El atleta ha muerto, viva el super atleta.

El atleta ha muerto, viva el super atleta. El pasado fin de semana un triatleta, que no atleta, británico, todo un chicarrón de más de 1,90 m. tuvo en jaque a los mejores corredores de campo través de Europa, durante la mayoría de la carrera anduvo (corrió más bien) en primer lugar y no fue sino hasta el final que terminó siendo cuarto. Cuarto de Europa de Cross. Por otro lado, Jay Vine ciclista bueno, pero del montón de arriba se empeñó durante la pandemia en fundir watios en una conocida plataforma online, es decir, mojaba el bizcocho del desayuno en su casa mientras hacía saltar los plomos de su edificio, ahora el australiano es uno de los mejores del pelotón internacional. En casa, aquí al lado, Reyes Estévez, brillante mediofondista que fue, el otro día llegó cuarto español en la maratón de Valencia con 47 años y largas horas de cinta, como Vine, es lo que tiene la calidad unida a la madurez. Hablando de pelotón, no se puede pasar por alto a Van Aert o a Van del Poel, el nieto de Poulidor que igual se pasean de ja mano en la copa del mundo de ciclo Cross que humillan al resto en la Paris-Niza. A nivel doméstico tenemos a Felipe Orts, el de la Vila no tiene rival en los circuitos embarrados y es el único europeo-no-belga-ni-neerlandés que vuela en los circuitos ratoneros. En asfalto es otro ejemplo de polivalencia, lo mismo que el británico Pidcock que no sólo rinde en el nombrado ciclo Cross sino que es un grande del mountain bike, así le pasa que cuando desciende el Glandón o el Galibier no hay quien le siga, es lo que suma de un lado para otro. Más ejemplos hay de triatletas que destacan en ciclismo e incluso terminan por colgar las zapatillas y el tritraje pasándose al carbono o al revés, como ocurrió con el triatleta británico Alex Yee que corredor destacado que era decidió reciclarse en mejor triatleta. O Cameron Wurf que pasó de remero a ultra triatleta. Ejemplos hay muchos y casos llamativos más, como ocurre con Kristian Blummenfelt, armario ropero de tres puertas que podría ganar el Great North de Newcastle o la Noche de San Antón si se lo propusiera, aunque este no se si sería por su cuerpazo serrano o porque es de los noruegos que ahora tienen el lóbulo de la oreja como un bebedero de patos, ya se me entiende. De eso podemos hablar otro día.

Julián Moya Jurado, 11 diciembre 2023

QUEBRANTAHUESOS 2023

Para quien no quiera leer otra cosa puede pasar directamente al párrafo séptimo.

Hay costumbres en zoología que son innegociables. La supervivencia es algo prioritario entre los animales que la persiguen incluso sin ser conscientes de ello. En este sentido la reproducción parece que fuera el único propósito firme y final entre los seres vivos, puesto que la perpetuación de la especie no es un hecho baladí se mire como se mire, ya que se trata de seguir el camino o perder la senda, es sobrevivir, en definitiva. Como consecuencia de esto último, los animales han venido desarrollando estrategias para que la gymkhana a que son sometidos en el día a día no sea sino un juego entre la vida y la muerte.

Como ejemplos, la evolución y el deseo de dejar un legado de vida enseñaron a la inofensiva Falsa Coral a colorear su cuerpo con un patrón muy similar al de su malhumorada hermana venenosa, los elefantes del Kalahari se transmiten de madre a madre – puesto que conforman unidades matriarcales- los lugares donde el agua desaparece en último lugar en cada estación seca y aún no alcanzamos a saber cómo los mosquitos de la fruta aparecen en cuanto un dulce melocotón empieza a estropearse en el frutero o simplemente dejamos descorchada una botella de tempranillo, ¿de dónde salen, han estado siempre ahí?, porque eso es lo que parece.

Dentro de las estrategias necesarias para vivir el protagonismo se lo lleva sin duda algo tan sencillo como es la espera. El saber esperar es algo que nosotros (y vosotros), los fondistas, tenemos que aprender a gestionar y si no es así estamos perdidos.

