Libertades individuales

Me produce una inmensa alegría escuchar que algunos líderes actuales de partidos herederos de antiguos partidos, cuyos líderes de la época reprimían las libertades individuales, salgan ahora en defensa de esas libertades amenazadas por la arbitraria aplicación o prolongación del estado de alarma. No tiene nada de sorprendente que el señor Torra, cuya aversión a España no hay que esforzarse mucho en demostrarla porque él lo hace diariamente con declaraciones y gestos, rechace medidas uniformadoras por lo que eso implica de renuncia a su singularidad nacional. Tampoco que el señor Urkullu, por parecidas razones y a pesar de su prolongada actitud de apoyo no gratuito a la gobernabilidad de España, se muestre reticente e incluso amague con rechazar la prolongación del estado de alarma. Pero que el señor Núñez Feijoo, líder precisamente de la tercera comunidad histórica, se alinee con los dos anteriores a pesar de su sempiterna concepción centralista del Estado, ¿a qué puede obedecer? ¿Será que en esta larga cuaresma de abstenciones su purificación de pecados del pasado le ha iluminado y, caído del caballo, se ha convertido en indiscutible campeón de lo que hasta hace poco perseguía? ¿Se habrá contagiado de lo que podríamos llamar el virus nacionalista de las autonomías del Norte? ¿O es que todos los pequeños reinos de Taifas sufren la misma tentación de desligarse de las rígidas leyes de la madre patria para implantar su ansiada democracia republicana independiente? Unos por unas razones y otros por otras, en el fondo y aparte de ideologías y siglas y símbolos, los cromos son intercambiables, practican las mismas políticas socio-económicas, las dirigen los mismos perros con distintos collares. ¿O quizá el objetivo secretamente compartido por todos ellos, ¡ah! se me olvidaban otras comunidades con bastante peso específico en el sur, Murcia, Andalucía, Baleares y Valencia en el Este, y ¡cómo no, Madrid!, una de las más importantes por su tradicional peso específico. ¿O quizá el objetivo de todos ellos sea derribar a este gobierno bolivariano-comunista que está poniendo en riesgo esas libertades individuales, sagradas ahora para los conversos, y hasta hace no mucho tiempo, perseguidas con tanta saña como Saulo perseguía a los cristianos? No voy a romper una lanza yo por nadie, a no ser que se trate de Ulises cuando era amenazado por Polifemo en la gruta de los gigantes. Seamos serios. Nos guste o no, éste es un gobierno legal y legítimo. Es el resultado de una alianza o pacto entre fuerzas políticas legales, según los parámetros de nuestras leyes decididas democráticamente por unas elecciones libres. A mí no me entusiasmaba Mariano Rajoy cuando era presidente del gobierno, pero siempre lo defendí porque era nuestro presidente, era mi presidente. Y quizá con el tiempo se le añore. Lo que me parece descabellado y totalmente fuera de lugar es que justamente en una situación tan grave como la que estamos viviendo, se hostigue, descalifique y anatematice sin cuartel a un gobierno que, por el momento es irreemplazable. ¿Serían posibles acaso ahora unas nuevas elecciones para conseguir una nueva mayoría? Guardemos esas ansias para cuando pase la crisis. Y entonces sí, yo seré el primero en pedir explicaciones, en exigir responsabilidades. Pero de momento, aun sin hurtarlas, creo que lo más razonable, lo más sensato es apoyar sin fisuras a este gobierno, al que menuda guinda le ha tocado.

San Juan, 4 de mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

¿Una nueva ERA?

