XXXII Cross Subida al Santuario Santa María Magdalena – Novelda (4-Agosto-2018)

Primera carrera de “MI” temporada, carrera que descubrí el año pasado y me encantó. Primer sábado de agosto, el cual anuncian muy caluroso. Por este motivo la organización decide retrasar la salida media hora.

Salgo sobre las 18.00 de la tarde de Mutxamel dirección a Novelda para llegar con tiempo a recoger el dorsal. La bolsa del corredor (bien nutrida como siempre). Recojo el dorsal y empiezo a ver a parte de “LOS GATOPARDOS” de A To Trapo.

Ocho de la tarde, dan la salida. Una vuelta a la pista y salimos al asfalto, la primera parte del recorrido es de leve subida, aunque también hay algún descenso. La subida importante empieza en el km 5 hasta el 6 aproximadamente. A partir de ahí una bajada pronunciada en la que me dejé llevar (me recuerda cuando bajo el Cabecó).

 Seguimos corriendo el circuito a la inversa siempre con tendencia a bajar. Muchísima gente animando durante todo el circuito, sobre el km 10 entramos en el pueblo el cual tiene sus calles abarrotadas y llevando a todos los corredores en volandas. Volvemos a entrar en la pista de atletismo para dar la vuelta de honor y entrar en meta.

Carrera muy bonita y recomendable (a pesar de las fechas), con gran animación durante todo el recorrido y con el ya tradicional helado de horchata en su avituallamiento.

Tomás M.

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Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Pili VETERANAS C 0:52:48 169 1
Juan Enrique VETERANOS C 0:53:17 177 23
Julián VETERANOS D 0:54:12 199 17
Jorge Juan VETERANOS D 0:58:49 369 35
Tomás M. VETERANOS B 1:02:52 485 98
Juan P. VETERANOS B 1:03:16 502 100
Naiara VETERANAS B 1:03:17 505 7
JA.Torregrosa VETERANOS A 1:06:05 607 98
Ernesto VETERANOS C 1:07:05 634 94

III Trail de Primavera de Confrides (19-Mayo-2018)

Compañerismo y superación. Esas palabras, esos valores, son los que definen mi primer trail. Para mí, hablar de esta carrera, supone hablar en plural. Sin David Gil Pelluch no hubiera sido capaz no solo de acabarla, sino ni si quiera de empezarla. Los meses previos a la carrera, David me estuvo aconsejando, guiando, orientando… y cada vez que íbamos a hacer una salida, un entrenamiento, tuvo que sufrir mi tercer grado ya que siempre estaba hecha un mar de dudas respecto a la ropa más adecuada, cantidad de agua a llevar, comida…

Mi recorrido en el trail es más bien escaso, tanto en el tiempo como en la experiencia. Apenas hacía seis meses que estaba corriendo por las montañas y sólo antes había hecho el trail de Aigües de 15km. Pero como todos los que estáis en este mundo, sabéis que engancha a un ritmo frenético. Y como muchas veces me ha dicho Ángel Parra Martínez (mi otro gran compañero de fatigas), ya me había picado el gusanillo.

Durante dos meses tuve el perfil de la carrera en el corcho del despacho intentando memorizar las subidas, las bajadas, los avituallamientos, los kilómetros de desnivel… os adelanto ya, que soy muy mala para los nombres, por lo que no esperéis encontrar una descripción exacta de los pueblos, picos… y menos aún, cuando durante más de la mitad de ese tiempo, ¡tuve el perfil del año anterior, que por supuesto, no era el mismo!

Salimos el día de antes para hacer noche allí y, en teoría, poder dormir más horas al no tener que pegarnos el madrugón. Gracias a Josemi Perez Gomis (miembro del club y organizador del evento) por su hospitalidad. Aunque yo tengo que decir que no pude pegar ojo… muchos nervios por todo.

Bien temprano, fuimos a recoger el dorsal. Ya en ese momento estaba alucinando. No había vivido ese ambiente antes y ver a todos los corredores preparados, nerviosos, es muy emocionante. Los cuatro amigos que fuimos Ángel Parra Martínez, Carlos Ramos Cabrera, David y yo, fuimos juntos, aunque ya sabía que en cuanto dieran el pistoletazo de salida, los dos primeros iban a salir como alma que lleva el diablo, especialmente Carlos.