El Dragón de Komodo da un mordisco casi imperceptible, liviano y sin importancia al Búfalo de agua y se limita a algo tan básico como esperar. Este enorme lagarto no es venenoso per se, pero su saliva es una ponzoña que a medio plazo intoxica la sangre de su presa y a partir de ahí sólo queda eso, esperar la lenta agonía para darse el festín de carne roja. Hay otro ser que a mí siempre me ha fascinado: la serpiente y más concretamente la de tipo constrictor, es decir, la Boa, la Pitón o la Anaconda. Cuando un reptil de ese tipo se enrolla en el tórax de su captura no la mata por compresión, sino que se adapta a tu anatomía y la víctima va sellando su propia muerte. Por cada exhalación de los pulmones de la presa, el cuerpo del ofidio reajusta su posición, es decir, se enrosca de forma que ya le impide tomar aire, la serpiente se limita a esperar la lenta asfixia. Otro caso más simpático, aunque no menos cruel es el de nuestro Cuco, esta ave no construye nidos, sino que pone un único huevo en una casa ajena de modo que al eclosionar y ser una especie más grande que el propietario se lleva cada bocado, cada gusanito que la madre trae para los suyos termina en el buche del malvado parásito el cual termina lanzando al vacío a sus hermanastros a empujones hasta monopolizar el almuerzo, no se trata pues de otra cosa que esperar.

El Quebrantahuesos es un ave majestuosa, excepcional, altamente evolucionada y que domina el arte de la espera, aguarda pacientemente a que otros seres devoren las partes blandas de sus víctimas y cuando ya no queda casi nada aprovechable es cuando entra en escena. Toma este buitre los huesos que nadie quiere y emprende vuelo con ellos entres sus garras, se eleva, vuela, planea, mira, busca y encuentra una roca sobre la que lanzar su proyectil óseo para fragmentarlo y tragárselo, duro, astillado e indigesto para otro que no sea él pues este es su alimento esencial, los huesos.

Hace ya unos meses que entré en el sorteo de dorsales para la Quebrantahuesos, la cuna, la referencia del cicloturismo nacional, cuatro puertos y 200 km. de recorrido, todo un reto desconocido para mí. Casi sin esperarlo me tocó un número y decidí inscribirme sin tener claro en qué me estaba embarcando, ¡divina imprudencia!

El tiempo pasó y fue hasta cinco días antes de la carrera que no me decidía a ir a Sabiñánigo con mi flaca. La QH es una fiesta que se repite a mediados de junio en esta población Oscense de apenas 11.000 habitantes que viene a soportar una enorme multitud de ciclistas durante un fin de semana y multiplica su población hasta más de 40.000 personas entre deportistas y acompañantes. Dicen por aquí que el verano en esa parte de los pirineos empieza el fin de semana en que se celebra la Quebrantahuesos. A última hora como digo, cinco días antes y tras una larga incertidumbre por fin me decidí a hacer el viaje, acompañado voluntariamente por mi yerno David, mi apoyo y confidente, hombro sobre el que me lanzaría la tarde del 17 de Junio de pasado confiando en alguien que me diera cobijo, aquel sobre quien cerrar los ojos y abandonarme sin miedos.

La feria del corredor es de primera, animación, stands de todo tipo de marcas y artículos de última hora que puedes haber olvidado en casa, Oscar Puyol, Fernando Escartín, el grandísimo Miguel Induráin y el maestro Alejandro Valverde, allí es donde si dudas se te permite cambiar el dorsal por el de la hermana menor la “Treparriscos”, más corta y menos dura y última bala que me quedaba en la recámara, pero que decidí no usar, al fin y al cabo si llevaba meses pensando en la QH, al menos debía intentarlo y se lo debía a David que aceptó sin dudar un viaje de locos.

Una vez nos empapamos de la fiesta de la pre competición ya en noche cerrada nos retiramos a Linas de Broto, a más de 40 km. de carretera de montaña, lugar donde nos llevó mi indecisión por apurar hasta el límite, ya que alojamientos más cerca sencillamente no había. Cena de Hamburguesa y cerveza y a dormir apenas tres horas, ¡hostias, mal empezaba la cosa! A las cinco y media desayuno de bizcocho casero y café cargado y zumbando para Sabiñánigo a esperar la salida a las 7:15 h. Jamás había visto tanto carbono junto, ni en las minas de Sudáfrica, más de media hora quieto entre el chupinazo (así dan la salida) y hasta que empecé a moverme en busca de mi hueso. Ya no había tiempo para pensar y si acaso esperar qué me encontraba en ese terreno inhóspito para mí.

