Desde el más allá. 3.

III

TABLILLAS I y II

“Quiero dar a conocer a mi país a aquel que todo lo ha visto, a aquel que ha conocido lo profundo, que ha sabido todas las cosas, que ha examinado en su totalidad todos los misterios, que ha descubierto los secretos y que nos ha transmitido noticias anteriores al Diluvio. Dos tercios de él son divinos, un tercio es humano. Tenía un rostro imponente, un cuerpo gigantesco, de esbelta estatura. Sus armas están siempre dispuestas, los jóvenes de Uruk no cesan de temblar, no deja un hijo a su padre, día y noche su comportamiento es opresivo. No deja ninguna hija a su madre, incluso ya prometida. Gilgamesh no deja a ninguna muchacha a su marido. Los dioses oyeron las repetidas quejas de los habitantes de Uruk y entonces interpelaron a Aruru, la Grande: Aruru, tú que has creado la humanidad, crea ahora su doble y que rivalicen entre sí para que haya paz en Uruk. Cuando Aruru oyó estas palabras, se lavó las manos, cogió un pedazo de arcilla y en la estepa modeló al valiente Enkidu. Todo su cuerpo está cubierto de pelo, no conoce ni humanos ni país civilizado. Con las gacelas mordisquea la hierba, con la manada abreva en las orillas del río, con las bestias salvajes se satisface. Un día un cazador, trampero de oficio, se topó con él, frente a frente. Cuando el cazador lo vio, su rostro se contrajo de temor, el miedo atenazó sus entrañas. El cazador dijo a su padre: Padre mío, hay un hombre que ha venido de la estepa, dotado de gran fuerza. Estoy tan asustado que no me atrevo a acercarme a él. Ha tapado las trampas que yo había abierto, ha destruido las redes que yo había tendido, ha hecho que escapen de mis manos manada y bestias de la estepa. Me impide que cace. Su padre abrió la boca para hablar y dijo al cazador: Hijo mío, Gilgamesh reside en Uruk, no hay nadie que tenga más fuerza que él. Dirige tus pasos hacia él y háblale de la fuerza de ese hombre. Siguiendo el consejo de su padre el cazador decidió ir a ver a Gilgamesh y le contó lo que había visto. Dirigiéndose al cazador, Gilgamesh le dijo: Ve, cazador, lleva contigo a la hieródula Shamkhat (una puta sagrada), en cuanto él llegue con sus bestias junto al río, que ella se quite sus vestidos y le ofrezca sus encantos. Llegó la manada y alegró su corazón en el agua. Shamkhat vio a aquel hombre salvaje. Es él, le dijo el cazador. Deja caer tu ropa, descubre tu sexo y que posea tus encantos. No lo rechaces. Acoge su ardor. En cuanto te vea así, se acercará a ti, quítate entonces tus vestidos para que yazga sobre ti y para tal salvaje desempeña tu arte de mujer. Shamkhat dejó caer su ropa, descubrió su cuerpo y él poseyó sus encantos; sin rechazarlo, ella acogió su ardor y él sació con ella su codicia amorosa. Durante seis días y siete noches, Enkidu, excitado, cohabitó con Shamkhat. Después que hubo saciado su voluptuosidad, volvió su mirada en busca de su manada, pero al ver a Enkidu las gacelas huyeron. Enkidu había perdido sus fuerzas, su cuerpo estaba flojo, sus rodillas quedaban inmóviles, al tiempo que huía su manada. Enkidu estaba débil, no podía correr como antes, pero había desarrollado su saber, su inteligencia estaba despierta. Se sentó a los pies de la hieródula y se puso a contemplar su rostro. Ahora comprendían sus oídos lo que le decía la hieródula. Ésta le dijo: Eres hermoso, Enkidu, ¿por qué quieres todavía vagabundear por la estepa con las bestias? La leche de las bestias salvajes solía él mamar. Le pusieron ahora pan ante él, entornó los ojos, lo miró y lo examinó con desconfianza.