Como no podía ser de otra manera, foto del Club A To Trapo antes de empezar. Lo que para mí ahora son caras amigas, aquel día eran casi todas desconocidas. Pero ya en ese momento, hacen que te sientas parte del club y quieras formar parte de él.

Se olían los nervios, la emoción, la competitividad, las ganas de superar ediciones anteriores… pero sobretodo se respiraba el buen rollo que hay entre todos ellos.  Y pocos minutos más tarde… ¡la cuenta atrás! Marcador a cero… y empezamos.

Nada más salir me sorprendió el ritmo “lento” que David quería que llevara. Yo tenía tantos nervios encima que lo único que quería era echar a correr. Las primeras bromas con otros corredores respecto al ritmo, a las horas que habían calculado y ya estábamos en el primer avituallamiento. No hicimos parada y seguimos con la subida. Recuerdo que tenía la sensación de querer adelantar a todo aquel que me frenara un poco, pero era mejor aguantar ya que nos quedaban muchos kilómetros por delante.

Según vas avanzando en la carrera, el paisaje es increíble. Yo no conocía la zona y he de decir que me quedé muy sorprendida.

Hay personas que en carrera se les cierra el estómago y no pueden comer nada, o casi nada. A mí no me pasa eso. Más bien al contrario. Es por ello que a partir del tercer avituallamiento con casi 18km en las piernas me comía hasta las piedras. Y eso que, al igual que todos, llevaba provisiones que en pequeñas cantidades iba ingiriendo en carrera (fuet, dátiles y nueces).  Los avituallamientos estaban muy completos. Si por mi hubiera sido, en cada uno de ellos hubiera hecho una parada larga y me hubiera comido toda la coca… pero tenía al lado a David que me dejaba parar apenas unos minutos y en seguida continuábamos.

A los pocos metros de empezar la segunda bajada, llevábamos unos 25km recuerdo que David me dijo: “venga, ahora a correr para abajo”. Mi respuesta fue: “pues serás tú, porque lo que soy yo, no puedo”.  En ese momento apareció lo que más temía que me pasara; el dolor de la cintilla. Unas semanas antes había empezado a padecerla, y a pesar de habérmela tratado, sabía que antes o después, en cualquier momento de la carrera iba a dar la cara. Esto hizo que el ritmo fuera más lento, pero en ningún momento nos detuvo.

Los que la habéis padecido, o habéis oído hablar de ella, sabéis que solo duele en las bajadas. Cuando empezamos la tercera y última subida quería recuperar el tiempo que había perdido bajando. Yo siempre he dicho que soy más de subidas que de bajadas y en ese momento lo pude comprobar, porque a pesar de llevar más de 30km ya recorridos, apretamos el ritmo y subimos con paso firme y sin descanso.

Al llegar arriba… no me podía creer lo que estaba viendo… un paisaje mágico, de película. Fue parada obligatoria, no solo para coger aire y afrontar la última bajada, si no para memorizar y guardar en la retina aquellas vistas.

La tercera bajada, aún con dolor, conseguimos “correr”. Me quedaban apenas unos kilómetros para conseguir mi sueño. Es increíble la sensación de cómo van pasando las horas y vas acumulando kilómetros. En el último avituallamiento no quise ni parar, no podía parar. Sabía que, si lo hacía, no iba a poder continuar. En ningún momento me plantee abandonar. Antes de empezar la carrera sabía que si o si iba a acabarla.

A 5 km de llegar, el dolor era insoportable. David me dijo de parar, de ir caminando y le dije que no. Que yo había ido allí para correr y que eso era lo que iba a hacer. Que sólo podíamos cruzar la meta de esa manera.  Y así lo hicimos. La noche anterior, habíamos pasado por la última cuesta, al subirla, ya está, ya habría acabado. Nos dimos la mano y tiró de mí… sólo una curva más… Cogió a sus peques que le esperaban ansiosos y cruzamos la meta.

