Desde el más allá. 7.

VII

Siempre que los dioses se reúnen en Asamblea van a decidir algo sobre el destino de los hombres. Eso lo sabe Enkidu. Eso ha cambiado bien poco en la historia de la humanidad. Dioses o poderosos son para el hombre lo mismo. Y aquellos de los humanos atentos a sus reuniones, asambleas y decisiones saben que su suerte se juega en esos lugares. Muchos hacen oídos sordos porque saben por la experiencia de sus antepasados que esas decisiones tomadas en las alturas nunca suelen ser beneficiosas para la gente de la llanura. Por eso Enkidu, mosqueado, se pregunta por qué los dioses se reúnen en Consejo.

 TABLILLA VII

“El día amaneció y el divino Enkidu dijo al divino Gilgamesh: Hermano mío, ¡qué sueño he tenido esta noche! Anu, Enlil, Ea y el Sol del cielo celebraban consejo y Anu decía a Enlil: Al igual que han matado al Toro Celeste, han matado también a Khumbaba, que guardaba la Montaña cubierta de Cedros. Y Anu declaraba. Uno de los dos debe morir. Pero Enlil le respondió: El divino Enkidu debe morir, Gilgamesh que no muera. Entonces el Sol del cielo replicó al valiente Enlil: ¿No fue acaso por orden mía que ellos mataron al Toro Celeste y a Khumbaba? ¿Y quieres que el divino Enkidu, inocente, muera? Pero Enlil se enfadó con el Sol del cielo: Hablas así porque, como si fueses uno de sus amigos, cada día tú ibas con ellos. El divino Enkidu estaba acostado, enfermo, ante el divino Gilgamesh y sus lágrimas corrían copiosamente. Hermano mío, le dijo, eres mi hermano querido, ¿por qué ellos me llevan lejos de mi hermano? A buen seguro voy a caer en poder de la muerte, sin que pueda ver con mis ojos ya más a mi querido hermano. Después de maldecir al cazador, que no me dejó ser semejante a mis antiguos amigos (los animales), su corazón lo llevó también a maldecir a Shámkhat, la hieródula; ven, Shámkhat, te voy a decir tu destino. Quiero maldecirte con una gran maldición: Que jamás construyas un hogar dichoso, que nunca ames a los jóvenes llenos de vida, que la hez de la cerveza manche tu hermoso seno, que los jueces te arruinen, que el cruce de los caminos sea tu morada, que las espinas despellejen tus pies, que el borracho y el ebrio te den bofetadas, que no haya albañil que repare el techo de tu casa, que en tu casa no haya nunca un banquete, que la enfermedad (¿sífilis?) que alberga tu regazo desnudo sea tu presente, porque a mí, el puro, me habías seducido en mi estepa. Cuando Shamash oyó las palabras de su boca, de lo alto del cielo una voz lo interpeló: Enkidu ¿por qué maldices a Sh´mkhat, mi hieródula? Es ella quien te hacía comer manjares propios de la divinidad, es ella quien te hacía beber bebidas dignas de la realeza, es ella quien te vistió con vestidos magníficos, es ella quien te procuró por compañero al perfecto Gilgamesh. ¿No es ahora para ti Gilgamesh un amigo, un verdadero hermano? Él te hará reposar sobre un gran lecho, los príncipes del país vendrán a besarte tus pies, hará llorar y lamentar por ti a la gente de Uruk y hará que el pueblo, antes gozoso, guarde duelo. Y él mismo, vestido con la piel de un león, errará por la estepa. Cuando Enkidu oyó las palabras del valiente Shamash, reflexionó y se apaciguó la ira de su corazón y se calmó su cólera. Enkidu se volvió a Sh´mkhat y le dijo: Ven, Shámkhat, te voy a fijar otro destino. Que mi boca que te ha maldecido, ahora, al revés, te bendiga, que los nobles y los príncipes se conviertan en tus amantes.

