De la urbe a la aldea

Cansados de tanta cultura, de tanta Europa, de tantos derechos, de tantas libertades, de tanto asfalto, llega el momento de la vuelta a la aldea, de la vuelta a la tribu, del regreso a los árboles. Hay que volver a cerrar las puertas para mantener las esencias que se van perdiendo con tanta mezcla. ¡Oh! Cómo echamos de menos aquella vieja lengua solo hablada por nosotros, por unos pocos, por el clan, esa lengua que no entienden, ni falta que hace, todas esas gentes extrañas que se comunican en lenguas habladas por cientos de millones, que diluyen su identidad entre multitudes. ¡No! la nuestra la hablamos y queremos conservarla para nosotros solos, solo nosotros, sin contaminarla con esas otras lenguas.

Sí, bueno, ya sabemos lo que da de sí la urbe, la cultura, la mezcla, el cosmopolitismo. Pero ¿y nuestra esencia? ¿Vamos a permitir que se diluya en el marasmo de lenguas, razas y religiones en que quieren disolver a nuestra etnia? Volvamos a nuestros orígenes, subámonos a los árboles, lo más ecológico de la naturaleza, y abandonemos la selva de asfalto, la polución, la mezcla, los semáforos.

Nosotros solos con nuestra TV3, nuestra radio pública y nuestra Educación para contarnos las cosas que nos interesan y como nos interesan. ¿Qué falta nos hace la información y opinión manipulada de otros medios del Estado e internacionales que no quieren entender el derecho que nos asiste a aislarnos, a encerrarnos en nuestro pequeño territorio, en nuestra pequeña patria heredada de nuestros antepasados?

¿Qué importa que se vayan las empresas, las industrias, si de esta forma nos libramos de gentes que no son partidarias de volver a la aldea?

Bienvenidos los inmigrantes, especialmente africanos, que hace poco tiempo acaban de bajarse de los árboles. Estos son mucho más comprensivos que los inmigrantes castellanos, viciados por la lengua y costumbres del imperio. Estos días hemos visto cómo los cachorros de este movimiento se suben y bajan de las vallas del parque de la Ciudadela donde se encuentra el Parlament. ¿Para qué las vallas? En torno a una hoguera como el consejo de ancianos de los indios fumando la pipa de la paz y agarradas las manos dando vueltas mientras, entre calada y calada, cantan el viejo himno ancestral de nuestros antepasados “la sardina ahumada”, de más de 100 años de historia, una de las canciones casi contemporánea de Homero y los grandes del ciclo épico. Se me saltan las lágrimas recordando aquella hermosa y, en mi ingenuidad, creía que sincera letra ..”Oh, Benvinguts! Passeu, passeu / de les tristors ens farem fum/ que casa meva és casa vostra / si és que hi ha cases d´algú”.

Eso sí, “los elegidos”, que han estudiado en los colegios más selectos, a los que siguen llevando a sus herederos, pueden y saben hablar en todas las lenguas para mantener el imprescindible contacto con el mundo exterior. La inmersión es solo de consumo interno. ¿Qué falta les hace a los pobres inmigrantes de cualquier origen hablar en su pequeño territorio de adopción otra lengua que no sea la de la tribu?

Por si alguno se desvía de las ordenanzas ahí tenemos con la estaca preparada a los nuevos comisarios políticos del nuevo orden, viejos defensores, ¡eso sí!, en su única lengua, de las libertades que les han llevado a imponer solo la suya.

Vivan las caenas. Vivan las fronteras. Vivan las aldeas.

San Juan, 1 de Febrero de 2018.
José Luis Simón Cámara.

Pacíficamente

Ellos todo lo hacen pacíficamente. La policía con brutalidad.

Rompieron los cristales de los coches de la guardia civil pacíficamente.

Pacíficamente se subieron a esos mismos vehículos destrozados y desde allí arengaron pacíficamente a los manifestantes concentrados.

Pacíficamente mantuvieron retenidos a los policías que por orden judicial entraron a la consellería de economía en busca de documentación sobre el referendum.

Pacíficamente lanzaron una silla contra un guardia civil cuando entraba en un colegio electoral y lo dejaron en estado de choc.

Pacíficamente rodean los locales de los partidos no independentistas y los tachan, tratando de insultarlos, de españolistas.

Pacíficamente hacen pintadas y lanzan amenazas contra establecimientos de no independentistas con frases como “Esta no es vuestra tierra”

Pacíficamente impide la señora Forcadell intervenir a la oposición en el Parlament, dejando sin voz a millones de catalanes que no se sienten representados por ellos.