¿Será posible que hayamos entrado en un nuevo ciclo de la historia de la humanidad? Hasta ahora ningún acontecimiento, ni siquiera las dos grandes y terribles guerras mundiales del siglo XX, había extendido tanto sus largos brazos como éste que tiene a todo el mundo sin excepción bajo su tenaza. Aquí se han roto los frentes clásicos de las ideologías, de los imperios, de las religiones, de las culturas. El enemigo es ubicuo. Está en todas partes. Salta fronteras, razas, pueblos, calles. Se introduce en la familia. En tu propia familia. Quien te da un abrazo, precisamente ése, puede, sin saberlo, apuñalarte por la espalda. Ya sabéis a qué puñal me refiero. Ése no puede descubrirse con el detector de metales. El que se acerca a ti puede sembrar el veneno, el que te ofrece la mano, el que te ayuda a cruzar la calle. Y la ubicuidad es esencialmente en sentido físico. Se transmite por todos los elementos. Salta por mar, tierra, no sé si también por el fuego y aire, que lo transporta como a aquella lluvia de oro de la que se sirvió Zeus para poseer a Dánae. Y esa ubicuidad es tan sutil que bien podríamos decir que es casi espiritual porque penetra por los intersticios más herméticos, como ha demostrado ya en repetidas ocasiones asaltando al personal sanitario que asiste totalmente enmascarado a los afectados por el virus. A partir de ahora cambiará el concepto de amigo. Ahora será el distante, el que guarda silencio, el que no dice nada. Porque, ya sabéis, por la palabra, por la boca y por la nariz. Sólo la mirada y a distancia. Y no quiero recordar aquí aquellas supersticiones, bastante arraigadas, del “mal de ojo”, ese poder maligno que se atribuía a algunas mujeres capaces de echar un maleficio transmitiendo desgracias, daños, enfermedades, sobre todo a los niños. Dante situaba en la puerta del Infierno aquella frase temible: “Olvidad toda esperanza”. Podemos actualizarla. Olvidad los abrazos y los besos. Olvidad las caricias. ¿Va a conseguir este minúsculo microorganismo que se instale la desconfianza entre los humanos?. Ya estaba entre nosotros. Pero dependiendo de otros factores, quizá con este nuevo rostro, ya trasnochados. Como los orígenes, las procedencias, las razas, las religiones, los atuendos, las costumbres…. Se ha alterado esa antigua escala de valores que nos alejaba o acercaba a las personas, por la costumbre, los prejuicios o el razonamiento. O quizá este nuevo factor se sume a los otros que pueden seguir condicionando nuestras relaciones. Porque de ahora en adelante, cuando lleguemos a la “nueva normalidad” ¿seguiremos confiando como hasta hace no mucho en todos aquellos con quienes estamos en contacto? Y no me refiero ya al carnicero que manosea y parte la carne que vamos a comernos. Ni al camarero que nos sirve una ensaladilla. Ni al carpintero que nos arregla una silla. Ni…

Me refiero a todos los oficios, a todos los trabajos, a todos los que están en contacto con nosotros. ¿Acabaremos llevando un detector del virus para andar por la calle y cambiar de acera cuando suene por la proximidad de un posible portador? ¿Nos alejará del bar al que solíamos ir, donde solíamos encontrarnos con nuestros amigos, porque alguien extraño, alguien desconocido, ha ocupado nuestro lugar en la barra? ¿Hasta dónde puede llevarnos esta situación? ¿Estaremos en otro peldaño de aquella escalera que comenzó con la edad de piedra, después la de los metales y ha seguido sin llegar nunca a tocar el cielo como pretendían los artífices de la torre de Babel? Estos son los hechos. Seamos capaces de asimilarlos e impedir que frenen los costosos avances de la especie.

San Juan, 30 de abril de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Sin 1 de mayo.