Como Enkidu está echado, con su cuerpo debilitado, puede confiar a su amigo todo lo que le preocupaba: escucha, amigo mío, el sueño que he visto esta noche: los cielos rugían, la tierra resonaba. Había alguien allí de cara tenebrosa, sus manos eran zarpas de león, sus uñas garras de águila, cogiéndome por la punta de mis cabellos, me violentaba. Yo intentaba golpearle, pero él revoloteaba como se salta a la cuerda (la comba); luego me golpeó como un búfalo pesado, me pisoteaba. ¡Sálvame, amigo mío, grité, pero tú no me salvabas, tenías tanto miedo que ni te movías para ayudarme. Me tocó y me transformó en pichón, mis brazos, como los de un pájaro, se cubrieron de plumas; me arrastró a la casa de las Tinieblas, a la casa donde se entra pero no se sale, a la casa cuyos habitantes están desprovistos de luz, donde el polvo es su vianda y el barro su pan. Mi amigo, se decía Gilgamesh, ha visto un sueño desfavorable; desde el día en que lo vio, ha perdido sus fuerzas. Entretanto Enkidu permanecía postrado; un primer día, un segundo día sin que pudiera abandonar su lecho. La enfermedad de Enkidu empeoraba. Un décimo día, la enfermedad se agravaba aún más; al undécimo y duodécimo la enfermedad lo acababa. Enkidu entonces se incorporó con esfuerzo de su lecho y gritando dijo: Me salvó Gilgamesh en la lucha, ¿por qué mi amigo me abandona ahora? Tú y yo que triunfamos juntos ¿por qué ahora me abandonas? La enfermedad se agravó y sus carnes se debilitaron. Enkidu, entonces, expiró en su lecho. Gilgamesh se puso a gritar, rasgó sus vestidos; a causa de sus gritos despertó a sus camaradas.”

TABLILLA VIII

“Por la mañana, a las primeras luces del alba, Gilgamesh dijo: Enkidu, amigo mío, que te lloren los caminos hasta el Bosque de los Cedros, que no callen ni de día ni de noche, que lloren los bosques, que te llore el puro Eúfrates. Escuchadme, jóvenes y ancianos de Uruk, soy yo quien llora por Enkidu, mi amigo, estallo en amargas lágrimas, como una plañidera.. Un maligno demonio ha surgido para arrancarte de mí. ¿Qué sueño se ha apoderado de ti para que hayas perdido el conocimiento y no me oigas? Pero él no levantó la cabeza, cuando tocó su corazón, éste ya no latía. Entonces, Gilgamesh, cubrió el rostro de su amigo como el de una joven esposa y, como un águila, comenzó a dar vueltas alrededor de él, o como una leona cuyos cachorros están atrapados en un foso; iba y venía sin cesar, de un lado a otro; se arrancaba mechones de su cabello y los esparcía, desgarraba sus hermosos vestidos y los arrojaba como una abominación.”

— Dime, amigo, ¿qué ha cambiado en Gilgamesh que, antes de conocer a Enkidu, avasallaba a los jóvenes de su pueblo, manteniéndolos siempre en pie de guerra y humillaba a las mujeres, ejerciendo sobre ellas el derecho de pernada?

— El cambio operado en él es sorprendente. El descubrimiento de la amistad en un igual lo ha humanizado. De sus crueles costumbres para con los habitantes de Uruk ha pasado a sentir la muerte de un amigo. Tras largos viajes y aventuras con su amigo, Enkidu es castigado por los dioses y muere. La primera reacción de Gilgamesh es de desesperación por la pérdida del amigo. Pero enseguida le asalta el miedo a la muerte. Si Enkidu, su igual, su compañero, ha muerto, también él puede morir. Es entonces cuando, ya solo, inicia un viaje que nadie ha hecho nunca por valles y montañas, lleno de obstáculos, en busca de Utnapistin, personaje inmortal porque sobrevivió al Diluvio.

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Desde el más allá. 6.

VI

TABLILLA V

“Ambos se quedaron inmóviles en el lindero del bosque, contemplaron maravillados la altura de los cedros. Por donde Khumbaba suele pasear existe un sendero. Se ve a lo lejos la montaña de los cedros que despliegan su lujuriosa frondosidad; deliciosa es su sombra, todo está lleno de perfumes; los matorrales allí se entrelazan. Prontamente tomaron sus espadas de duro hierro, untado con veneno. Atacaron con puñales y espadas, uno tras otro. Enkidu dijo: la fuerza de Khumbaba es muy peligrosa. Uno solo no puede afrontarlo, pero dos sí que pueden; si son extraños dispersan sus fuerzas, si amigos las unen. Amigo mío, si capturas a un pájaro, ¿dónde irán sus pajarillos? Dominémoslo y golpeémoslo de nuevo y luego podrás abatir a sus servidores.