Enkidu no sabía comer pan; a beber cerveza nadie le había enseñado. La hieródula le dijo a Enkidu: Come pan, Enkidu, es necesario para vivir. Bebe cerveza, es la costumbre del país. Enkidu comió pan, hasta saciar su hambre. Bebió cerveza, ¡siete cántaras! Con el ánimo distendido, se puso a cantar: su corazón estaba alegre y su rostro se iluminó. Después limpió con agua su cuerpo, se friccionó con aceite, se puso un vestido y pareció un hombre. Ven, deja que te lleve a Uruk, en donde reside Gilgamesh, perfecto en fuerza, y donde, como un búfalo salvaje, sobrepasa en fuerza a los demás hombres. Mientras ella le hablaba él asentía a sus palabras. Era un confidente lo que su corazón ansiaba, un amigo. El divino Enkidu contestó a la hieródula: Vamos, condúceme a él. Yo quiero provocarlo, lanzarle un desafío. Vamos, pues, Enkidu, a Uruk la amurallada, donde los hombres se ciñen fajas, donde cada día es fiesta, donde las rameras, de espléndida belleza, adornadas de voluptuosidad, plenas de felicidad, yacen en sus lechos, de noche, con los más altos personajes. A ti, Enkidu, que no conoces la vida, te mostraré a Gilgamesh, el hombre de alegrías y desgracias. Todo su cuerpo emana una seducción fascinante y su fuerza es superior, con mucho, a la tuya. Él no descansa nunca, ni de día ni de noche. ¡Oh, Enkidu, renuncia a tu presunción! Antes de que tú vinieras de lo hondo de la estepa, Gilgamesh ya te veía en sueños y su madre Rimat-Ninsún le explicaba el sueño. Hijo mío, el hacha que tú has visto es un hombre. Y Gilgamesh, dirigiéndose a su madre le dijo: Madre mía, que pueda tener un amigo como consejero. Shamkhat contaba a Enkidu los sueños de Gilgamesh, mientras situados al borde del abrevadero, ambos prolongaban sus caricias.”

Mientras celebraba un festín con Shamkhat, vio a un hombre y le dijo a la hieródula. Aleja a este hombre. ¿Por qué ha venido aquí?. Y preguntó al hombre: Hombre, ¿adónde vas tan deprisa? He sido invitado, le dijo, a la Casa de los Esponsales. A la esposa elegida, Gilgamesh la posee, él, el primero, ¡el marido después! Así se decretó en el consejo de los dioses. Al oir estas palabras del hombre, el rostro de Enkidu palideció y se puso encolerizado. Enkidu delante y Shamkhat detrás se dirigen a la ciudad. Cuando entraron en Uruk, la de las amplias plazas, la gente se reunió a su alrededor y decía: ¡Cómo se parece a Gilgamesh!

Se dispuso un lecho a fin de que Gilgamesh, con la novia, se uniese aquella noche. Y cuando se dirigió allí Enkidu bloqueó la puerta de la Casa de los Esponsales y no permitió que pudiera entrar cortando el camino a Gilgamesh. Gilgamesh lo miró con atención. Enkidu estaba totalmente encolerizado. Ambos se enfrentaron en la gran plaza del país. Enkidu obstruyó la puerta con su pie; no dejó entrar a Gilgamesh. Se agarraron y, como toros, se acometieron fuertemente. Derrumbaron el umbral, los muros temblaron. Entonces Gilgamesh hincó la rodilla, con el pie en el suelo su cólera se calmó y desvió su pecho. Enkidu se sentó en el suelo, sus ojos se llenaron de lágrimas, ellos se abrazaron el uno al otro, unieron sus manos como hermanos. Y Enkidu le dirigió estas palabras a Gilgamesh. ¡Amigo!.

(Texto tomado, como los siguientes, de la traducción y notas de Federico Lara Peinado, en Tecnos, 2005)

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Sierra Nevada (2-Julio-2020)

Ocurre que, a veces, aquello que no planeamos demasiado, luego al final resulta que es lo que mejor sale o simplemente sale bien. No lo sé, lo cierto, es que en esta ocasión así fue. Me refiero a la salida, como llamarla: “quitapenas”, “matagusanillo”, ”estoesloquehayqueselevaahacer”, que hicimos el autodenominado “escuadrón tortuga” o lo que es lo mismo: José Pablo Carbonell, Jaime “cangrejo” Castells y yo mismo, el pasado fin de semana del 2 y 3 de julio al Parque Natural de Sierra Nevada, para correr una ruta que los amigos David Gil, Esteban and company, hicieron el año anterior.