Aunque con los años ha ido decreciendo el entusiasmo, la ilusión, nunca he dejado de asistir a la celebración de esta fecha, símbolo de las reivindicaciones obreras. Y todo ha ido sucediendo paulatinamente. Al principio una participación ardorosa, si no encabezando, por seguir en algo las recomendaciones paternas, sí en segunda línea. Un día me dijo que a quienes primero fusilaron en la guerra fue a los que aparecían en las fotos de los periódicos encabezando las manifestaciones proletarias. No es que se desmoronaran las ideas de igualdad, fraternidad y libertad, que siguen vigentes. Sino su puesta en práctica. Los experimentos o experiencias de aplicación estatal fracasados con mayores aberraciones aún que las ya existentes en los países llamados capitalistas. Los líderes o abanderados de las ideas, ejemplos vergonzosos de hipocresía. Nunca han faltado en sus mesas y en sus casas los mayores lujos mientras sometían a la austeridad, a la pobreza o a la miseria a sus conciudadanos, a aquellos por los que, decían, sacrificaban todo y entregaban su vida. En el ámbito doméstico he conocido a algunos de esos líderes y ninguno me sirve de modelo y menos aún como estímulo y guía de lo que pueda ser esa sociedad ideal dirigida por ellos. Aun así seguía yendo a la manifestación del 1 de Mayo. Los objetivos seguían siendo los mismos. Los eslóganes…¡Qué decir! Algunos trasnochados, otros ridículos. Bueno, hacía oídos sordos. Me encontraba con muchos conocidos que recordaban otras épocas peores en las que nos unía la defensa de la libertad individual. Y sobre todo y sin necesidad de cita previa, me encontraba con amigos que tomábamos la manifestación más que como tal como punto de encuentro para ya allí solazarnos, salir del río humano, ahora ya riachuelo, tomar cañas, fumar canutos y abandonando los monótonos y repetitivos discursos manidos de los líderes, seguir por bares y más bares nuestras indagaciones etílicas salpicadas de tapeo que en algunas ocasiones nos servían de comida. Ha habido ya algún año en que me he sentido tan ajeno a las pancartas, a los eslóganes, a las consignas repetidas de viva voz o con megáfonos que no me encontraba cómodo en ningún grupo, bajo ninguna sigla. Aunque en los últimos años más que las siglas de las pancartas miraba las caras para elegir dónde ubicarme. Ya me resbalaban unos u otros anagramas. Habían perdido para mí aquel fervor cuasi religioso de otro tiempo. Junto a la desaparición física de algunos de los de siempre, de algunos amigos que o ya no pueden asistir porque sus espíritus vuelan libremente por las praderas de nuestros antepasados o porque no quieren sencillamente verse asociados a esos gritos huecos. Una cosa está clara, que con avances y retrocesos, con errores, muchos errores repetidos una y otra vez, el camino de la libertad está lleno de trampas, algo se ha avanzado en la historia y ese algo no vamos a echarlo por tierra, defraudados por los capataces de siempre, que con uniformes cambiantes han estado y siguen estando al servicio de sus señores, de sus dueños, de sus caciques de antes y de ahora. Que viva por tanto el 1 de mayo, en todo lo que tiene de positivo en el largo camino ¿adónde?. Cada cual que fije su destino. Pero hasta llegar a él, hay mucho camino juntos, tanto quizá que loas ansias, que las fuerzas desfallezcan antes de llegar a la bifurcación que los haga distintos, que los haga diferentes. Es muy posible que, con distintos nombres, todos busquemos el mismo lugar. Ese lugar en el que no haya que extender la mano suplicante para recibir el pan ni echarse el brazo a la cabeza para protegerse del castigo.