Khumbaba, buscando salvar su vida, se dirigió a Gilgamesh: Perdóname la vida, seré tu servidor y te entregaré tantos árboles como me pidas.

Enkidu dijo a Gilgamesh: Amigo mío, a Khumbaba acábalo, mátalo, tritúralo, destrúyelo antes de que Enlil, el jefe de los dioses, pueda oír su llamada y se encolerice contra nosotros.

Cuando Gilgamesh vio en alto al dios Sol del cielo le pidió ayuda. El dios Sol atendió la plegaria del divino Gilgamesh y se levantaron poderosos huracanes contra Khumbaba: la borrasca, la ventisca, el ciclón, hasta ocho vientos se levantaron contra él y le golpearon los ojos. Entonces se rindió y dijo: Déjame marchar, divino Gilgamesh, sé mi señor y yo seré tu esclavo. Cortaré los cedros que yo he hecho grandes en la montaña y con ellos construiré casas para ti.

Pero el divino Gilgamesh asintió a las palabras de su compañero, cogió su hacha con la mano y desenvainó la espada de su cintura. Gilgamesh le golpeó en la cabeza. Al tercer golpe cayó. Se produjo una gran confusión y luego un silencio de muerte. Ellos cortaron la cabeza de Khumbaba. Así habían matado al poderoso guardián Khumbaba. El bosque se lamentó y los cedros gimieron. Gilgamesh cortó los árboles, Enkidu desenterró los troncos y le dijo: Amigo mío, hemos abatido un cedro gigante, cuya copa horadaba los cielos. Voy a hacer una puerta que sea transportada por el Eúfrates al templo del dios Enlil en Nippur.”

TABLILLA VI

Tras la muerte de Khumbaba, Gilgamesh debe purificarse de la contaminación sufrida en el Bosque de los cedros. Ya están los dos amigos de nuevo en Uruk.

“Gilgamesh lavó sus cabellos, limpió su cinta del pelo, después se soltó su cabellera sobre su espalda, arrojó sus vestidos sucios y se puso otro limpios y se envolvió con un manto. Cuando se cubrió con una tiara, la noble diosa Ishtar quedó fascinada por la belleza de Gilgamesh:

— Ven, Gilgamesh, sé tú mi amante, ofréceme como regalo tu fruto. Sé tú mi esposo y yo seré tu esposa. Te haré equipar un carro de lapislázuli y de oro. Entra en nuestra casa bajo la fragancia del cedro.

Cuando entres en nuestra casa, los sacerdotes purificadores te besarán los pies, se prosternarán ante ti reyes, nobles y príncipes y te aportarán como tributo los productos de la montaña y del país. Tus cabras parirán crías triples, tus ovejas mellizos.

Gilgamesh tomó la palabra: ¿Cuánto tendré que pagarte si me caso contigo? ¿Acaso perfumes y vestidos para tu cuerpo? ¿Debería mantenerte con manjares propios de la divinidad? No eres más que un brasero que se apaga con el hielo. ¿A quién de tus amantes le has permanecido siempre fiel? ¿Cuál es tu pájaro que ha escapado a tus lazos? Ven, te voy a recordar uno a uno a tus amantes, a aquellos que has poseído ardientemente. Y continúa una relación de amantes, seducidos y abandonados. Has amado a Allalu, pájaro multicolor, pero le has roto las alas. Has amado al boyero que te preparaba panes cocidos entre las cenizas, pero pronto lo golpeaste y lo transformaste en lobo.