Ni que decir tiene la emoción que sentí cuando con una semana de antelación, de ahí lo de la improvisación, el amigo Jaime me planteó hacer esta ruta a la que enseguida se sumó José Pablo. Tras meses de parón, demasiados y muy duros, iba a salir a la montaña de nuevo. Emoción y terror, porque, este proceso de recuperación en el que estoy, está siendo largo y no termino de arrancar. La ruta iba a ser de unos 30 kilómetros y 2.000 de desnivel positivo, algo que, en situaciones normales sería un entrenamiento duro de cara a una gran carrera. Pero como digo, todo está siendo tan raro este año, en general y en lo personal, que a punto estuve de retirarme de la aventura. No quería que mis dos compañeros, fuertes como el vinagre que ya no son tortuga, sino gacelas, tuvieran que cargar con el mi lastre, porque ahora es lo que soy.

Pero no, por encima de todo, pudieron las ganas de volver, de sentir el viento y el Sol en la cara. Las de recordar sensaciones vividas, las de decir aquí estoy de nuevo. Eso y que Jaime y José Pablo, en todo momento, estuvieron pendientes de mi cuando me quedaba atrás y me hicieron sentir, de nuevo, como en casa.

Pues al lío. El viaje iba a ser corto: salida el viernes en dirección al refugio de Postero Alto, a 1.900 metros de altitud, dentro del parque natural de Sierra Nevada, pero entrando por Guadix, pasando por Jerez del Marquesado y cogiendo una pista, a la salida del pueblo, no apta para vehículos normales en varios de sus 9 kilómetros hasta llegar al refugio. Carrera el sábado, como ya he dicho, de unos 30k, en, aproximadamente, unas 8-9 horas.

Para los que quieran ir y alojarse en el refugio la reserva para dormir hay que hacerla sí o sí en esta situación de nueva normalidad y también si se quiere cenar, comer o desayunar. Todo en el refugio está muy bien organizado, con protocolos de seguridad fiables. La reserva a través de la página del refugio: refugioposteroalto.es. Recomiendo hacer uso de las instalaciones, no recordaba lo bien que se come en los refugios, sin grandes alardes y el ambiente que se respira en los comedores: grupos de montañeros, algún runnner como nosotros, rodeados de recuerdos de ascensiones a picos de la zona en condiciones difíciles.

Llegamos a media tarde, tras dos horas y media de viaje, con charla y cabezada incluida y ya nada más llegar se siente uno como aislado del mundanal ruido. La tarde comenzaba a declinar y una vez que el Sol se puso, llegó el fresco de la montaña, los olores y los ruidos. Lo que he dicho, como en casa o como en nuestra segunda casa.

Al día siguiente y tras un buen desayuno, comenzamos la ruta que sale desde el refugio en dirección a la loma de En medio que va hacia el Peñón de Jérez, pero que nosotros íbamos a alargar, dando un rodeo. La salida ya en ascensión y el camino bien definido en zigzag. Por delante de nosotros los montañeros que estaban el refugio a los que pronto dejamos atrás. El rodeo que dimos es el que nos llevó al Puerto de Trevélez. Llama la atención  la cantidad de agua que lleva en esta época del año la sierra, con arroyos y canales de deshielo. No en vano aún quedan neveros en esta zona.

Desde el puerto, un bonito descenso que nos llevó a una zona de pasto, con hierba fresca, mojada por el agua que baja en forma de arroyo desde bien arriba. Un rebaño de vacas en medio de la senda por la que teníamos que pasar, nos hizo dar algún pequeño rodeo para evitarlas. Voy retomando sensaciones olvidadas, desentumeciendo el cuerpo y dejando atrás dolores musculares del comienzo. El ritmo bueno, ese que te permite pararte a escuchar el viento a saborear lo que estás viendo, hacer fotos, cambiar impresiones. Calma, hemos venido a disfrutar y lo hacemos los tres.

Jaime se para a hablar con los pastores de las vacas, que nos preguntan si somos militares. José Pablo con el GPS del móvil, atento a que no nos salgamos de la ruta. Pero sí, nos salimos y bastante, pero dio lo mismo.

Pasado este valle y tras una curva en la montaña, nos encontramos con el Mulhacén en su cara posterior, la contraria a Sierra Nevada y hacia allí vamos. Pasamos la verja de una finca, como ya digo, algo perdidos y continuamos hasta que el camino nos obliga a pasar al otro lado del arroyo que íbamos siguiendo y a empezar a subir. El Sol calienta ya y la subida se hace un poco más dura. Tenemos claro que hay que subir hasta el final pero no tenemos claro que vayamos a enlazar con el camino que hicieron el año anterior nuestros compañeros.

