… o “El día en que se congeló el infierno”.
A veces no hace falta buscar más allá de casa lo que tenemos al alcance de la mano. El pasado sábado se celebró la segunda edición del “Infern trail”, carrera de montaña de algo más de una maratón. Un placer.
Como resulta que me rodeo de gente que toma decisiones fácilmente, me resultó sencillo el decidirme a probar de nuevo la dureza de la montaña alicantina. Así fue que tras un madrugón, allí nos encontramos. Orba, pueblecito encantador y punto de salida. Mañana fría con una sensación térmica por debajo de los cero grados. Bajo un cielo cubierto de nubes plomizas que profetizaban una dureza extra se dio la salida y ahí empezó todo.
Comienzos titubeantes. Lisardo como siempre, con su motor bombeando a un ritmo constante se encontraba en su elemento. Yo y mi rodilla, mi rodilla y yo seguimos durante un rato su ritmo, sabedores de que nos llevaría a buen puerto si lográbamos aguantarnos el uno a la otra.
Andábamos en esas lides cuando por la siniestra nos apareció el amigo Jaume que decía haber llegado tarde y que quizás por eso debía recuperar el tiempo perdido. Como si le esperaran para empezar el picnic allá que se fue. Iba ligero, buenas piernas tiene el figura.
Al poco, con mis articulaciones ya calientes fui adelantándome ligeramente, viendo como se formaba un convoy de fila de a uno. Así llegamos a Fleix y fue entonces cuando entramos en el barranco. Atravesando la cueva que nos tragaba uno a uno para llevarnos a través de un largo esófago húmedo, ventoso, frío, acabábamos de entrar en el mismísimo infierno. Tras un descenso vertiginoso y una subida posterior y otra bajada y otra subida…, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…hasta que perdí la cuenta, 6873 escalones, excavados en la roca, tallados en la ladera del monte. A mí particularmente no se me apetecía estar en ninguna otra parte del mundo, si el infierno es esto, ¡no me hace falta cielo!
A partir de ese momento todo empezó a complicarse. El diablo soplaba con fuerza y una ventisca de las que golpean fuerte nos atería hasta las pestañas. Lo que presagiaran las nubes del amanecer se convirtió en realidad y la crestería de 4 kilómetros que nos llevara al Penya Roig se convirtió en una pista de patinaje de aristas afiladas, un calvario donde uno tras otro terminábamos dando con nuestra osamenta entre las piedras. Más cerca del cero absoluto que de la tibieza de las calderas de Pedro Botero uno a uno encontramos al fin la salida de las entrañas del averno.
Fue faltando unos 3 km cuando Lisardo nos alcanzó, primero a mi rodilla que yo arrastraba penosamente como un cuerpo inerte, y después a mí. Gracias a él y a pesar de ella, lo que había empezado siendo un placer terminó siendo un gustazo.
A Jaume ni lo vimos. Es que tenía el coche en doble fila y tenía que retirarlo pronto.
Gracias Jaume por el momento que compartimos. Gracias Lisardo por el rato que me regalaste. Gracias Josemi por indicarme qué cortavientos tenía que comprarme aquél día, tú sabes. Te debo una. Gracias Satanás por hacernos disfrutar.
L’infern està a Alacant.
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Enlaces sobre esta prueba
Nombre | Categoría | Tiempo | Puesto General | Puesto Categoría |
Jaume | VET MASC | 5:53:16 | 131 | 55 |
Julián | VET MASC | 7:00:11 | 274 | 108 |
Lisardo | MASTER MASC | 7:00:11 | 275 | 20 |
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