¡HABIA CUMPLIDO MI SUEÑO!

Estaba calculado que la acabaríamos (porque íbamos a mi ritmo, por supuesto) en unas 8 horas. Al final fueron 8h y 19 minutos. Pero os puedo asegurar que el tiempo final es lo de menos. Si algo aprendes en estas carreras es que lo importante es acabarlas.

No puedo terminar la crónica sin tener unas palabras de agradecimiento a David. Es un gran “trailero”. En esta carrera no solo me ayudó a mí. También consiguió que otro compañero del club no desistiera en la segunda subida ya que iba a abandonar.

Por todo ello, por ser cómo eres, GRACIAS. Siempre creíste en mí, en mis posibilidades y me diste mucha confianza.

¡Por muchas aventuras más “David APP”!

Pienso que cada día hay que superarse, hay que salir de la zona de confort y crecer. El deporte, el trail, la montaña nos hace libres, más fuertes… por ello

Enri

Enlaces sobre esta prueba

43 km

Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Christian VETERANO 5:46:35 32 19
Elías VETERANO 6:13:37 54 30
Ana N. SEN-F 7:09:44 89 3
Ángel VETERANO 7:11:55 92 41
Jesús S. VETERANO 7:21:00 99 45
Enrique S. VETERANO 7:21:01 100 46
David G. VETERANO 8:18:57 128 59
Enri SEN-F 8:19:01 129 4
Jota MASTER-M 8:33:14 132 19
Gosa VETERANO 9:16:10 139 64
JA Torregrosa SEN-M 9:16:11 140 45

 

24 km

Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Naiara VETERANA 3:50:45 113 3
Juan P. VETERANO 3:50:46 114 52
Roberto MASTER-M 4:08:22 130 17
Jesús MASTER-M 5:07:26 163 26
Fran Calores VETERANO 5:07:27 164 66

Reencuentros. 2. Roncesvalles.

Después de muchos años sin hacer el camino de Santiago, el aburrimiento es capaz de corroerlo todo, hemos vuelto a hacerlo algunos de los supervivientes. En sentido simbólico lo digo porque la mayoría no ha vuelto a las andadas no por otras razones que no fueran una fascitis plantar, una prótesis de cadera, una cerradura que nos oculta a otro tras la puerta, o la desaparición en las islas del nacido, como Lázaro, junto al Tormes.

Fue en 2003 cuando aburridos de tanto entretenimiento, dejamos de repetir el camino que habíamos hecho desde 1992 cada dos años. Cada vez hacíamos uno de los 3 tramos en que lo habíamos dividido: Roncesvalles-Burgos, Burgos-León, León-Santiago. En esos años habíamos cubierto ya dos veces los 800 kilómetros del trayecto. Las carpetas llenas de fotos, diarios, compostelanas dormían durante largos años guardadas en las estanterías junto a las que guardan los cuadernos de los alumnos, los programas y los libros que nos han acompañado curso tras curso.

Fue en 2017, catorce años después, cuando uno de los peregrinos, nunca hemos dejado de vernos de vez en cuando para cenar y pasear por la ciudad, lanzó el guante. La verdad es que fue en una comida de las que solíamos hacer, y seguimos haciendo, casi todos los martes, José Luis Zamora, Paco González, Manolo Martínez y yo mismo. Cierto que Paco estaba un tiempo sin acudir porque fue el que quedó encerrado tras la puerta de su casa y durante dos años hemos dejado de verlo, aun así contábamos con él aunque no era fácil contactarlo.

Después de tantos años insensibles al camino, comenzamos a experimentar cierto cosquilleo hasta que volvió a entusiasmarnos nuevamente.