Por fin llegamos arriba, dejando atrás circos glaciares y pequeños ibones, hasta que nos encontramos en la otra cara de la sierra, la que da a las pistas de esquí. Aquí ya se distinguen mejor las siluetas del Pico Veleta y el Mulhacén e incluso se puede ver el Observatorio de Sierra Nevada y Granada al fondo. Desde aquí hacia la derecha, volviendo a la ruta inicial, por fin, por un terreno poco gratificante con demasiada pizarra suelta, que la verdad se hace algo largo. Ya queda menos para el Picón de Jérez, al que llegamos sobre las 15 horas. Estamos a más de 3.000 metros de altura, ya llevamos casi todo el desnivel hecho. Hemos dado una buena vuelta. Una especie de dolmen marca el pico. Hace fresco. En estas alturas sientes lo frágil que eres ante un cambio brusco de temperatura o de condiciones climáticas.

Iniciamos el último descenso, muy vertical, vamos buscando el barranco del río Alhorí, tenemos que coger agua y llegamos al nacimiento del río, que brota de las piedras. El agua fresca es un regalo. Se os acercan varias cabras salvajes a las que les gustan los anacardos de José Pablo que les da Jaime. Unos metros más abajo, el río ya baja fuerte, con rápidos y pequeñas cascadas. Pasamos un manto de césped verde empapado, con algún que otro resbalón. Nos vamos a la derecha, subiendo hasta un cerro, con dudas pero en esta ocasión, José Pablo tenía razón y esa era la ruta a seguir. Enlazamos con la subida que habíamos hecho por la mañana pero esta vez de bajada, trialera y larga, ya con el Refugio al fondo, al que llegamos como habíamos salido, entre risas, charla y ahora sí sólo satisfacción, nada de miedos.

De ahí a casa, tras haber conocido una zona realmente interesante de Sierra Nevada y haber compartido con mis compañeros un día genial, algo por lo que les doy sinceramente las gracias.

Seguimos para adelante, contra viento y marea, coronavirus y enfermedades, en el camino.

Un abrazo a todos.

Jota

Desde el más allá. 2.

II

Los espíritus de los guerreros muertos en batalla no vagaban errantes por la pradera sino que eran acogidos en el seno de Manitú y tú sabes muy bien que has sido una guerrera, toda tu vida con las armas preparadas para la batalla.

“¡Cuánta razón tenía, amigo José Luis, aquel que escribió en tablillas de barro el poema de Gilgamesh! Y me dirijo a ti porque tú fuiste el primero que nos hablaste de esta vieja historia, la más vieja conocida, después de un viaje a Londres donde se encuentran y buscaste las tablillas de arcilla que cuentan mucho antes que la Biblia la historia del diluvio. ¡Cuánta razón tenía, amigos, cuando hablaba de la tristeza del más allá! Allá, mi aquí de ahora, solo hay motivos de tristeza. La alegría es algo de cuyo significado voy perdiendo la noción en este tiempo, no sé ya si poco o mucho, que llevo en este estado.

Recuérdame, amigo mío, qué hermosa palabra, algunos pormenores de la historia que se me han desvanecido y tanto me extasiaban. Apenas me acuerdo ya de aquello que me atañe. Los lamentos de Enkidu cuando su amigo le pregunta cómo se encuentra como yo me encuentro ahora, cómo se encuentra en el mundo de los muertos. Desde aquí, desde este vago aquí, parece todo tan lejano… ¿Por qué no me cuentas la historia desde el principio? Si a ti no te lo impiden las ocupaciones de los vivos, tu familia, tus nietos. Yo dispongo aquí de todo el tiempo del mundo. ¿Cómo sigue, por cierto, aquel que tras escuchar las palabras de nuestro entrañable Pepe le dijo: “Has hablado muy bien, pero muy largo”?

— Te la contaré sin entrar en pormenores. Espero no aburrirte repitiendo lo que ya sabes. Mi nieto tan chocante como aquella vez.

— Me gustaría, si quieres complacerme, que alargaras la historia. Mi tiempo es ilimitado.

— Te la contaré como se la contaba a mis alumnos en aquellos felices años, ¿recuerdas? en que el sol brillaba sobre las tinieblas.

La historia comenzaba en Uruk, una ciudad a orillas del río Eufrates, en la rica región de Mesopotamia. Allí se encontraron desde mediados del siglo XIX miles de tablillas de arcilla donde en escritura cuneiforme, hecha con una cuña de caña sobre el barro, se contaba la fabulosa historia de Gilgamesh, rey de la ciudad, protegida con una doble muralla de 5 metros de ancha construida por él.