Cuando Ishtar hubo oído estas palabras se enfureció y ascendió a los cielos; se presentó sollozando ante Anu, su padre y ante Antu, su madre: Padre mío, Gilgamesh me ha llenado de insultos, ha pronunciado contra mi injurias, murmuraciones e infamias. Anu, su padre, le dijo. ¡Cómo! Ya habrás provocado tú al rey Gilgamesh para que él haya pronunciado injurias contra ti. Ishtar le dijo: Padre mío, te lo ruego, crea al Toro Celeste para que mate a Gilgamesh e incendie su casa porque quiero vengarme de él. Cuando el Toro Celeste llegó al país de Uruk, comenzó a patear la hierba y el cañaveral, descendió al río y en siete grandes tragos lo desecó. Al primer resoplido del Toro Celeste se abrió una fosa en la que cayeron cien hombres de Uruk, doscientos, trescientos. Al tercer resoplido se abrió una fosa muy cerca de Enkidu y cayó allí dentro hasta la cintura, pero pudo saltar y coger al Toro por los cuernos. El Toro echó por delante babas y desde lo espeso de su cola arrojó excrementos. Enkidu dijo a Gilgamesh: Amigo mío, nosotros hemos salido airosos del Bosque de los Cedros, ¿cómo actuaremos ahora frente a este nuevo peligro? Amigo mío, dijo Gilgamesh, he observado a las bestias de la estepa, nuestras fuerzas serán suficientes para matar al Toro. Quiero arrebatarle su corazón para ofrecérselo a Shamash. Enkidu dijo: yo lo voy a hostigar, cogeré al Toro por el grueso de su cola y lo retendré fuertemente con mis dos manos; tú te situarás por delante de él y entre la cerviz, las astas y el crucero lo herirás de muerte con tu puñal. Entonces Gilgamesh, valeroso y fuerte, golpeó al Toro Celeste e hincó su puñal entre la cerviz, las astas y el crucero. Tras abatirlo le arrancaron el corazón y lo colocaron delante de Shamash. Ishtar, subida en la muralla de Uruk, moviéndose en la desesperación, prorrumpió en un lamento. ¡Ah, Gilgamesh me ha humillado matando al Toro Celeste. Cuando Enkidu oyó estas palabras de Ishtar arrancó una pata del Toro Celeste y se la arrojó a su cara. Entonces Ishtar congregó a las hieródulas, a las mozas del placer y a las prostitutas para hacer un lamento ante la pata del Toro. Gilgamesh entretanto convocó a los artesanos, admiraron el espesor de los cuernos del toro y se los llevó para colgarlos en la alcoba del jefe de su familia, su dios Lugalbanda. Luego purificaron sus manos en el Eúfrates, después, cogidos uno al otro se pusieron en camino y recorrieron en carro la gran calle de Uruk; la gente estaba reunida para verlos pasar. Gilgamesh dio una fiesta en su palacio. Después de la fiesta, Enkidu tuvo un sueño mientras dormía. Levantándose dijo a su amigo: Amigo mío ¿por qué los grandes dioses celebraban Consejo?”

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Desde el más allá. 4.

IV

¡Amigo! Así acaba la tablilla segunda. Hermosa palabra. Necesitaban enfrentarse, rivalizar, pero enseguida se dieron cuenta de que era mucho más lo que los unía que lo que los separaba. ¡Cuántas veces nos ha pasado en la vida como a ellos! Después de muchos enfrentamientos hemos descubierto que nos sentíamos mucho más cerca de aquellos con los que discutíamos que de otros con los que no habíamos cruzado una palabra siquiera, que de otros con los que parecíamos coincidir en todo. Del revolcón al abrazo. Cuántas veces ocurre en la vida.

TABLILLA III

“Enkidu se sentía atormentado. Entonces Gilgamesh, volviendo su rostro, habló así a Enkidu: Amigo mío ¿por qué tus ojos están llenos de lágrimas? ¿Por qué tu corazón está lleno de tristeza y te sientes atormentado? Enkidu abrió su boca y habló así a Gilgamesh. Amigo mío, a causa de mis lamentos, los sollozos han oprimido mi garganta, mis brazos están débiles y mi fuerza aniquilada.”

— Oye, escúchame, ¿qué le ha ocurrido a Enkidu ahora que está civilizado, que come pan y bebe cerveza, que vive en la ciudad y tiene un amigo?