La salida es espectacular, miles de ciclistas de todas las edades, hombres, mujeres, españoles, europeos y de otras partes del planeta. Caras serias y silencio en el pelotón, sólo el zumbido de las cadenas engarzadas en los piñones daba un toque de sonoridad a lo solemne del momento.

Primer puerto. El test.

Somport. Las pruebas ciclistas se miden como en el Trail, no es tan importante (que también) la distancia como el desnivel. En ciclismo si estás medianamente preparado puedes subir un puerto de primera categoría, el problema está en añadir tres puertos más tras éste. El Somport empieza en una autovía que se cierra al tráfico rodado exclusivamente para la QH, es una subida larga y engañosa, es como un cebo envenenado por ser el primer puerto y afrontarlo con las piernas frescas. Lo que no hay que olvidar en el Somport es atacarlo con la cabeza fría y el corazón caliente, es largo y duro y al discurrir por carreteras anchas el efecto óptico es de ofrecer menos desnivel del que realmente tiene. El pedaleo ininterrumpido, el vaivén de desarrollos y la estación de Canfranc a la derecha, preciosa testigo muda, me mantienen atento.

Dice una máxima de la Quebrantahuesos que si quieres asegurarte el terminarla sólo has de centrarte en tres cosas: comer, beber y la más importante, chupar rueda, así que me meto en un grupo de seis en el que yo me sentía como el calvo de los siete magníficos, seis ciclistas mucho más experimentados que yo, pero que si se me llegan a ir no habría sido por algo que sé hacer muy bien: esperar.

La cima del Somport abre la puerta a Francia. Tras ello se inicia un descenso largo, muy rápido y con frío por la umbría, a esas alturas ya había perdido a la grupeta con la que subí, pero en un descenso así la cuestión es lanzarse con prudencia y sin miedo y dejarse llevar por lo que no es tan importante buscar cobijo entre la gente.

Segundo puerto. El cebo envenenado.

Marie Blanque. La bella dama de piel suave, una joven que te espera en un súbito giro a la derecha oculta entre el público y los árboles por la que hay que vencer la tentación de mirar directamente a los ojos: si lo haces te conviertes en piedra como ocurría con su hermana Medusa. Ya me lo advirtieron, el Marie Blanque es el juez que dicta sentencia en la QH, las altas temperaturas y los últimos cuatro kilómetros son durísimos con rampas que te funden, sin descanso y donde no me esperaba encontrar tanto cadáver, ciclistas a pie empujando la bicicleta o sentados en los quitamiedos porque la bella dama blanca les había absorbido la fuerza. Es en el tramo final de este puerto donde la QH se convierte en un infierno y donde afortunadamente compruebo que el mayor temor que me rondaba no tenía fundamento, la deshidratación que suele ser mi compañera habitual por más que bebo no hizo aparición y las piernas seguían en su sitio, centrado en progresar en línea recta mientras algunos lo hacían en zig-zag, sin chepazos y esquivando la mirada de cuantos a mi alrededor se quedaban descolgados, nunca sabes a través de qué ojos te mira la dama blanca. Aquí no hay grupos que valgan, sólo hay que saber esperar.

Tras el infierno del segundo puerto de primera categoría aún tenía que llegar el tercero, el gigante.

Tercer puerto. Eterno Portalet.

El Portalet no se trata de un puerto duro por el desnivel sino por la longitud: casi 30 km. De subida que como un martillo pilón van desgastando las fuerzas que te quedan. Por lo pestoso y cansino me recuerda al Galibier, puerto que subiera el verano pasado y que casi me funde. Aquí vuelvo a coger un grupo de unos diez corredores que se ajustan a mis pretensiones y entre los cuales me infiltro sin abrir la boca salvo para tragar aire, agua, pedazos de plátano y pastelitos de hojaldre, mi único combustible en la QH. Mi intención, mi obsesión era la misma que hasta entonces: esperar. Ritmo, ritmo, ritmo y la cima nos llevaría de vuelta a España.

Para mí la QH ya estaba hecha, sólo quedaba un puerto de corta longitud que subiría, aunque fuera andando.

Tras un largo y rápido descenso llega el remate de la QH.

Cuarto puerto. La puñalada trapera.