Era un ser de medidas excepcionales, formado por dos partes divinas y un tercio humano. Su comportamiento con los habitantes de la ciudad era abusivo. A los hombres los tenía noche y día en pie de guerra y ejercía el derecho de pernada sobre toda mujer que llegaba al matrimonio.

— ¿No cuenta algo de eso mismo Valle Inclán en las “Comedias bárbaras” a principios del siglo XX, 5.000 años después de que lo practicara Gilgamesh?

— Así es. De una u otra manera se ha seguido haciendo en el mundo clásico, en la época feudal, en los cortijos andaluces, en las aldeas gallegas y en las fábricas de nuestro tiempo, cuando se despide a una trabajadora porque no se deja pasar por la piedra. Los habitantes de Uruk acuden a los dioses que escuchan sus súplicas, se reúnen en asamblea y deciden crearle a Gilgamesh un doble para que se enfrente al tirano.

“¿Por qué no me lo cuentas con las palabras del poema que me impresionaron?”

Tienes toda la razón. Seguiré paso a paso la historia según la cuentan las doce tablillas de arcilla.

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Desde el más allá1. 1.

I

Anoche, cuando aún caminaba por el filo del sueño y de la vigilia escuché tus palabras desde la distancia, trasladadas por el viento, y las sentía tan cerca como si estuviéramos tomando un café en el Blanco y Negro, tu bar preferido de La Albufereta. Y tú, como tantas veces me contabas alguna de las historias que leías, en esta ocasión me hablabas de los últimos días, en los que no habíamos podido hablar de nada, de tus últimos días postrada, traída y llevada de tu casa a la clínica.

“En aquellos finales días, imposibilitada de hablar por la, no sé si maldita afasia o si más bien fue una bendición que me aisló definitivamente de este mundo, las ideas se me atropellaban en la mente a una velocidad vertiginosa, desde la más tierna infancia hasta estos últimos tiempos. Allá en Almendralejo veía a las gallinas picoteando por la calle, los primeros escarceos bajo los naranjos de las plazas de Sevilla rociadas de azahar, luego las islas y la península, amores, hijos, horas y horas junto a la cama del hospital con mi hijo pequeño hasta que los años y la ciencia y el otro hijo por sus derroteros, y el largo tiempo de estancia en el Instituto de San Juan, tantas historias. Me dejaste, como una premonición, ¿te acuerdas? la, como la mía, triste historia de Stoner, aquel profesor que rozó la felicidad un breve tiempo con los dedos de la mano pero se le escapó como un pájaro que encuentra la puerta de la jaula abierta. Ahora aquí, sin las penas que me han acosado a lo largo de la vida pero también sin las alegrías puntuales contadas con los dedos de una mano. La fuerza de las ideas atropelladas que se elevaban por encima de mi maltrecho cuerpo era como un halo que lo sobrevolaba y desde lo alto miraba el triste espectáculo de un cuerpo, el mío, manipulado, encerado, hasta dejarme la cara fría, de cerámica, a la vista de los pocos amigos que se acercaron en esos momentos definitivos, y fui viendo incluso cómo me introducían en aquel horno a mil grados de temperatura donde mi cuerpo se iba consumiendo hasta ser reducido a cenizas que cabían en el cuenco de la mano, mientras a mí me llegaba apenas un poco del calor que se desprendía de aquel ingenio. Una sonrisa se me dibujaba cuando veía la tristeza colgada del rostro de mis amigos, de todos vosotros. Únicamente se me escapó una lágrima al contemplar la soledad de mis hijos, cuyo polo, vínculo y horizonte había desaparecido para siempre.

¿Qué te voy a decir, amigo? ¿Qué quieres que te diga que no sea triste? ¿Qué más quisiera, conociéndote, que decirte cosas que invitaran a la alegría? Pero no puedo engañarte. Nunca te he engañado. Tú lo sabes. Cuando hablábamos de poesía y cuando hablábamos de los hijos y del amor y de la amistad. Sobre todo de la amistad. Ese sentimiento tan raro, tan generoso, tan necesario. Más incluso que el amor, laberinto de vendavales. ¡Cuántas preocupaciones inútiles durante tantos años! Las cosas, muchas cosas, la mayoría de las cosas, ocurren. Simplemente ocurren. Rara vez podemos evitarlas. Y tampoco sabemos si ha sido mejor evitarlas. Las aguas buscan siempre su cauce y a pesar de los obstáculos acaban encontrándolo. ¿Qué te voy a decir que ya no sepas? Es como si todo se viera ahora mucho más claro. Antes, en la vida que tú sigues viviendo, también se veía. Pero como una neblina lo difuminaba. Más bien se intuía. Ahora está tan claro que no puedo creerme que no lo percibiéramos así.”