— No está muy claro porque, como sabes, algunas de las tablillas de arcilla están desaparecidas y otras incompletas o rotas, pero parece que la tristeza y abatimiento de Enkidu se debían a su nuevo tipo de vida, muy diferente al que había llevado en la estepa. Para evitar este estado Gilgamesh le sugiere la realización de un viaje y una gran aventura: ir a combatir a Khumbaba, el guardián del bosque de los cedros. No te cuento, por no aburrirte con datos intra y extraliterarios algunos pormenores pero todo esto que estamos leyendo pertenece a tablillas y columnas encontradas en distintos lugares de Mesopotamia como Nínive, Sippar, Khatusha, Uruk con versiones en distintas lenguas como la asiria, hitita, babilónica, acadia y que hoy se conservan en museos de Londres, Filadelfia de Pensilvania, Yale, etc.. y que han sido objeto de traducción y estudio por muchos investigadores fascinados por su riqueza humana y literaria.

El viaje y la lucha contra Khumbaba se interpreta como un conflicto entre agricultores de la llanura (Uruk) y pastores de la montaña. También están documentadas las expediciones que efectuaron sumerios, asirios, babilonios y acadios a las regiones montañosas occidentales en busca de madera y resina.

“Enlil ha destinado a Khumbaba para proteger el Bosque de los Cedros, para ser el terror de las gentes. Su bramido es el diluvio, su boca es fuego, su aliento es la muerte. Sobre sesenta dobles leguas oye todos los ruidos del bosque. ¿Quién puede, pues, adentrarse en su interior? Enkidu dijo a Gilgamesh: Amigo, es imposible que vayamos al encuentro de Khumbaba. Gilgamesh le respondió: Tú y yo iremos a abatirlo y cortaremos los cedros. Pero Enkidu le dijo: Amigo mío, yo sabía eso desde que en la montaña yo andaba vagabundeando con la manada. ¿Por qué quieres acometer tal empresa? Es un combate imposible. Gilgamesh le respondió:¿Quién, amigo mío, puede escalar el cielo? Sólo allí viven los dioses.

En cuanto a la humanidad, tiene los días contados. Todo lo que un hombre hace no es más que viento. Tú mismo, si tienes miedo de morir ¿en qué se ha convertido tu coraje? Voy a partir delante de ti. Si sucumbo, al menos me habré hecho un renombre. Gilgamesh, se dirá, contra el feroz Khumbaba entabló la lucha. Tú, nacido y criado en la estepa, tú a quien han atacado los leones, tú debes comprender todo esto. Diciendo estas cosas has afligido mi corazón. Sea lo que sea, he decidido ir a cortar los cedros, así haré un nombre eterno. Vayamos, amigo, quiero asignar el trabajo a la fragua para que, ante nuestros ojos, se forjen las armas.

El rey de Uruk plantea su proyecto a sus consejeros y ancianos. Éstos se levantaron y comunicaron su decisión a Gilgamesh: Tú eres todavía un niño, tu pasión te arrastra, tú no sabes de qué estás hablando. Si alguien se interna en el bosque queda paralizado. Entonces Gilgamesh lanzó una mirada burlona a su amigo y le dijo: Escucha, amigo mío, mi respuesta debería ser: Tengo miedo de él, voy a permanecer aquí. ¡No! Iré al bosque de los cedros! Se marcharon, pues, juntos a la fragua y les forjaron hachas, machetes, espadas, arco y carcaj, armas todas de gran tamaño.

Cuando se conoció la noticia, el pueblo se amontonó y manifestó su alegría por las calles de Uruk. Los ancianos lo bendecían y le daban consejos sobre el viaje.

No confíes únicamente en tu fuerza. Ten los ojos abiertos, estáte atento. Que Enkidu vaya delante de ti, pues ya conoce la ruta, ha recorrido el camino, conoce los accesos al bosque y todas las astucias de Khumbaba. Es experto en el combate. Que Enkidu proteja a su amigo, salve a su compañero, que transporte su cuerpo por encima de las trampas. Nosotros, Enkidu, en nuestra asamblea te confiamos al rey, cuando regreses, devuélvenoslo otra vez.

