Sueños. 17.

Desencuentro

La pareja de enamorados se había desplazado a la capital porque él se examinaba de la oposición que llevaba preparando varios meses. Allí, mientras él, enclaustrado en la habitación del hotel, repasaba el temario, lo resumía, lo memorizaba, ella, que había estudiado allí la carrera, había aprovechado para tomar contacto con sus viejos compañeros de estudios que, tras varios años alejada en provincias, volvía a ver. No le resultó fácil localizarlos, pero encontrado el primero, los demás fueron apareciendo como eslabones de una cadena. Aunque todos estudiaron en las facultades de letras siguieron destinos distintos: unos, la mayoría, la enseñanza, otros en un despacho de abogados, quiénes asesores en una empresa de marketing, hubo quien vivió del alquiler de pisos heredados de sus padres, en fin, bastante variedad. A pesar de trabajos tan distintos seguían manteniendo algunos lazos y si no con mucha frecuencia, se veían de vez en cuando porque la mayoría seguían viviendo en Madrid y si frecuentas los mismos circuitos coincides más con la gente que si vivieras en un pueblo pequeño. Al principio de la estancia en Madrid volvía a la hora de comer e iban a algún restaurante próximo pero él le sugirió que si no le importaba comiera con sus amistades y de esta manera él pedía el menú del hotel y, sin necesidad de salir ni de comer en demasía, podía continuar con la preparación del examen. Días después, cuando regresaba a la hora de la cena, se lo encontraba ya acostado durmiendo entre libros. Así, pues, acabó saliendo por la mañana y llegando ya después de cenar con sus amistades, a sabiendas de que él dormiría ya rodeado, como cada noche, de libros. Por la mañana, al levantarse, aprovechaban el breve rato del desayuno para contarse sus andanzas, ella sobre todo, porque lo que era él, bien poco había andado y su compañía era bien conocida de ambos. Ella sí, le contaba pormenores, anécdotas, paseos, conversaciones, recuerdos, con las distintas amistades, aunque no estaba muy segura de que él, abstraído en sus asuntos, se enterara de lo que le contaba. Pero lo parecía e incluso le preguntaba algunos detalles, no sabía ella si por aparentar que se interesaba o porque realmente la estaba escuchando con atención. Así pasaron varias semanas que dieron lugar a encuentros con distintas amistades, visitas a museos, paseos por la montaña, sesiones de cine, hasta alguna obra de teatro. Para ella supuso una brisa de aire renovado, una recuperación saludable del pasado, un reencuentro refrescante con gentes de otra época.

Cuando el marido supo el resultado del examen, un notable alto, su primer impulso fue llamar a sus padres, eterna fuente de preocupación, porque durante años sus resultados académicos no habían sido muy satisfactorios y aunque eso para él no era motivo de inquietud, sí lo había sido y muy preocupante para sus padres que veían pasar el tiempo sin que su hijo se tomara en serio los estudios. Pero no fue así. Lo primero que hizo fue ir en busca de su pareja para darle la noticia. Ella, hasta tal punto se había acomodado a esa nueva vida de relaciones con sus antiguos compañeros que cuando su marido le dijo que ya sabía las notas, ella desorientada con tanta novedad que había entrado en su vida le dijo —¿Qué notas? Su respuesta fue un jarro de agua fría. Quedó tan desolado que se dio media vuelta y se marchó al hotel. Fue entonces cuando ella, vuelta a la realidad, se dio cuenta de la crueldad de su respuesta y lo siguió llamándolo suplicante. Hicieron las maletas y, en silencio, regresaron a la provincia. Ella lamentando su reencuentro con los viejos amigos. Él, perdida la alegría por haber ganado la oposición que le había costado tanto esfuerzo. El paso del tiempo fue dejando en el olvido aquella estancia en la ciudad que, por otra parte les había proporcionado importantes elementos de felicidad, a ella con la recuperación de amigos, jirones de su vida de estudiante, y a él la seguridad de un trabajo estable, nada desdeñable en los tiempos que corrían. Aunque por una u otra razón aquellos días fueron vividos por ambos con tanta intensidad, un estúpido velo de tristeza envolvía su recuerdo.

