Retazos. 19.

Hambre.

Entro a un bar junto a la carretera de Madrid, frente a la Consejería de Educación en Alicante. Son las 12.30 de la mañana. Una señora semisentada en un taburete en el rellano junto a la puerta abierta del bar da caladas a un cigarrillo. Al verme entrar deja el cigarrillo en un cenicero apoyado en una repisa exterior y, por el hueco que separa la barra de la pared, reaparece detrás del mostrador y me pregunta qué deseo.

— Un quinto, por favor.

— Lo siento, no tengo quintos frescos, acabo de meterlos en la nevera, si quiere puedo ofrecerle un tercio o una caña pequeña.

— Prefiero una caña, por favor.

Cuando la señora se dispone a ponérmela entra un joven de entre 20 y 30 años. Alto, delgado, pelo corto algo rizado y bastante moreno, diría que casi mulato. Con muy buenos modales se dirige a la señora.

— Señora, no tengo nada para comer. ¿Podría darme usted algo?

A continuación se dirige a mí y me pide perdón por la intromisión. Le digo que no nos ha importunado lo más mínimo. La señora no dice nada pero él cree entender por su silencio y sus gestos que no ha rechazado su petición. Yo también le había pedido un trozo de queso en aceite con una anchoa. Quizá por eso el chico pensó que había interrumpido y pidió disculpas. La señora me pone el trozo de queso con anchoa y después, sin decir nada, corta media barra larga de pan, la abre, mete en ella un trozo generoso de la gran tortilla de patatas que tenía en un plato protegido por la vitrina de cristal en el mostrador, lo envuelve todo en papel albal y se lo entrega al chico.

El joven lo toma y llama a la señora que se alejaba en la dirección contraria de la barra. Se acerca y él, pasando el brazo por encima del mostrador abre su larga mano como pidiendo la de la señora para chocársela agradeciéndole su bocadillo a la vez que me mira y vuelve a pedirme disculpas por habernos interrumpido. Se despide amablemente y se marcha.

Cuando ya ha salido del bar le pregunto a la señora si es muy frecuente esa situación.

— No, afortunadamente no. A veces vienen pidiendo dinero, pero dinero no les doy. Si me piden de comer, siempre les doy algo. Aunque alguna vez me han dicho “Eso que me da no me gusta”. Entonces les digo que se vayan por donde han entrado.

Acabo mi cerveza con la tapa y le pido la cuenta.

— 1.20 euros.

Le doy 1.50 y le digo.

— Está bien, es mi pequeña contribución a su generosidad.

— Muchas gracias.

Un ligero acento me hizo pensar que el joven era sudamericano. Su corrección y delicadeza eran ejemplares. Ningún asomo de arrogancia que en muchos casos suele olerse solo en el porte y predispone desfavorablemente a la ayuda.

Este no era el caso.

San Juan, 20 de junio de 2017.
José Luis Simón Cámara.