Pacíficamente enseñan a los niños en las escuelas a hacer esteladas como trabajos manuales.

Pacíficamente impiden en la Universidad la entrada de alumnos no partidarios de la huelga.

Con inusitada violencia ocular, gestual y verbal nos lanzan el adverbio pacíficamente olvidando quizá que su significado está a años luz del uso que le dan en sus múltiples intervenciones, sea Tardá, Rufián, Bosch o el lacrimoso Junqueras.

Pacífico se dice, según el diccionario de María Moliner, del que no provoca o fomenta o no es inclinado a provocar o fomentar luchas, discordia o discusiones.

¿Quiénes son los que han perturbado desde hace tiempo la paz, el sosiego y la convivencia tolerante y respetuosa de las ideas distintas u opuestas?

¿Era este el clima social de confrontación entre los distintos partidos políticos cuando se trataba de defender los intereses de clase?

¿Había esta intolerancia ideológica, instalada ahora en nuestra sociedad, entre los líderes y militantes del PSUC, PSC, Converg. y Unió, PP o Esquerra Republicana?

Es evidente que no. Cataluña ha sido un modelo de convivencia, de progreso, de respeto, de civismo.

Ha sido la pacífica irrupción del veneno independentista la que ha emponzoñado las relaciones políticas y la convivencia entre amigos, parientes y vecinos.

Ha sido la pacífica irrupción del independentismo intolerante la que ha provocado el rechazo del ordenamiento jurídico derivado de la Constitución.

Ha sido la pacífica irrupción del independentismo la que está poniendo en peligro el bienestar de muchas gentes engañadas por dirigentes irresponsables que, con las espaldas más guardadas, las empujan a una aventura de consecuencias imprevisibles.

¿Quién va a soportar sino ellos especialmente las consecuencias de la fuga de miles de empresas que hacían de Cataluña una de las tierras de promisión a la que desde hace muchos años han acudido gentes de toda España?

Todo lo hacen pacíficamente estos chicos. No acabo de entender por qué el gobierno de España aplica el artículo 155 de la Constitución.

San Juan, 29 de octubre de 17.
José Luis Simón Cámara.

La secesión.

 

Los movimientos de secesión en Cataluña me recuerdan más a la guerra de secesión norteamericana que a las luchas de independencia de las colonias españolas con su metrópoli.

No estoy diciendo que los catalanes quieran implantar la esclavitud a estas alturas de la historia, eso espero al menos, pero el tufo de superioridad que se les escapa en múltiples declaraciones, las muestras de exclusión, el falseamiento de la realidad histórica, las frecuentes manipulaciones, el menosprecio de lo que no consideran propio, los amagos de xenofobia hacia lo distinto o contrario, me recuerda más a los supremacistas suristas de la confederación, defensores de la esclavitud, de la superioridad de la raza blanca, que a los Bolívar, San Martín o José Marti de Sudamérica o Centroamérica, que con ansias democráticas pretendían librarse de la metrópoli, más preocupada en el expolio económico de las colonias que en el bienestar de sus habitantes.

¿De qué tiranía pretenden librarse los independentistas catalanes cuando en sus territorios no ha habido jamás, como en el resto de España, tanta libertad para todos como ahora? Y digo como ahora para todos porque si fueran ellos los que decidieran el futuro de esta tierra, y ya han dado muestra de ello acallando al disidente incluso en el Parlament, sede de la soberanía popular, ejercerían su poder, sin control judicial independiente, contra quienes no comulgaran con sus ideales independentistas. Asistiríamos al paulatino destierro de todos aquellos elementos que hasta ahora han unido a las dos comunidades, como es por ejemplo la lengua castellana que ya ha sido objeto de represalias, emulando los tiempos en que durante las distintas dictaduras se represaliaba el uso de la lengua catalana. Ya se han escuchado voces que piden la desaparición de calles dedicadas a, por ejemplo, Antonio Machado, por ser considerado, no sé por qué altas instituciones culturales, como franquista, y seguramente en esa línea se quitaría el nombre de Miguel de Cervantes por ser el símbolo de la opresión lingüística imperial sobre Cataluña que probablemente preferirá el uso del alemán, más propio de sus añoranzas históricas de los Habsburgo frente a los decretos de Nueva Planta de los Borbones. No vendría mal recordar que los Habsburgo fueron altamente respetuosos con los fueros de todos aquellos países bajo su control, como por ejemplo con Castilla cuando pasaron a cuchillo a tantos comuneros castellanos de los que la historia recuerda a Padilla, Bravo y Maldonado o con los Países Bajos en la época del Duque de Alba cuando decapitaron en Bruselas a los condes de Egmont y Horn, el primero pariente de Felipe II y abanderado en las batallas de San Quintín y de Gravelinas, y no por veleidades independentistas, ya latentes en sectores de la sociedad flamenca, sino por oponerse a la implantación de la Inquisición en aquellas tierras con fuerte predominio protestante, aunque ellos eran católicos.