Hoz de Jaca, un pequeño puerto de apenas 2 km. y unas rampas de las que te dejan las patas finas, aunque nada que temer si has llegado hasta aquí con convicción y conoces el Balcón de Alicante, es por tanto cuestión de volver a enfriar la cabeza y forzar las bielas. Hasta arriba de un tirón y es arriba donde me detengo un momento por primera vez fuera de un avituallamiento para pensar algo obvio: esto ya estaba hecho.

El descenso de la Hoz de Jaca es una sucesión de curvas y revueltas peligrosas que ponen a prueba frenos y reflejos. Allí consigo ponerme a rueda de un grupo numeroso, de unos 25 ciclistas que decido que han de ser mis compañeros en el viaje que termina. Rodar en grupo es alucinante si vas sin miedo y atento, con cuidado y con confianza es lo más parecido a volar.

Aquella tarde de junio progresando como un grupo de buitres casi sin esfuerzo que aprovechara las corrientes térmicas, una grupeta de quebrantahuesos humanos planeaba atravesando Biescas a toda velocidad, con un rictus cansado aunque más alegre que horas antes y allí por un momento un recuerdo nos estremeció hasta la médula. Tras esto, Sabiñánigo allí en el horizonte. Después de una larga espera nos íbamos a deleitar con el mejor tuétano de los pirineos, pata negra. En la meta David me esperaba paciente y fue entonces cuando me quedó claro que había hecho algo grande.

Al oír aquella mañana a las 7:15 h el petardazo de la salida habría firmado sin dudarlo el terminar la carrera en 12 horas y 29 minutos, puesto que un minuto más marcaba el corte en meta. Finalmente paré el reloj en 9 horas y 55 minutos que me reportaron medalla de finisher de plata de acuerdo al tiempo y a la edad, creo que no estuvo mal y que la espera mereció la pena. Muchas veces es cuestión de saber esperar.

Julián Moya

Maratón de Zaragoza

Maratón de Zaragoza, 16 de abril de 2023.

Zaragoza es la ciudad del viento.

El Ebro es el río más caudaloso de España y también el más largo que discurre por territorio exclusivamente nacional. Iberia viene de Ebro y eso demuestra su importancia.

El Moncayo es la mayor altitud de la zona y de allí viene el viento fresco y casi continuo que se encañona en el río y se manifiesta insistentemente en la capital maña. Zaragoza no es por ello la mejor ciudad que pueda elegirse para correr una maratón, las rachas que soplan de forma caprichosa e impredecible hacen complicado el correr en los espacios abiertos.

La maratón de Zaragoza empieza en el mejor escenario posible, la plaza del Pilar, el espacio público peatonal abierto más amplio de Europa, con la Basílica y la Seo como testigos, la única ciudad el mundo con dos catedrales operativas y una virgen, sea tomada como símbolo religioso o no, que une a toda la hispanidad. Estar en Zaragoza es sentirse abrazado por la gente.

Tras una salida muy animada, en seguida se cruza el río y se callejea un poco hasta legar a la zona nueva que se edificó con motivo de la Expo del agua, espacios abiertos de alucinante arquitectura moderna donde el caprichoso dios Eolo a esas horas aún no había llegado. Vuelta al centro y callejeo de nuevo, paseo por las grandes avenidas y dirección Parque Grande, un trozo que se hace muy pesado por lo desolado del recorrido y ser un tramo de ida y vuelta.

El mejor momento en la maratón de Zaragoza se hace esperar y es sin duda sus dos últimos kilómetros, en ligero descenso y que atraviesan la calle de D. Jaime I para desembocar en la Plaza del Pilar, allí donde se dio la salida, un gentío se agolpa y te hace volar sin quererlo.