San Juan, 9 de diciembre de 2015
José Luis Simón Cámara.

Galería de personajes. 9.

El coleccionista.

No importa de qué se trate. Casi todo cabe. La sola excepción es la unicidad. Nunca puede tratarse de un ser único o inalcanzable, como puede ser el sol, la divinidad, el Everest o pocas cosas más. Todo lo demás es posible objeto de su voracidad recopilatoria. Yo lo he visto acarrear con la pesada cornamenta de un buey, por poner el ejemplo más exagerado del que he sido testigo. Estoy hablando de varios kilos de peso porque no solo eran los cuernos sino también los huesos soporte de la cara y la nariz, el esqueleto de la cabeza, vamos. Y cuando camina por la playa las conchas más pequeñas, diminutas, arrastradas por las olas una y otra vez, que se pierden en el cuenco de la mano. Entre la cornamenta de buey y la minúscula concha imaginaos la infinidad de objetos susceptibles de ser agrupados. Latas de cerveza de todos los tamaños y marcas, nacionales y extranjeras, clasificables además por grados alcohólicos, tamaño, color, países, continentes. Solo para eso hace falta ya bastante espacio, estanterías ajustadas al tamaño para aprovechamiento del espacio, algo así como las abejas cuando organizan la colmena. ¿Qué decir de las monedas de las más variadas épocas y países? ¿Y de los sellos? Desde hace años acostumbra a ir al mercado semanal que se instala en las arcadas frente al ayuntamiento de Alicante, donde hace intercambio de monedas y sellos de las más lejanas y extrañas procedencias. Seguro que me dejo en el tintero, objeto que, también, por cierto, colecciona, otras piezas que irán apareciendo, pero quizá una de sus más prolongadas y obsesivas búsquedas sea la de los últimos números, dificilísimos ya, del sorteo diario de la ONCE, que tiene la friolera de 100.000 números. Hace ya un tiempo que, después de regalarnos a todos sus amigos del camino de Santiago, con el que lo hemos andado varias veces en distintos años, las series correspondientes al camino, ha llegado a reunir noventa y nueve mil novecientos noventa y seis. Solo le quedan, y esto parece de lo más difícil, cuatro o cinco números que no consigue encontrar, a pesar de que posee una llave maestra con la que, autorizado por sus dueños, puede abrir las taquillas donde los compradores de boletos suelen arrojar los no premiados. Él abre el receptáculo y caen todos los números, algunos rotos, otros arrugados, los menos lisos, en la gran bolsa de plástico que lleva en una mano, la otra ocupada con la correa del perro que indefectiblemente lo acompaña. A veces sé de su presencia en un bar porque veo desde lejos el perro sentado junto a la puerta esperando a su amo fiel. Recogido el trofeo le entran las prisas por recogerse en casa a rebuscar entre los números alguno de los que ansía. A partir del último vaciado de boletos de la lotería, es inútil invitarlo a tomar una caña o hilvanar una conversación en la calle. Su ritmo va in crescendo y nada consigue entretenerlo, como al que va derecho a un objetivo y no quiere perder ni un minuto de tiempo. Enfebrecido y renqueante, porque últimamente una dolencia se ha unido a otras más antiguas, apoyando de manera intermitente una u otra mano en el costado, se encamina hacia su casa donde, al llegar, aboca el saco del tesoro y comienza a escarbar. Si consigue algún boleto nuevo, empresa cada vez más difícil, su alegría se contagia a las estanterías donde reposan planchados y prensados los miles de números ya conseguidos. De lo contrario, como suele ocurrir, sin caer en el desaliento, va dirigiendo la vista a los otros objetos perfectamente ordenados y organizados y, complacido por el esfuerzo de largos años, dormita apoyada la cabeza sobre la mesa-taller de su despacho.