¡Qué poco aprendemos de la historia! Me resulta patético leer estos días en la prensa que Tarradellas ya advirtió del giro secesionista que tomaría la Generalitat cuando en el traspaso de poderes a Jordi Puyol le sugirió acabar con el “Visca Cataluña”, “Viva España” a lo que éste se opuso y leer también que el mismo Tarradellas trató en el año 34 de disuadir a Companys de que declarara la independencia de Cataluña. Ni con Puyol tuvo éxito ni tampoco con Companys.

Ya hemos visto los resultados en ambos casos.

¡Qué poco aprendemos de la historia!

San Juan, 18 de octubre de 2017.
José Luis Simón Cámara.

El fin justifica los medios

No importa pisotear los derechos de las minorías en el Parlamento catalán, incluso los de aquellos que con su tibieza y ambigüedad lo posibilitan.

No importa reprochar al Estado que se resiste al monólogo, no al diálogo.

No importa estimular el desprecio hacia todos los que se enfrentan o simplemente osan poner en duda la limpieza de sus planteamientos.

No importa si se recurre a los sectores más acomodaticios y rancios de la iglesia, como ya tuvo oportunidad de demostrar en distintas latitudes y épocas, sea con Franco, Pinochet o Eta, bendiciendo los cañones, cantando tedeums de acción de gracias o cobijando en sus sacristías a los del tiro en la nuca.

No importa si se tiende una trampa a la policía, incumpliendo el compromiso de evitar la entrada de la gente, soliviantada contra los legítimos poderes del Estado.

No importa propagar, ya desmentidas, imágenes de policías rompiendo uno a uno los dedos de una patriota mientras le manosean las tetas para humillarla.

No importa si, aprovechando las generosas transferencias autonómicas, como Educación, se han utilizado para sembrar en las mentes inocentes de los jóvenes el veneno de la falsedad histórica, el desprecio de esa España que los avasalla, atropella y roba.

No importa si, valiéndose de subvenciones distribuidas entre sus adeptos, especialmente entre los medios de información, se ha conseguido hacer creer a la sociedad catalana que hay menosprecio por parte del resto del país.

No importa si los abanderados de la independencia han estado vaciando las arcas del gobierno y de la sociedad que dicen defender.

No importa si esos mismos dirigentes, que quieren mantener a su pueblo en la inmersión lingüística provinciana y excluyente de una de las lenguas más universales, han estudiado y llevan a sus hijos a estudiar en los foros internacionales.

No importa la compra de la cohorte de sedicentes intelectuales, estómagos agradecidos, firmantes de manifiestos de los incontables agravios de la historia falseada a propósito acariciándose la barriga de sus pretendidos méritos.

No importa denunciar ante la comunidad internacional el pisoteo de los derechos de los ciudadanos, ellos que han pisoteado todos los derechos y deberes de los que emana su autoridad.

No importa vulnerar la Constitución que fue votada por la inmensa mayoría de los ciudadanos catalanes y del resto de España y de la que dimana el poder de la Generalitat.

No importa, grave incongruencia, si ante algunas decisiones administrativas desfavorables se recurre a los tribunales de los que se abomina.

No importa el empecinamiento en mantener la convocatoria del referéndum contra todas las decisiones de los órganos democráticos del Estado de derecho, a sabiendas de que los procedimientos para impedirlo implicarían violencia, casi siempre rechazable, pero en el fondo pretendida para poder ofrecer al mundo imágenes del Estado opresor que impide la expresión de las libertades de un pueblo sojuzgado.

Todo esto no importa nada.

Lo único que importa es la independencia aunque sea fracturando la convivencia, en muchos casos ya irreparable, entre los propios catalanes y con el resto del país.

Ahora ya está muy claro. Eso es lo único que importa.

El fin justifica los medios.

San Juan, 5 de octubre de 2017
J. L. Simón Cámara