Por la calle

Voy caminando por la calle entre la gente y un señor me para, sin tocarme, con un gesto de la mano. Estará alrededor de los 80 años. Gorra, chaqueta usada gris y camisa sin corbata. Como están los tiempos puede ser alguien que pide limosna, porque no sólo están los, en otros tiempos llamados, pobres de solemnidad, los que se colocaban, y siguen haciéndolo, arrodillados a la puerta de las iglesias poco antes o después de que comenzara o acabara el culto, para beneficiarse de los buenos y caritativos propósitos de los feligreses. Ahora están también en la puerta de los supermercados, no de rodillas pero cara compungida. Pero los hay además que no te piden sólo dinero, también te piden un cigarrillo, ¡ah, claro! Todo el mundo tiene derecho a fumarse un cigarrillo. ¡Faltaba más! Me recuerda esto último aquella obra teatral de Ionesco, “La cantante calva”, donde se cantaba “Todo hombre tiene derecho a un paraguas, eso forma parte de los derechos humanos”. O sospechando que piensas que van a gastárselo en vino o en drogas, más de moda ahora, sobre todo si se trata de gente joven, te piden que les compres un bocadillo o que les des para echarle gasolina a la moto que tú sabes que no tienen. O quizá se trata de un viejo compañero de estudios venido a menos y que no reconoces por el paso del tiempo. O, vete tú a saber, de alguien que quiere simplemente preguntarte el nombre de una calle o si eres el doctor que lo operó de apendicitis hace tiempo. No es la primera vez que me han confundido con un médico de la localidad vecina. Ayer mismo, en la misa aniversario de un sacerdote que colgó los hábitos, enamorado de una feligresa, gran escándalo en su momento, se secularizó y se casó con ella, al acabar la ceremonia una señora se me acercó y me dijo, incrédula, si era el médico de Muchamiel.
–No, señora, ni soy médico ni de Muchamiel.
–Pues se parece usted muchísimo a un médico que hubo allí y era muy querido por la gente.
–No es la primera vez que me lo dicen. Desconocidos para mí, me han parado en la calle para saludarme creyendo que era ese médico.
Volviendo al señor de la gorra y camisa sin corbata lo más probable es que esté desorientado o quiera preguntarme dónde se encuentra una calle. Desde luego no por la farmacia, que está justo enfrente ni tampoco por un chino justo al lado. Mientras todas estas posibilidades pasan como un relámpago por mi cabeza, dirigiendo la mano y la mirada a una persiana con cristales me pregunta qué dice en el cartel allí colgado.
–Se alquila, le digo.
–Perdone usted, es que no sé leer.
Lo dice el pobre como disculpándose. Quizá, pensé yo, podría decirlo como queja y con rabia por no haber tenido la posibilidad de aprender a leer. Pero, ¡en estos tiempos y en la culta Europa! Aunque no sé por qué me sorprendo sabiendo que en este pueblo conviven gentes venidas de medio mundo, muchas de las cuales no saben leer en su propia lengua.
El hombre sigue lentamente su camino y yo el mío pensando en estos tiempos en los que aún hay gente que no entiende lo que tiene ante los ojos, en estos tiempos en que puede seguir pasando cualquier cosa, como que alguien te pare para preguntarte lo que dice en un cartel colgado por la calle.

San Juan, 21 de enero de 2024.
José Luis Simón Cámara.

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