José Luis Simón Cámara.
San Juan, 3 de diciembre de 2015.

20 D. 2015. Elecciones.

Apenas alguna voz deletreando los nombres de los espaciados votantes que acuden a las mesas del colegio electoral a primeras horas de la mañana. De fondo el suave ruido de los aparatos de aire acondicionado. Dos mesas del distrito 1, sección 6 de las elecciones al Congreso de los Diputados y al Senado. Unas con papeleta y sobre blanco, las otras color sepia. La soterrada rivalidad partidaria no se hace patente. Los representantes de los distintos partidos muestran una civilizada relación de camaradería. Cualquiera que sea el resultado, van a estar todo el día enredados en la misma tarea. ¡Los líderes quedan tan lejos y ellos se encuentran tan cerca! Como siempre, las mesas están llenas de interventores de los tradicionales partidos mayoritarios, el sistema bipartidista alternativo, PP y PSOE, que estas elecciones parece ponerse por primera vez patas arriba por la irrupción de los llamados partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos. Precisamente el apoderado de Podemos, con el que en principio podría sentir más afinidad, no presenta un perfil próximo, más bien hostil, cabeza de cara rojiza y tamaño desproporcionado con su estrechez corporal. Asiduo colaborador del diario Información, de lenguaje más bien desmesurado y juicio poco matizado. Me resultan más próximos gestualmente tanto los miembros natos o elegidos de las mesas como los interventores y apoderados del resto de partidos, incluido Ciudadanos, con los que en principio no tendría por qué tener tanta sintonía.

Pasadas las 12.30 se va haciendo denso el ambiente en el aula prefabricada que sirve de local electoral. Aumenta el flujo de votantes hasta formarse pequeñas colas. Casi a las 14.30 en una mesa se ha saltado el filo del 50% de votantes y en la otra a punto de saltarlo. Ambiente relajado, calma. Las presidentas de mesa, son las dos chicas curiosamente, los vocales, interventores y apoderados se deshacen en atenciones unos con otros, ofreciendo bebidas, bocadillos, un cigarrillo en el exterior, una relación envidiable, de compañerismo, civilizada.

Hacia las 7 de la tarde sigue afluyendo gente y se está llegando al 73, 74 % de participación, menos de lo que presagiaba la incertidumbre y la expectación ante los nuevos partidos emergentes que podían motivar a sectores de la población insensibles hasta ahora a las repetitivas y manidas propuestas de los partidos clásicos. Parece que el grueso de la población se mueve como los grandes paquidermos, con la lentitud de la lava cuando llega al llano, cansina y lenta pero de paso irreversible en su camino.

A las 8.05 de la tarde, ya totalmente oscuro y con una humedad envolvente, se cierra la puerta del colegio electoral. Se había abierto al público a las 9.05 de la mañana. Las dos mesas, A y B del distrito 1, sección 6, situadas en forma de L en el aula que sirve de comedor escolar, comienzan a abrir los votos por correo e introducirlos en las urnas, después votarán los miembros de la mesa. Como si se tratara de una operación antigua y artesanal, la presidenta, en este caso ayudada por un vocal más experimentado, como si estuviéramos en una vieja herrería, coge unos alicates y rompe el alambre que ha mantenido cerrada e inviolable, símbolo de la soberanía popular, la urna de plástico duro y transparente donde a lo largo del día los ciudadanos han ido depositando, a través de un papel, su confianza en una fuerza política y a continuación, en un clima siempre de calma, empezará el recuento de votos. Con cierta curiosidad más que con inquietud, comienza la monótona lectura de votos a los distintos partidos. A lo largo de la sesión, a veces interrumpida por una vuelta atrás para comprobar que el conteo es correcto, o por el sonido de un móvil que nos informa del índice de participación a nivel local, provincial, autonómico o estatal, hay que decir que sobre todo los representantes de los distintos partidos están pendientes de los primeros resultados que van apareciendo a pie de urna, se van produciendo comentarios más o menos graciosos sobre algún incidente como la pronunciación incorrecta de una candidatura, o la aburrida repetición de los votos del mismo partido o la felicitación al pobre representante de un partido, como el mío, EU, cuyo primer voto ha tardado tanto rato en aparecer. En cualquier caso, ninguna acritud en los comentarios. Ningún nerviosismo. Quizá nos estamos acostumbrando al indiscutible recurso a los votos para dirimir las diferencias, como los pueblos civilizados. Ojalá las diatribas, los insultos, las amenazas, los puñetazos y mucho más las balas queden para siempre desterrados de nuestro panorama.