El balance de esta carrera como resumen final lo centro en dos aspectos, el mío y el organizativo. En cuanto a mí acudí a la capital aragonesa tras un escaso mes de preparación con idea de rondar las 3:30-3:40 h. Finalmente me fui a 3:34 h., lo cual me dejó bastante satisfecho, al día siguiente físicamente me encontré como nuevo y sin molestia alguna…¡a lo mejor el secreto está precisamente en no entrenar! En cuanto al segundo punto decir que la organización hace un despliegue más que suficiente de personal tanto en salida/meta como en circuito, el marcaje es suficiente y bastante claro aunque para mi gusto el circuito es un poco aburrido y tiene una tachuela cuando más duele, eso es algo que tendría que cuidarse. Los prácticos de 3:00 h., y de 3:15 h. llegaron fuera de tiempo y el de 3:30 h. se retiró. Cualquiera entiende que estos corredores son humanos y pueden fallar, por eso hay que buscar otras alternativas. En cuanto a los avituallamientos, yo particularmente no pude coger agua en dos de ellos: siempre es mejor poner cuatro mesas en cuarenta metros que seis mesas en 10. En fin y aparte de otros pequeños detalles se nota que se esfuerzan y sólo hay que desearles lo mejor porque ponen todo su empeño.

Sólo hay algo que es inamovible dentro de su burlona movilidad: el viento, ¡qué se le va a hacer, en Chicago la gente no se queja!

Julián

1er. GRAN FONDO JAÉN “PARAISO INTERIOR”.

Carl Lewis lo hubiera hecho así.

Úbeda y Baeza son dos sitios patrimonio de la humanidad excepción del renacimiento en España que muestra su máximo esplendor fuera de su escenario más habitual, dos cajitas de bombones de fino ornamento.

El año pasado inició su andadura de la mano de ambas ciudades, al alimón como su destino siempre inseparables, una prueba de ciclismo con grandes aspiraciones y sin complejos, de ahí el nombre con que fue bautizada; “Clásica Jaén paraíso interior”, como reza el eslogan de la diputación provincial. A semejanza de otra que nació ya casi grande, la “Strade bianche” que discurre por tierras de la Toscana en la que Siena acoge la meta. Lo mismo que en la clásica española su belleza igual que su dureza estriba en las colinas rompepiernas, el constante subir y bajar que no da tregua al aliento y te castiga como un martillo pilón. En la provincia de Jaén no hay Toscana pero sí la comarca de la loma, un mar de olivos. La Yedra, Sabiote, Rus, Canena, Úbeda, Baeza, patrimonio histórico y olivarero, blasones, balcones en esquina y bóvedas vaídas, eso es renacimiento, eso son cerros, los de Úbeda y eso son caminos o sterrato como dice la jerga ciclista.

En su primer año la clásica de Jaén dejó un buen sabor de boca – y polvo en las gargantas – del pelotón internacional, su debut resultó a lo grande con lo más granado del ciclismo mundial y los mejores invitados. Las condiciones así solo podían augurar un éxito rotundo. Para este año, la organización decidió pasar del envite directamente al órdago a grandes y de este modo la jugada todavía ha sido más generosa en cantidad y calidad, prueba de ello ha sido la presencia y a la sazón victoria del dos veces ganador del Tour de Francia Tadej Pojacar. La clásica apuesta fuerte y si su hermana italiana en su corta historia ya aspira a ser declarada monumento – como se llama a las más grandes – a la “Jaén paraíso interior” monumentos no le faltan.

Otro detalle del brillante arranque de esta clásica es la diversificación, es decir, ampliar el espectro más allá de lo que se ve en la televisión, para eso en esta segunda edición se ha lanzado la versión “Gran fondo” que se celebró el día previo para ciclistas populares, en el mismo escenario, pero con un recorrido más ajustado.

Una gran fondo es una carrera de un día. Una gran fondo con “sterrato” es una carrera de un día donde se circula alternando asfalto y “sectores” de tierra, estos tramos son de terreno compactado, aunque a veces no tanto y hacen que la bicicleta recomendada a utilizar sea la tradicional de carretera con la única diferencia de la presión del neumático que dependiendo del riesgo de pinchazo que se quiera asumir será menor o mayor. Si pinchas estás fuera de carrera, a menos presión más riesgo pero más agarre, ahí está la gracia, es como una ruleta rusa.

Primer sector de sterrato: Carl Lewis era corredor.

Carl Lewis era un corredor rápido, muy rápido.

La salida del Gran fondo fue fresca, con apenas 2º de temperatura y como ya he podido experimentar en otras pruebas de ciclismo, la gente sale como si no hubiera un mañana, rápido, mucho. Al principio cuesta coger el ritmo y circular a gran velocidad entre decenas de bicicletas. Algo así impresiona, máxime cuando te sientes fuera de tu medio natural. En seguida entramos en el primer tramo de tierra que nos sirve como toma de contacto y no resulta ser demasiado duro, en tiempo, dentro de los cortes y experimentando con la superficie hasta la vuelta del asfalto.

