Paseo por el Siscar y alrededores.
Poder caminar al amanecer por las antiguas veredas de tierra que aún no han oído hablar del asfalto,
escuchar el susurro del agua en las viejas acequias del tiempo de los moros,
oír el ladrido de los perros, mejor si lejanos
y el kikiriki del gallo, ese sí, cercano y la respuesta como un eco de sus colegas a distancia,
contemplar las migraciones de garzas en formación de flecha bajo las nubes
y a las merlas de vuelo rasante bajo los naranjos,
sentir el croar cada vez más raro de las ranas chapoteando en las zarbetas,
ver a las tristes palmeras centenarias tumbadas con las tripas al aire devoradas por el picudo,
al Este las primeras claridades del sol que se avecina,
al Norte la montaña coronada por el pico del águila y más allá por la cruz de la Muela, al Sur el verde mar interminable de limones y naranjos,
y, a pesar de la distancia, al Oeste la silueta del Cristo de Monteagudo
y aún más lejos la torre de la catedral de Murcia emergiendo entre los ilusos rascacielos humillados a sus pies,
acompañado de todo lo que me rodea y cavilando para mis adentros,
mujer, hijos, nietos, amigos, proyectos, ilusiones,
deudas todavía después de una larga vida de trabajo,
también de diversiones, no voy a negarlo, ¡eso faltaba!,
van pasando los días y nunca se repite nada igual,
como varían las nubes y las figuras que componen,
como cambia el color del mar,
como unos días la alegría te desborda
y otros la tristeza se ahonda en las entrañas y no consigues arrancarla,
así va pasando la vida,
rodeado de adentros y de afueras
y tú en medio de toda esa mezcla de estímulos, sensaciones, presagios,
unos tranquilizadores, otros inquietantes,
siempre la incertidumbre,
en el filo de la navaja que puede, del lado que caigas,
hacerte nuevas heridas o abrirte las ya cerradas,
y así, un día tras otro, y que duren,
porque eso y no otra cosa es la vida,
la copa es siempre la misma,
unas veces llena de ambrosía y otras desbordada de ponzoña,
no siempre podemos elegir el brebaje que tomamos,
unas veces dulce,
otras amargo,
aunque este último parece tenernos más querencia,
¡qué le vamos a hacer!
Escrito tumbado en el catre bajo el jazminero.
El Siscar, 7 de septiembre de 2024.
José Luis Simón Cámara.