San Juan, 21 de Diciembre de 2015.
JoséLuis Simón Cámara.

Galería de personajes. 8.

Érase un hombre a una bolsa de plástico en la mano pegado.

No sé si arrastra los pies caminando por falta de energía o si lo hace como aquellos escuderos de la Edad Media, que, ufanos de pertenecer a la baja aristocracia pero en la pura miseria, sacando pecho, en la barba unas migajas de pan para mostrar que se andaba sobrado y la cabeza erguida, no los levantaban para que nadie viera sus zapatos sin suelas. Lleva chaqueta incluso ahora, en Mayo, que ya comienza el calor. Las primeras veces que lo vi me llamó la atención su caminar acompasado arrastrando los pies y con una bolsa de plástico, casi rozando el suelo de tan grande, en la mano. Arqueando ligeramente el brazo, como si en el oeste fuera a desenfundar, aunque nada más lejos, creo, de su intención ir cargado de cartucheras. El arqueo de su brazo hace contrapeso a la bolsa que lleva en el otro, llena de objetos inútiles que va recogiendo por las papeleras y que él cree útiles aunque no sabe para qué. Ya lo he visto más de una vez incorporándose para abuzarse en las papeleras en busca de algo aprovechable. No es que las papeleras estén muy altas, pero él es bastante bajo, con la camisa fuera de los pantalones, colgándole debajo de la chaqueta grande que lleva puesta. Lo de asomarse a las papeleras me obligó a desechar la posibilidad de asemejarlo a los escuderos, porque nada más lejos de ellos que aparecer como mendigos, aunque estuvieran muertos de hambre.

¿Quién podría sorprender una sonrisa en el rostro del hombre de la bolsa? Si, satisfechas las necesidades vitales, como el hambre y el sueño, es aún difícil sonreír en solitario, cómo diablos puedes suponerla ni por descuido en el suyo, ni siquiera como ejercicio para evitar el anquilosamiento propio de los músculos que no cambian de posición. Sí, parece que la sonrisa y la risa prolongan la vida. Pero ¿para qué quiere él alargar la agonía en que se convierte cada día que vuelve a despertarse y se ve obligado a echarse a la calle, como un ser arrojado al mundo, a este infierno que somos todos los otros, testigos inmisericordes de su pobre y triste destino? Muchas veces denunciamos la crueldad ejercida contra los animales en el coso taurino o al despeñar a la cabra desde el campanario o cuando echamos a la sartén a esos pececillos que aún pueden escaparse por los huecos de las redes, y yo no digo que esto no sea cruel, pero creo que esta crueldad palidece comparada con la que en silencio y día a día ejercemos por omisión hacia esos seres que, clamoroso grito silencioso, vemos pasar a nuestro lado, consumiéndose y sin despertar la compasión a la que tiene derecho cualquier humano en esa triste situación.

Hoy, después de varios meses, lo he vuelto a ver caminando cada vez más lento y ¡quién lo diría! parecía llevar un móvil en la mano. Como nuestros caminos iban confluyendo lo he observado al acercarme y he comprobado que se trataba de un pequeño y viejo transistor. Él, barba irregular, mal afeitada, pelo a jirones, a la vez que se asomaba a la papelera que había en su camino y tosía con carraspera, no podía creerlo, iba tarareando la música que sonaba en el viejo transistor.

