar unos papeles con testigos por si acaso. Un uno por mil tiene la mala pata de quedarse. Nunca me toca la lotería, pero quién te dice que no puedas ser aquí el afortunado. Es un decir. Cambio la ropa por un holgado traje azul papel. Oxígeno por la nariz y anestesia por una vía abierta en el dorso de la mano. Mientras tanto el doctor habla de la administración de las vacunas del covid. Yo lo pasé en Enero, consta en el formulario.

–Tienes la suerte, dice el doctor, de estar inmunizado varios meses.

No sé si acabo de decirle que tampoco es seguro o ya me he dormido.

Me encontraba en un dulce sueño cuando la enfermera me zarandea suavemente.

–Ya hemos acabado. Despierte.

Aún adormecido le he dicho que estaba soñando.

–¡Ah, sí! ¿qué soñaba usted?

–Soñaba que una hermosa ninfa me solicitaba amores en un tupido prado junto a un sosegado riachuelo.

–¡Qué pena haberlo despertado! ¡Qué sueños más bonitos tiene usted!

Me ha ayudado a incorporarme y sentarme lentamente en una silla.

–¿Ya se saben los resultados?

–Nada preocupante, ha dicho, mientras introducía el informe en el bolsillo de mi blusa azul.

Cogiéndome del brazo, estaba algo desorientado, me ha acompañado a la sala junto a la habitación para ponerme la ropa de calle. El viaje había acabado.

San Juan, 6 de abril de 2021.
José Luis Simón Cámara.