Salimos de Alicante por la mañana y al atardecer ya en Zubiri. A lo lejos Los Pirineos, ahora ya sin los Land Rover de la guardia civil alineados en la calle, como aquel año, 1994. Poco después de entre la niebla espesa emergía el ciclópeo monasterio de Roncesvalles. Creíamos que no habría dificultad para alojarnos. Estábamos equivocados. Las 250 plazas ocupadas. Cuando dejábamos las mochilas bajo las arcadas un monje se acercó a nosotros y nos dijo que lo siguiéramos. Ya alejados de la aglomeración de peregrinos que no cesaba de llegar indicó un punto en una esquina del patio donde nos citó una hora más tarde. Salimos hacia el bosque bajo una fina lluvia en busca de alguna vara de avellano como habíamos hecho hacía años. No conseguimos encontrar ninguna que nos acomodara, o estaban torcidas o muy gruesas, lo intrincado de la vegetación, la alambrada, la maleza mojada por la lluvia….

Nos estaba esperando en el punto de encuentro. Nos condujo a unas dependencias algo alejadas de los dormitorios más abarrotados. La verdad es que se agradecía porque buscábamos espacios más recogidos y menos bulliciosos. Había unas 6 literas y unos lavabos para un número reducido de peregrinos. Después de mostrarnos las dependencias retiró de su cabeza una especie de capucha que le cubría parte del rostro, la barba le tapaba el resto de la cara. La escasa luz del entorno nos había dificultado reconocerlo. Fue entonces cuando casi se nos caen los pocos enseres que llevábamos en las manos. Nos miramos incrédulos. Teníamos ante nuestros ojos a nuestro amigo Paco. Consciente de nuestra perplejidad hizo un gesto con el índice de la mano derecha sobre sus labios e intentamos controlar los impulsos efusivos casi inevitables después de tanto tiempo sin vernos. Una sonrisa o guiño achinado y una suave palmada a cada uno sobre los hombros junto a una leve inclinación de saludo. Para no despertar ninguna sospecha nos indicó el camino hacia el exterior y fuimos saliendo por un lateral del patio oscurecido hasta encontrarnos en los alrededores del monasterio. Nos encaminó hacia una especie de pérgola de madera disimulada entre la maleza y ya allí se exteriorizaron nuestros sentimientos y hasta los árboles se alborotaban sorprendidos de nuestras efusiones de cariño, de nuestros abrazos, de nuestros… no éramos capaces de articular nada con sentido, todo se iba en exclamaciones, guiños, besos, no dejábamos de palparnos como para comprobar que no era todo un espejismo, una alucinación. Afortunadamente estábamos los 4 y no podría atribuirse aquel encuentro a la enajenación ocasional de uno de nosotros, fruto del cansancio del largo viaje o del embrujo y magia del entorno o de la desorientación y densa niebla tras la lluvia que se alojaba en el ramaje del bosque lleno de helechos tan altos y frondosos que casi nos ocultaban de nosotros mismos.

 No, no fue mucho lo que discurrimos, sí bastante lo que hablamos pero tan atropelladamente que no sabría ahora concretar la línea de los discursos que mantuvimos. Una cosa sí era clara. Incomprensiblemente, dados su epicureísmo y su agnosticismo, se había dejado seducir por elementos hindúes en la búsqueda del nirvana, comunes a la tradición oriental y a algunas órdenes monásticas occidentales que basan la felicidad en el control de las pasiones para conseguir la ataraxia, un estadio en el dominio del deseo que permite el equilibrio y la ausencia de dolor o su regulación si se presenta. Varias veces desengañado en los campos del amor, de la política, de las relaciones,… había iniciado un nuevo camino que por el momento no le había aún decepcionado. Se encontraba y sentía, nos dijo, dueño de sus actos, dueño de sus sentimientos, dueño de sus pasiones. Alimentación justa, vida rodeado de aquellos bosques y el silencio de los claustros, habían conseguido llevar la paz a su corazón.

Nos acompañó ya de madrugada a los dormitorios y todos sabíamos sin necesidad de palabras que no volveríamos a vernos durante otro tiempo, quizá largo.

Ni el cansancio ni el amanecer lograron calmar el desasosiego que se había instalado en nuestro ser. Yo salí de la litera y me senté en el vestíbulo por donde vi pasar varias veces a Manolo en la penumbra de la noche mientras escuchaba los ronquidos del Pariente tamizados por la distancia.

A la mañana siguiente, casi a la hora en que por las copas de los árboles irrumpían los primeros rayos de sol, comenzamos a caminar y no salió ni una palabra de nuestros labios hasta después de haber dado muchos pasos.