Gilgamesh entonces tomó la palabra y dijo: Ven, amigo mío, vayamos a visitar a la gran reina Ninsún, la sabia, mi madre, hará de nuestros pasos una marcha prudente. Cogiéndose de la mano el uno al otro fueron a visitarla y pedir su protección. Y dijo Ninsún, dirigiéndose a la diosa Shamash. ¿Por qué, habiéndome dado a Gilgamesh por hijo, lo dotaste de un corazón sin reposo? ¡Oh, Enkidu, te confío a Gilgamesh!”

Y así, con las advertencias del Consejo de ancianos y la blanda oposición de Enkidu, vencida por Gilgamesh con la ironía y amagos acusadores de cobardía, se encaminaron ambos, con la bendición de sus dioses protectores, hacia el bosque de los cedros donde se enfrentarían con Khumbaba. Siempre o casi, han sido los viajes un bálsamo para las inquietudes y monotonía cotidianas. Nunca se sabe lo que puede deparar un viaje. En cualquier momento puede surgir algo imprevisto. Otro aliciente más.

San Juan, julio de 2020
José Luis Simón Cámara.

Desde el más allá. 3.

III

TABLILLAS I y II

“Quiero dar a conocer a mi país a aquel que todo lo ha visto, a aquel que ha conocido lo profundo, que ha sabido todas las cosas, que ha examinado en su totalidad todos los misterios, que ha descubierto los secretos y que nos ha transmitido noticias anteriores al Diluvio. Dos tercios de él son divinos, un tercio es humano. Tenía un rostro imponente, un cuerpo gigantesco, de esbelta estatura. Sus armas están siempre dispuestas, los jóvenes de Uruk no cesan de temblar, no deja un hijo a su padre, día y noche su comportamiento es opresivo. No deja ninguna hija a su madre, incluso ya prometida. Gilgamesh no deja a ninguna muchacha a su marido. Los dioses oyeron las repetidas quejas de los habitantes de Uruk y entonces interpelaron a Aruru, la Grande: Aruru, tú que has creado la humanidad, crea ahora su doble y que rivalicen entre sí para que haya paz en Uruk. Cuando Aruru oyó estas palabras, se lavó las manos, cogió un pedazo de arcilla y en la estepa modeló al valiente Enkidu. Todo su cuerpo está cubierto de pelo, no conoce ni humanos ni país civilizado. Con las gacelas mordisquea la hierba, con la manada abreva en las orillas del río, con las bestias salvajes se satisface. Un día un cazador, trampero de oficio, se topó con él, frente a frente. Cuando el cazador lo vio, su rostro se contrajo de temor, el miedo atenazó sus entrañas. El cazador dijo a su padre: Padre mío, hay un hombre que ha venido de la estepa, dotado de gran fuerza. Estoy tan asustado que no me atrevo a acercarme a él. Ha tapado las trampas que yo había abierto, ha destruido las redes que yo había tendido, ha hecho que escapen de mis manos manada y bestias de la estepa. Me impide que cace. Su padre abrió la boca para hablar y dijo al cazador: Hijo mío, Gilgamesh reside en Uruk, no hay nadie que tenga más fuerza que él. Dirige tus pasos hacia él y háblale de la fuerza de ese hombre. Siguiendo el consejo de su padre el cazador decidió ir a ver a Gilgamesh y le contó lo que había visto. Dirigiéndose al cazador, Gilgamesh le dijo: Ve, cazador, lleva contigo a la hieródula Shamkhat (una puta sagrada), en cuanto él llegue con sus bestias junto al río, que ella se quite sus vestidos y le ofrezca sus encantos. Llegó la manada y alegró su corazón en el agua. Shamkhat vio a aquel hombre salvaje. Es él, le dijo el cazador. Deja caer tu ropa, descubre tu sexo y que posea tus encantos. No lo rechaces. Acoge su ardor. En cuanto te vea así, se acercará a ti, quítate entonces tus vestidos para que yazga sobre ti y para tal salvaje desempeña tu arte de mujer. Shamkhat dejó caer su ropa, descubrió su cuerpo y él poseyó sus encantos; sin rechazarlo, ella acogió su ardor y él sació con ella su codicia amorosa. Durante seis días y siete noches, Enkidu, excitado, cohabitó con Shamkhat. Después que hubo saciado su voluptuosidad, volvió su mirada en busca de su manada, pero al ver a Enkidu las gacelas huyeron. Enkidu había perdido sus fuerzas, su cuerpo estaba flojo, sus rodillas quedaban inmóviles, al tiempo que huía su manada. Enkidu estaba débil, no podía correr como antes, pero había desarrollado su saber, su inteligencia estaba despierta. Se sentó a los pies de la hieródula y se puso a contemplar su rostro. Ahora comprendían sus oídos lo que le decía la hieródula. Ésta le dijo: Eres hermoso, Enkidu, ¿por qué quieres todavía vagabundear por la estepa con las bestias? La leche de las bestias salvajes solía él mamar. Le pusieron ahora pan ante él, entornó los ojos, lo miró y lo examinó con desconfianza.