San Juan, 29 de Mayo-12 de Octubre de 2015.
José Luis Simón Cámara

Galería de personajes. 7.

Los gemelos del psiquiátrico.

Como si fuera uno la sombra del otro, van trastabillando pasos por la calle, tambaleándose o balanceándose como si fueran marinos que caminan por la cubierta de un barco en permanente vaivén, traído y llevado por las olas. Difícil si no imposible distinguirlos incluso juntos, porque ni siquiera los actos individuales, como por ejemplo fumarse un cigarrillo, son inconcebibles si no lo hacen los dos simultáneamente. Uno delante del otro van moviéndose por las aceras del pueblo a esas horas en que les dejan salir de su residencia. Las mismas gafas, la misma ropa, los mismos zapatos, la misma envergadura, la misma cara, los mismos gestos, van como enredándose con los que se encuentran por la calle, entreteniéndose con quienes les dan palique, sin perderse de vista nunca uno al otro y sin prestar mucha atención al interlocutor, como si estuvieran solo pendientes uno del otro, y entre ellos se interpusieran los contactos con los viandantes, necesarios para sus fines, como conseguir unas monedas o un cigarrillo, también les gustan los puros, pero con los ojos siempre puestos en el otro, en su referente, en el hermano, en la copia casi exacta hasta el punto de que yo no sé si cada uno es o se siente o se reconoce en el otro. Todo el contorno del psiquiátrico, que va desde Santa Faz a San Juan (todo son santos por estas tierras), los conoce. Tiene de peculiar esta pareja que, aunque vayan juntos, te aborden juntos y te pidan juntos, no despiertan ningún recelo ni temor, ni siquiera rechazo o antipatía. Su inocuidad es tal que más bien despiertan simpatía o compasión o incluso ternura. Su presencia provoca más bien el esbozo de una sonrisa, y en ocasiones, lamentas no llevar algunas monedas sueltas para regalárselas, consciente de que en ningún caso van a gastarlas en drogas o alcohol, como ocurre muchas veces cuando, a sabiendas del uso que van a hacer de inmediato, les dejas caer una moneda a algunos que, por su nerviosismo, excitación, ansiedad, sabes que van a meterse un chute. No, no es su caso. A lo sumo algún cigarrillo suelto o algún vaso de limonada, ni siquiera coca-cola, que no les conviene por ser algo excitante. Y claro, no vamos aquí a remontarnos a la valoración que para nuestros antepasados griegos tenía la locura, vamos, lo contrario a la cordura, como toque o chispa de los dioses que hacen incomprensible a los humanos juiciosos los ininteligibles rumbos o designios de los llamados locos o enfermos mentales o enajenados o lunáticos, como luego en la cultura cristiana el fenómeno de la posesión tanto del maligno, recordemos los casos de posesión diabólica narrados por Marcos en su evangelio. Preguntado por Cristo el nombre del poseso, éste responde: “Mi nombre es legión”. Expulsados por Jesucristo se lanzaron sobre una piara de cerdos que, enloquecidos, se despeñaron por un acantilado y se ahogaron en el lago. Pero también está el éxtasis o posesión de la divinidad, como atestigua la experiencia de Teresa de Jesús, en la escultura de Bernini, con los rasgos y gestos propios de la relajación que sigue al acto sexual. El poseso, del diablo o de dios, no sigue las reglas de la razón, sus parámetros se alejan del comportamiento aceptado como normal, hacer contorsiones, o echar espumarajos por la boca o poner los ojos en blanco o arrojarse al suelo y tirarse de los pelos y la ropa, todo eso propio de los posesos no es muy común que digamos. Nada más lejos de todo esto que los dos gemelos de que hablo. En el peor de los casos tocados por el dedo divino, no del diablo, desde luego. Nunca he visto que nadie quisiera reírse o burlarse de ellos. A lo sumo amagos de compasión y simpatía. ¡Qué menos con seres tan poco acariciados por la fortuna!

San Juan, Mayo de 2015.
José Luis Simón Cámara