Para los incrédulos doy testimonio de que todo lo que cuento ocurrió en el paso de los últimos días de Agosto a los primeros de Septiembre del año 2.017. Y tengo testigos que lo vieron con sus ojos y pueden atestiguarlo.

San Juan de Alicante, 27 de julio de 2018.
José Luis Simón Cámara.

Reencuentros. 1. Lovaina.

No me lo podía creer cuando, por pura casualidad creía yo, me iba encontrando en esas ciudades que he visitado a los amigos que yo, con perdón, y todos, creíamos que ya habían muerto. Estábamos en un error, en un gran error. Me los he ido encontrando por ahí en otro tipo de vida. Sí, sí, vivitos y coleando. Era tal el aburrimiento al que, según me fueron diciendo, habían llegado, que ninguna pena era superior a la de seguir la misma rutina de tantos años. Y lo mejor que se les ocurrió fue quitarse de en medio, así como suena. En algún otro viaje anterior había creído ver la sombra, el aire, los ademanes de alguno de los amigos desaparecidos, pero siempre lo atribuía a esos destellos producto de la añoranza que ni siquiera el paso del tiempo es capaz de atenuar. Pero en este último esa presencia fugaz, cruzando un callejón poco iluminado o reflejándose su figura en el escaparate recién rebasado o una cadencia del movimiento de sus brazos, un giro de cabeza, se han materializado físicamente ante mis narices. Me los he encontrado en los lugares más impensables pero a la vez más explicables. A uno de ellos, buscando la estatua de Erasmo de Rotterdam en las proximidades de la universidad de Lovaina, me lo he encontrado sentado en una cervecería discutiendo con unos estudiantes mientras se mesaba la larga barba negra y con su mano abierta como un peine se arreglaba la cabellera, los ojos encendidos, la palabra apasionada…. No, no lo entendía porque hablaban en flamenco. ¡Claro que lo había aprendido! ¡Cómo podría él vivir sin dominio de la lengua que ha sido siempre su arma más preciada! Cuando me vio aparecer saltó como impulsado por un resorte a pesar de sus kilos, aunque había mantenido el aspecto de los últimos años cuando por razones de salud cuidaba más su peso, y se echó a mis brazos besándome como si quisiera recuperar todos estos años en blanco. ¡Qué podría contaros de todo lo que nos hablamos y abrazamos, de todo lo que sentimos y recordamos hasta altas horas de la madrugada, como le había gustado siempre a él!. Y le seguía gustando como tuve la oportunidad y el inmenso e inimaginable placer de poder comprobar volviendo a repetir aquellos encuentros inolvidables ¡Quién lo iba a decir, precisamente en Lovaina, aquella ciudad donde yo había querido ir hace más de 50 años a estudiar sociología siguiendo la estela del cura-guerrillero colombiano Camilo Torres! Pues sí, allí me lo encontré como si tal cosa, como si hubiera vivido allí toda la vida. Y no lamentaba el pasado, al contrario, lo recordaba con agrado, pero tampoco lo echaba de menos. Era simplemente otra época de su vida, otra parte de su vida, tan intensa y excitante quizás como ésta, pero ya pasada. El sueño debió caer sobre nosotros después de tantas horas, después de tantas emociones. Cuando desperté Alfredo había desaparecido. Sí, se trataba de Alfredo Santo Juan. Y entonces recordé que cuando lo vi por última vez hace ya 12 años en el tanatorio de Valencia, tumbado en el ataúd, no parecía muerto, más bien parecía que estuviera simulando su muerte sin poder disimular un amago de sonrisa, oculta tras su barba, al comprobar por nuestro dolor que su representación era inmejorable, que su representación no tenía nada que envidiar al mejor elenco de profesionales del teatro. Ahora lo entendía todo. Ahora encajaban todas las piezas. Y todo gracias a la cancelación del vuelo de regreso y la inevitable prolongación de la estancia en Bruselas. Porque ésa fue la causa de la visita a Lovaina.

San Juan, 25 de julio de 2018.
José Luis Simón Cámara.