Enkidu no sabía comer pan; a beber cerveza nadie le había enseñado. La hieródula le dijo a Enkidu: Come pan, Enkidu, es necesario para vivir. Bebe cerveza, es la costumbre del país. Enkidu comió pan, hasta saciar su hambre. Bebió cerveza, ¡siete cántaras! Con el ánimo distendido, se puso a cantar: su corazón estaba alegre y su rostro se iluminó. Después limpió con agua su cuerpo, se friccionó con aceite, se puso un vestido y pareció un hombre. Ven, deja que te lleve a Uruk, en donde reside Gilgamesh, perfecto en fuerza, y donde, como un búfalo salvaje, sobrepasa en fuerza a los demás hombres. Mientras ella le hablaba él asentía a sus palabras. Era un confidente lo que su corazón ansiaba, un amigo. El divino Enkidu contestó a la hieródula: Vamos, condúceme a él. Yo quiero provocarlo, lanzarle un desafío. Vamos, pues, Enkidu, a Uruk la amurallada, donde los hombres se ciñen fajas, donde cada día es fiesta, donde las rameras, de espléndida belleza, adornadas de voluptuosidad, plenas de felicidad, yacen en sus lechos, de noche, con los más altos personajes. A ti, Enkidu, que no conoces la vida, te mostraré a Gilgamesh, el hombre de alegrías y desgracias. Todo su cuerpo emana una seducción fascinante y su fuerza es superior, con mucho, a la tuya. Él no descansa nunca, ni de día ni de noche. ¡Oh, Enkidu, renuncia a tu presunción! Antes de que tú vinieras de lo hondo de la estepa, Gilgamesh ya te veía en sueños y su madre Rimat-Ninsún le explicaba el sueño. Hijo mío, el hacha que tú has visto es un hombre. Y Gilgamesh, dirigiéndose a su madre le dijo: Madre mía, que pueda tener un amigo como consejero. Shamkhat contaba a Enkidu los sueños de Gilgamesh, mientras situados al borde del abrevadero, ambos prolongaban sus caricias.”

Mientras celebraba un festín con Shamkhat, vio a un hombre y le dijo a la hieródula. Aleja a este hombre. ¿Por qué ha venido aquí?. Y preguntó al hombre: Hombre, ¿adónde vas tan deprisa? He sido invitado, le dijo, a la Casa de los Esponsales. A la esposa elegida, Gilgamesh la posee, él, el primero, ¡el marido después! Así se decretó en el consejo de los dioses. Al oir estas palabras del hombre, el rostro de Enkidu palideció y se puso encolerizado. Enkidu delante y Shamkhat detrás se dirigen a la ciudad. Cuando entraron en Uruk, la de las amplias plazas, la gente se reunió a su alrededor y decía: ¡Cómo se parece a Gilgamesh!

Se dispuso un lecho a fin de que Gilgamesh, con la novia, se uniese aquella noche. Y cuando se dirigió allí Enkidu bloqueó la puerta de la Casa de los Esponsales y no permitió que pudiera entrar cortando el camino a Gilgamesh. Gilgamesh lo miró con atención. Enkidu estaba totalmente encolerizado. Ambos se enfrentaron en la gran plaza del país. Enkidu obstruyó la puerta con su pie; no dejó entrar a Gilgamesh. Se agarraron y, como toros, se acometieron fuertemente. Derrumbaron el umbral, los muros temblaron. Entonces Gilgamesh hincó la rodilla, con el pie en el suelo su cólera se calmó y desvió su pecho. Enkidu se sentó en el suelo, sus ojos se llenaron de lágrimas, ellos se abrazaron el uno al otro, unieron sus manos como hermanos. Y Enkidu le dirigió estas palabras a Gilgamesh. ¡Amigo!.