Segundo sector de sterrato: Carl Lewis era muy duro.

Carl Lewis no se achicaba ante nadie, no temía a las adversidades y era un competidor imbatible.

El segundo tramo no era el más largo, pero sí el más duro. La organización con idea de allanar el terreno había extendido superficies de gravilla que te hacían bailar sobre la flaca como el rabo de una lagartija recién cortado. En la parte final del segmento se entra en Úbeda por la puerta de Granada, desde donde Antonio Muñoz Molina de incógnito mira a Mágina. Según se acercaba este momento me venían a la cabeza las imágenes del año pasado de Alexéi Lutsenko retorciéndose sobre su bicicleta subiendo la rampa del 18 % en que no puedes plantarte hasta los últimos 20 metros de cemento porque pierdes todo el agarre, todo es cuestión de piernas y concentración, duro, muy duro.

Tras esto, pavés, adoquines y cantos rodados pegados al suelo, el traqueteo es tal que pareces sentir como los ojos se mueven solos como los de una muñeca Nancy y cómo casi se te saltan los empastes.

Tercer sector de sterrato: Carl Lewis era corredor de velocidad pero no tanto. Todo el mundo cree que Carl Lewis era un gran corredor de 100 metros, pero un verdadero aficionado sabe que lo era mejor en 200 m.

El tercer tramo de sterrato vino tras un llaneo, una serie de pequeñas subidas y bajadas y un descenso a casi 75 km./h. Era el más largo y el más pesado, no por su dureza sino por la longitud, unos 20 km. de tierra entre olivos en un constante subir y bajar.

Cuarto sector de sterrato: Carl Lewis es el mejor saltador de longitud de la historia. Si fue bueno en 100 m. y mejor en 200 m. no hay quien pueda igualarlo en el salto horizontal. En la final de Tokio 91, donde Powell batió el récord del mundo con 8.95, Lewis saltó 8.91 (que superaba también el récord de Beamon), 8.87, 8.84, 8.83, 8.68 y un nulo muy largo, nadie ha hecho jamás un concurso así. Lo de Powell puede decirse que fue un golpe de suerte.

En el tramo que se iniciaba el firme era el peor de todos, corto, pero intenso, de firme irregular y bacheado, un saltar constante sobre la bicicleta que a estas alturas era justo lo que necesitaban las posaderas.

Quinto sector de sterrato: Carl Lewis lo hubiera hecho así.

Carl Lewis no tenía una salida de tacos especialmente buena, pero sabía suplir esa carencia con una segunda parte de la carrera donde no tenía rival. Sabía que su éxito residía en la velocidad resistencia, o lo que es lo mismo, resistir cuando sus rivales entraban en reserva.

A estas alturas yo iba tan tocado y tan justo de tiempo que al pasar por el avituallamiento decidí no parar, así me aseguraba el dejar atrás a una docena de ciclistas que allí estaban parados, pensé que si hasta ahí había llegado a base de agua y nada más, así me iba a conformar, el quinto sector resultó ser fácil, el firme estaba mejor y no me costó.

Sexto sector y último: Carl Lewis era el hijo del viento.

Llegando a Ibros, tras una carretera en constante ascenso, empezó a soplar el viento, el cual me acompañó hasta la meta, viento y polvo, como el que levantaba el de Alabama cada vez que caía tras su elegantísimo “tres y medio”. Tocado ya, cansadísimo y mirando de vez en cuando atrás buscando el coche escoba que no llegó, compartiendo ruta con los profesionales que pasaban como balas a mi lado mientras reconocían el terreno para el día siguiente. Resultó ser una sensación increíble.

Final en Baeza.

No sé si puede haber un escenario más bonito. A estas alturas ya no me importaba el traqueteo del suelo antiquísimo. Esta ha sido sin duda una de las mejores experiencias que he sentido haciendo deporte, mi familia conmigo, el contacto directo con los mejores ciclistas del mundo que te animan cuando durante unos instantes comparten su aliento contigo subiendo aquella loma.

Carl Lewis no era corredor de fondo ni ciclista, era un señor que nos hizo pasar buenos momentos, buenos ratos y no os equivoquéis, de eso se trata amigos míos.

Julián Moya, 12 de febrero de 2023.