San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara

 —

1Al leer este título me dan ganas, si aún tuviera ansias, de reír porque acabo de expresarme como quien ya no pertenece a vuestro mundo.

Malas no, pésimas noticias.

Después de 4 meses contando alguna historia casi todos los días, ha pasado ya más de una semana sin escribir una sola palabra. Como si se hubiera secado la fuente de inspiración. Como si se hubieran escondido las musas en la espesura del bosque. Y sin embargo afuera, todo sigue como siempre. Como casi siempre. Unos, la mayoría, viviendo. Otros, unos pocos, muriendo. Sin hacer ruido.

El lunes, 29 de Junio, escribía unas notas con otro título, “Malas noticias”. En un intento de informar a muchos compañeros que, por su hermetismo, no sabían de la gravedad de nuestra compañera y amiga. Por una calle del pueblo me he cruzado, como un presagio, con un antiguo compañero de trabajo durante muchos años.

Sin vernos desde antes del estado de alarma, nos ha preguntado por ella. Mi compañera, mi amiga, mi… lo que quisiera, si es que ella hubiera querido. Nuestra compañera, nuestra amiga, nuestra… lo que quisiera, si es que ella hubiera querido. Sólo he sabido decirle lo poco que sé. Que no es poco. Cáncer de hígado, cáncer de pulmón, ictus cerebral. Muy poco consoladora la información. Nos hemos despedido y ha sido ya en un despacho donde entre el bullir de gente de un lado a otro, alguien se ha quedado quieto ante mí, a poco más de un metro de distancia. Todos allí con mascarilla. Eso dificultaba su identificación. Un ligero movimiento de cojera y el recuerdo de su operación de cadera me han ayudado a identificarlo a la vez que ya él se dirigía a mí. Qué tal. Bien. ¿Y tú? Mira, de gestiones. Sin más preámbulos le he preguntado por ella. Está muy mal. No habla nada. Apenas puede articular palabra si es que acierta con la que busca. Una afasia. Incapacidad de comunicarse mediante el habla o la escritura por lesiones cerebrales. No quiere comer. No quiere ver a los amigos. Le ayudamos a levantarse y a los 10 minutos ya quiere volver a la cama. Al menos no tiene dolor, ése es su consuelo y sus hijos. El pequeño lleva con ella tres semanas y el de Madrid ha pedido la excedencia para estar junto a su madre. Dile que todos deseamos saber de ella. Dile que la queremos. Dile que quisiéramos ir a verla cuando ella lo decida. Transmítele nuestro cariño. Ella lo sabe. Todos, nuestros hijos y yo, sabemos que la queréis. Con la tristeza tras las mascarillas nos fuimos alejando mientras él, con su cojera, se dirigía a una de las dependencias. Casi se me habían olvidado las gestiones administrativas. El martes, 30 de Junio, me llaman unos primos. Acaba de morir el tío Manolo, uno de los doce hermanos de mi padre, con 95 años. Hasta hacía unos días con una energía impropia de su edad. No le sentaba bien el vino pero el cubata lo ponía en su punto. Ictus cerebral. El miércoles, 1 de Julio, cuando me dirigía a La Aparecida, pedanía de Orihuela, donde habían nacido todos los hermanos de mi padre, recibí un WhatsApp de una compañera informándome del agravamiento de nuestra amiga. Germán, hijo mayor de Mercedes, lo envía a las 07.51: “Hola, Concha, mi madre está ingresada. Ayer llamaron a la ambulancia mi padre y mi hermano porque no respiraba bien. Aquí le están poniendo morfina. Está muy mal”. Asistí al entierro de mi tío Manolo en La Aparecida y cuando regresaba de allí a San Juan recibí otro mensaje de Concha a las 14.15, más escueto aún: “Me acaba de decir Germán que ha muerto Mercedes”.

Después ya todo daba igual. Dondequiera que estuviera, cualquiera que fuera la hora de visitarla o no visitarla. Coincidir o no con los compañeros, con los amigos de estos últimos 30 años. Lo importante ahora. Lo único importante ahora es que está muerta. ¡Qué más da ya todo lo demás!

San Juan, 9 de julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.