(Texto tomado, como los siguientes, de la traducción y notas de Federico Lara Peinado, en Tecnos, 2005)

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Desde el más allá. 2.

II

Los espíritus de los guerreros muertos en batalla no vagaban errantes por la pradera sino que eran acogidos en el seno de Manitú y tú sabes muy bien que has sido una guerrera, toda tu vida con las armas preparadas para la batalla.

“¡Cuánta razón tenía, amigo José Luis, aquel que escribió en tablillas de barro el poema de Gilgamesh! Y me dirijo a ti porque tú fuiste el primero que nos hablaste de esta vieja historia, la más vieja conocida, después de un viaje a Londres donde se encuentran y buscaste las tablillas de arcilla que cuentan mucho antes que la Biblia la historia del diluvio. ¡Cuánta razón tenía, amigos, cuando hablaba de la tristeza del más allá! Allá, mi aquí de ahora, solo hay motivos de tristeza. La alegría es algo de cuyo significado voy perdiendo la noción en este tiempo, no sé ya si poco o mucho, que llevo en este estado.

Recuérdame, amigo mío, qué hermosa palabra, algunos pormenores de la historia que se me han desvanecido y tanto me extasiaban. Apenas me acuerdo ya de aquello que me atañe. Los lamentos de Enkidu cuando su amigo le pregunta cómo se encuentra como yo me encuentro ahora, cómo se encuentra en el mundo de los muertos. Desde aquí, desde este vago aquí, parece todo tan lejano… ¿Por qué no me cuentas la historia desde el principio? Si a ti no te lo impiden las ocupaciones de los vivos, tu familia, tus nietos. Yo dispongo aquí de todo el tiempo del mundo. ¿Cómo sigue, por cierto, aquel que tras escuchar las palabras de nuestro entrañable Pepe le dijo: “Has hablado muy bien, pero muy largo”?

— Te la contaré sin entrar en pormenores. Espero no aburrirte repitiendo lo que ya sabes. Mi nieto tan chocante como aquella vez.

— Me gustaría, si quieres complacerme, que alargaras la historia. Mi tiempo es ilimitado.

— Te la contaré como se la contaba a mis alumnos en aquellos felices años, ¿recuerdas? en que el sol brillaba sobre las tinieblas.

La historia comenzaba en Uruk, una ciudad a orillas del río Eufrates, en la rica región de Mesopotamia. Allí se encontraron desde mediados del siglo XIX miles de tablillas de arcilla donde en escritura cuneiforme, hecha con una cuña de caña sobre el barro, se contaba la fabulosa historia de Gilgamesh, rey de la ciudad, protegida con una doble muralla de 5 metros de ancha construida por él.

Era un ser de medidas excepcionales, formado por dos partes divinas y un tercio humano. Su comportamiento con los habitantes de la ciudad era abusivo. A los hombres los tenía noche y día en pie de guerra y ejercía el derecho de pernada sobre toda mujer que llegaba al matrimonio.

— ¿No cuenta algo de eso mismo Valle Inclán en las “Comedias bárbaras” a principios del siglo XX, 5.000 años después de que lo practicara Gilgamesh?

— Así es. De una u otra manera se ha seguido haciendo en el mundo clásico, en la época feudal, en los cortijos andaluces, en las aldeas gallegas y en las fábricas de nuestro tiempo, cuando se despide a una trabajadora porque no se deja pasar por la piedra. Los habitantes de Uruk acuden a los dioses que escuchan sus súplicas, se reúnen en asamblea y deciden crearle a Gilgamesh un doble para que se enfrente al tirano.

“¿Por qué no me lo cuentas con las palabras del poema que me impresionaron?”

Tienes toda la razón. Seguiré paso a paso la historia según la cuentan las doce tablillas de arcilla.

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.