Gran carrera del mediterráneo. Una fiesta de luz y color. (14-noviembre-2021)

Casi siempre ocurre que aquello que no se prepara suele terminar bien.

Pensaba yo salir al día siguiente a rodar un rato como costumbre que todos conocéis y no he de explicar, en ello que recordé que esa misma mañana se celebraría la “Gran carrera del mediterráneo, la media maratón Alicante-Santa Pola” por lo que envié un mensaje de ánimo a mi compadre Lisardo, el cual sabedor de mis hábitos pensó que mis pasos podrían dirigirse a las lomas de Rabasa o igualmente al faro de Santa Pola y es que se acordó del dorsal de Miguel que había quedado libre por la mala racha que le viene castigando, así que, ¿por qué desaprovecharlo?

Así que volvía yo contento tras ello pensando en mañana, mascullando tras la cena, de la mano de Mari Carmen (mi mujer) cuando al otro lado de un escaparate me pareció ver un paraguas de colores que como un reclamo irresistible me llamaba desde una apartada esquina. Entonces fue que mi subconsciente de súbito me tradujo un mensaje que enseguida entendí, un flashazo, una imprevista inspiración que me llevó a inventar un homenaje, una pequeña osadía que lejos de pretenciosa se basaba en la humildad, en el respeto y el cariño, en recuerdos, momentos y palabras que ya no estaban pero que no debía dejar marchar sin al menos un último guiño. Como un fiel escudero aprendiz, como hiciera Simón de Cirene, elegí libremente cargar con la sombrilla que tantos reconocemos, un pequeño sacrificio en homenaje a la persona que tanto nos dio: Alberto Costilla, “El Sombrilla”, que nos ha dejado.

La salida se dio puntual en la Avenida de la estación, una multitud se animaba a la voz de “Big Mike”, ambiente festivo y mi gente de A to trapo. Me alegró enormemente reencontrarme con aquellos que hacía tiempo que no veía y disfruté como un niño con su presencia, hasta los nuevos pantalones de Muffy he de decir, me parecieron chulísimos.

Los primeros kilómetros los acometí con cierta vergüenza porque no sabía cuál sería la reacción del resto de corredores a mi paraguas de colores. Pues bien, apenas recorridos unos minutos ya no cabía en mí de felicidad, todos los comentarios –que no eran pocos- eran amables, la gente me felicitaba y me mostraban el cariño hacia Alberto con sus palabras. Todo iba bien, yo emocionado y alegre, hasta que a la altura del barranco de las ovejas el corazón me dio un vuelco, no daba crédito a mis ojos cuando vi a alguien agarrado a una farola, como ocultándose, observando desde bambalinas, cual genial director de cine que mira su obra desde un rincón porque el guión y el escenario son suyos, porque no puede haber mejores especialistas y conoce a la perfección a los actores principales, sabe que pueden trabajar solos.

Cuando vi a Maite no podía creerlo e inmediatamente una mezcla de vergüenza y de orgullo guiaron mis piernas instintivamente hacia ella. La pobre lloraba intensamente pero creo, es más estoy seguro de ello, que lloraba de alegría, de ver, de oler, de sentir lo que tantas veces había percibido junto a su esposo. Alberto en cierto modo estaba con ella, al menos eso creo y eso me reafirmó, me dio la poca confianza que me faltaba y me confirmó que a veces hay que actuar sin pensar mucho. Levanté el brazo más y más y casi me sentí volar.

La carrera fue un auténtico éxito de participación, el recorrido, bueno todos lo conocemos, no puede ser mejor, los avituallamientos de primera, el personal de organización, categoría premium y la meta y post-meta inmejorables. Un buen trabajo sin duda.

En cuanto a A to trapo sólo me queda, como siempre, manifestar mi satisfacción, gente veterana, nuevos fichajes, reencuentros y la argamasa que nos une que no es otra que el afecto y el respeto entre todos, gente variopinta tan diferente que sólo puede asemejarse bajo unas circunstancias tan propicias como es el deporte entre amigos.

La Gran Carrera de Mediterráneo es una prueba preciosa que tiene argumentos sobrados para quedarse y ganarse un subrayado en rojo intenso en nuestro calendario.

14 de noviembre de 2021.

Muchas gracias a todos.

Alberto, in memoriam.

Julián Moya