San Juan, 1 de Mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Azar

Ayer salí ¡qué remedio! No me refiero a esas salidas ya casi olvidadas, salidas despreocupadas, en las que incluso podía elegir entre este bar donde me sirven el café corto, ristretto, con el vasito de agua sin pedirla, todo un lujo, o el otro donde una amable y simpática señorita con novio italiano me facilita decirle ¡buongiorno!, o aquel donde el café no es tan rico pero el dueño es un viejo y afectuoso conocido. No, esos tiempos con tantas posibilidades de elección, casi ilimitadas, han pasado a la historia, al menos de momento. O bien pasar por Licorea, esa pequeña y familiar bodega de vinos y licores, con una trastienda super abastecida. Porque la posibilidad de ir a Bardisa, tras el Mercado, en la confluencia de Manuel Antón con Capitán Segarra, con vinos, embutidos, jamones y salazones selectos, ya ni me la planteo. Hace tanto tiempo que no he podido salir de la pequeña demarcación de este pequeño pueblo. Como si de no ejercitar las alas se perdiera la costumbre del vuelo y al final quizá no solo las ganas de volar sino hasta el recuerdo de ese antiguo y lejano privilegio. Por no hablar de mis antiguos, añorados y casi olvidados viajes al pueblo en que nací, donde solía ir tan a menudo, sobre todo cuando vivían mis padres, como me lo permitía el trabajo o las obligaciones familiares. Al pueblo donde vive mi hermano y su familia, al pueblo donde tengo aún muchos primos, sobrinos y sobre todo amigos, aunque el paso de las semanas va haciendo cada vez más borrosos sus rostros, sus gestos, sus ademanes. No, claro que no se me han olvidado, pero es como si una densa cortina de arena del desierto los difuminara, un sueño en la madrugada, un oasis que sabes de antemano inexistente. Porque para qué hablar de los otros pueblos donde he tenido y sigo conservando amigos. Borrados del mapa, casi inexistentes. Por no hablar, claro, no ya de pueblos, provincias o regiones a las que las nuevas disposiciones nos impiden desplazarnos. De otros países. Mi hijo y su mujer y su recién nacida hija, allá en Bruselas. Sin posibilidades de abrazarlos y arrullarla. De que nos vea las caras de verdad, y no a través de pantallas. Pero no quería hablar de nada de esto que, no sé cómo, sin pretenderlo se ha interpuesto en mi relato. Salí, como decía, a comprar lo necesario para la supervivencia, pan, verduras, carne, pescado. Alimentos de andar por casa, aceite, sal, lentejas, arroz, vamos, nada extraordinario. Ya en el supermercado, el más grande de la zona, donde vienen hasta de la capital, caminando por sus amplios pasillos lo vi detrás de las lechugas, a él que nunca había mostrado especial entusiasmo por las verduras. Abstraído como estaba mirando la larga lista de compras, ya llevaba el carro grande hasta los topes, no se dio cuenta de mi proximidad hasta que le propiné un cariñoso puñetazo enguantado en la espalda. Chico, qué coincidencia. Cuánto tiempo. No has aguantado las ganas. Se refería a mi desaparecida cabellera. Recién pelado al cero en casa. Éramos casi como extraños. No sabíamos qué decirnos, cómo comportarnos. Habituados como estábamos a abrazarnos, a golpearnos, a tocarnos la cara, a empujarnos, a tener contacto en última instancia, y allí, alejados, guardando la distancia, no sé si las distancias, cuánta diferencia en unas pocas eses. Qué sabes del Pariente. Cuándo podremos volver a juntarnos en el Susarón para de allí salir cortando a la comida semanal. Yo creo que pronto, aunque comamos en mesas separadas. No sé cuándo vamos a poder volver a estar juntos. Ni si podremos algún día. Hombre, no seas tan pesimista. No hay mal que cien años dure. Sí, eso es el refrán, pero no se ven las cosas claras. Asun dice que esto va para largo y no se le ve el final.

Yo creo que este verano podremos volver al Camino de Santiago. Ni lo sueñes. ¿Cómo que no? Ten en cuenta que lo hacemos en Septiembre y estamos en Abril. Faltan todavía cinco meses. No creo que se prolongue hasta entonces esta situación. Dios te oiga, pero no lo tengo yo tan claro. Ten en cuenta además que el Camino es por zonas casi despobladas, lejos de los densos núcleos urbanos, por zonas de montaña. Sí, pero ¿habrá albergues abiertos?

Si no, dormimos en el suelo, como otras veces años atrás, cuando jóvenes, escuchando bajo un árbol los aullidos de los lobos y encendiendo el fuego sobre cuatro piedras para calentar la perola como en el viejo Oeste. Este Saimon siempre tan fantástico. Cuando presentí que un amago de lágrima asomaba por sus mejillas, Manolo es un sentimental, no quise prolongar más la congoja y aún entre las verduras, nos despedimos sin rozarnos siquiera. Luego volvimos a encontrarnos alguna vez más por aquel laberinto de pasillos repletos de todo tipo de existencias excepto de las más necesarias y escasas ahora, mascarillas, guantes, y geles desinfectantes o alcoholes. Vamos, una nueva versión de la ley seca.

Alcohol ni en los supermercados ni en las farmacias. Sólo en los bares cerrados y guardado bajo siete llaves.

San Juan, 29 de abril de 2020
José Luis Simón Cámara.

Estragos.

Soy incapaz de imaginarme cómo pueden estar conviviendo familias que apenas dispongan de 15 ó 20 metros cuadrados por persona durante este ya largo período de reclusión. Situación en la que se encuentra la mayoría de las familias, en el mejor de los casos. Porque queda todavía una franja de la población peor. El caso de las familias numerosas o muy numerosas, como hemos tenido ocasión de saber estos días. Familias de 10 miembros viviendo en 60 metros cuadrados. Por no hablar ya de los desahuciados que viven directamente hacinados en un campamento con el territorio acotado por alambradas de espino.

Cómo imaginarme estas situaciones si se hace insostenible en familias que disponen de 200 metros cuadrados por persona, con dependencias privadas en las que pueden aislarse y crear su pequeño mundo, con patios y jardines para tomar el sol, pasear, correr, para mirar a lo lejos con un panorama lleno de arbolado, sin edificios muralla encima que te impidan mirar a lo lejos. Si con todas esas ventajas la situación se convierte en explosiva, ¿qué puede ocurrir en hogares donde todo eso es inaccesible, donde la presencia física permanente de sus miembros es inevitable? Todo esto me recuerda aquella famosa frase de Sartre en Huis clos, “El infierno son los otros”. Un niño que convierte su vida virtual con los modernos videojuegos en su vida real porque es en la que está en contacto con sus amigos. Irritable cuando se pretende sustraerlo a ese mundo en el que queda atrapado, quizá porque le recuerda más que ningún otro su mundo real, su mundo habitual, el contacto con los niños de su edad, con sus amigos en la calle o en el cole, el ambiente al que asocia sus deberes y su expansión en el patio. Todo ese mundo no puede reemplazarlo el ejercicio o el juego con sus padres o sus abuelos en el patio o en el jardín de la casa. Una joven adolescente, en proceso de búsqueda de independencia, de su identidad, deseosa de intimidad, todas las características de esa edad, egocéntrica, susceptible, con la sensación de sentirse incomprendida y con reacciones impulsivas de agresividad, respondona, de humor cambiante, reducida al estrecho y pequeño mundo familiar, sin la habitual y necesaria expansión en la calle, en el instituto, en los deportes. Solo con las redes. Su joven madre, con hijos y sin pareja. También recluida y desbordada por sus hijos, por sus rivalidades, por sus celos. Sin su habitual expansión en el trabajo. Sin otros contactos. Ni relaciones personales directas. Ocupando ahora su poco tiempo libre del día en disfrazarse de algo, menos de ella, para mostrarse en videoconferencias con sus amigas, ayer atuendo playero, hoy de Frida Kahlo, con un vaso de vino, que no suele beber, sobre la mesa, como un elemento más de la decoración ambiental. Con sus hijos de los abrazos al llanto. Y luego los abuelos. Intentando irradiar orden y disciplina a este pequeño ejército sin uniforme. Las órdenes cayendo de arriba abajo en hilera, como fichas de dominó. El fantasma del virus rondando en informativos todo el día, a cualquier hora. Afortunadamente oídos sordos a las redes que vomitan todo tipo de venenos. La mayoría no contrastados. Soliviantando. ¿Quién no tose o estornuda, síntomas más claros del virus, alguna vez a lo largo del día, después de tantos días, después de tantas semanas? Como en cualquier época del año, como todos los años en los cambios de estación. Sobre todo cuando han pasado ya muchas estaciones. Sobre todo cuando han pasado ya muchos años. Una tos obstinada, incesante, especialmente al anochecer, si intentas dormir y no lo consigues porque los accesos te lo impiden. Si ves, interesado, una película y la tos te obstaculiza parte del diálogo.

O cuando los instintos primitivos se despiertan y la prudencia impide darles salida adecuadamente. O cuando quien habitualmente se ocupa de sacar y airear alfombras, pasar la aspiradora, restregar la fregona, no viene ya hace tiempo y tus ratos de lectura o de descanso, sentado en el sofá, se cambian por alfombras y fregonas…

El confinamiento va haciendo estragos en la convivencia. Cambios imprevistos de humor en adultos y menores que chocan, incapaces a veces de darles salida a través de la ironía o de la broma, y te enzarzas en discusiones interminables, levantas la voz, recurres al grito, a la amenaza. No queda más, a veces, que encerrarte en tu pequeño espacio aislado, privado, donde te puedes abstraer del medio más próximo y reflexionar, poner todo en su contexto, analizar con frialdad el entorno próximo y lejano, relativizarlo todo, desde la disciplina y el orden y la racionalidad que nos obliga a un comportamiento determinado para sobrevivir en estas circunstancias, a la comprensión del cansancio, del aburrimiento, del hastío, de la desesperación de esta situación que se está prolongando demasiado. Todo esto sin asomarnos siquiera a cualquiera de los hogares visitados por el virus. Qué decir en estos casos que van desde los menos graves, aquellos en que los afectados han podido recuperarse a aquellos otros en los que ha habido víctimas. En éstos solo cabe la compasión y el silencio.

El confinamiento hace estragos en la convivencia.

San Juan, 28 de abril de 2020.
José Luis Simón Cámara.