Hace ya mucho, mucho tiempo que por estas tierras anduvo un caballero de los de adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Hace ya mucho, muchísimo tiempo que un servidor no disfrutaba tanto como el pasado fin de semana. Pasen y vean vuesas  mercedes pues.

Sábado 31 de Mayo de 2014, o de cómo empezó todo

Mi aventura comienza, como alguno estará esperando que diga, en un lugar de la mancha. En un lugar de la Mancha del que espero jamás olvidarme. Allí me encaminé la mañana del Sábado con Mª Carmen, mi paciente esposa, en busca de molinos y gigantes, de rebaños de ovejas encantadas y ventas en las que te arman caballero si tienes unas piernas  fuertes.

Allí dirigimos nuestros pasos, decidiendo hacer un alto en la serrana localidad de Yeste donde, quizás por un capricho del destino, o tal vez empujados por el aire fresco de la montaña junto con la pureza de las aguas que por allí fluyen terminamos por conocer a otra pareja de esforzados, originarios de la localidad de Valdepeñas y es que siendo de Valdepeñas nadie puede ser malo. Él, a la sazón al día postrero, volaría a lomos de su caballo Clavileño, cresteando como un gamo. Ella, grácil cual tierna Dulcinea se sacrificaría recorriendo la mitad de la distancia de su caballero para asistirlo con ternura al llegar a la posada donde eran alojados. Javier y Mercedes. Hay gente buena en todas partes.

Volviendo al asunto que nos atañe, dirigímonos pues hacia donde la música sonaba ya que  –parafraseando al genial Cervantes- “donde hay música no puede haber nada malo”, a la búsqueda de mi amo y señor, Don Josemi “de la Mancha” el cual se hallaba casualmente por aquellos lares desfaciendo entuertos.

Por fin en un campamento de fornidos guerreros que por allí casualmente se encontraba pudimos localizarlo entre armaduras, lanzas, yelmos, cueros y girones de vestimentas. Allí estaba tranquilo, pastando, el bello Rocinante, delgado, huesudo, fibroso pero fuerte, como el acero templado a mil grados. Tras dos duras jornadas de marcha, mi señor estaba en pie cepillándolo, tranquilo, mientras le susurraba algo al oído, el rocín prestaba atención, parecía entender lo que le decía. Allí lucía, fresco y lozano como recién levantado de un sueño reponedor de un año entero dando de beber a su cabalgadura.

Me dispuse, como no, a prestarle vasallaje como no podía ser de otra manera y mientras posaba su mano en mi hombro noté como una corriente eléctrica me llenaba de energía de arriba abajo. Ya no había marcha atrás. Si había decidido acompañarlo en su tercera jornada era con todas las consecuencias.

Así pues mi querida “Aldonza” y yo montamos sobre el Rucio y nos dispusimos a dar reposo a nuestros huesos para la batalla del Domingo.

Domingo 1 de Junio de los corrientes, el día que dejó a la batalla de las Navas de Tolosa como una anécdota histórica

Amanece en Riópar y como no soy de aguas ni esos inventos modernos que llaman jabones me retiro las legañas y me despido presto de mi amada aparejando mi borrico cuando el sol aún duerme. Ya habría tiempo de hincar el diente a los chorizos y al pan de hogaza que llevaba en el zurrón.

Ya estaba el sol bien alto cuando me reúno con mi señor Don Josemi “de la Mancha”, el cual, más fresco aún que el día precedente se mostraba impaciente por entrar en batalla mientras daba piedra a su espada. Suenan los cuernos y allí nos encaminamos.

La carrera

Lo que pueda contar desde el inicio al final no puede ser sino producto de una enajenación febril. No pueden tenerse en cuenta del todo mis palabras ya que anduve embriagado todo el tiempo, ebrio de tanta belleza. Jamás pude imaginar tan magníficos paisajes en un lugar tan cercano. No voy a relatar la batalla como si un cronista bélico fuere sino como lo que fue.

Subimos lomas, bajamos barrancos, atravesamos riachuelos y bosques y sotobosques y sotos sin bosques. Trepamos montañas y deslizamos nuestras cabalgaduras por laderas imposibles, saltamos, brincamos, trepamos, atravesamos páramos desolados y paisajes lunares. Entramos en zonas con una vegetación tan densa que los navegadores se volvieron locos, llovió, el viento frío se nos pegó al lomo, fue como si hubiéramos sido transportados a otro mundo, era como si Frestón en un hechizo burlesco, en un juego cruel  nos hubiera trasladado al cielo para quitárnoslo después.

La batalla fue dejando víctimas, la lucha hizo mella en muchos de nuestros caballeros, la sangre tiñó de rojo los ríos y los buitres se alimentaron de sus carnes. Pero yo no podía sino seguir adelante, como ya me enseñara mi señor, siempre hacia delante, el Rucio subía las laderas con firmeza, despacio pero seguro. Andaba, trotaba valiente allí donde podía y remolón se paró dos o tres veces. El animal ya está mayor,  hace lo que puede.

Seguía yo en mi trotecillo alegre, aunque algo cansado ya esquivando piedras por aquí y por allá cuando por el kilómetro 44 un milagro hizo abrirse el cielo. A mis espaldas oí el resoplar del fiel Rocinante. ¡Mi señor me había alcanzado!, para mí fue algo grande y henchido de orgullo me vino a la mente (aunque la frase corresponda a otro gran caballero) “qué buen vasallo si tuviese buen señor”. Mi señor siguió cortando cabezas a su paso dejándome el camino libre.

Yo tenía un buen señor, eso era innegable y por eso me sentí espoleado. El Rucio se puso a correr con un paso tan ágil que por un momento me hizo soñar, me hizo sentir Caballero. Y en mi orgullo me sentí como un igual ¡qué osadía!, quise compararme a Caballeros de adarga antigua y rocines, que corren como galgos.

Por fin llegó el fin. Al cabo de menos de 7 horas conseguí terminar mi aventura, borracho de orgullo, feliz, lleno. Allí estaba mi amada esperándome y mi Señor, más fresco aún que antes de la batalla.

Tras tamaño esfuerzo, el Alcaide del castillo me honró con una joya que pendí de mi cuello mientras pronunciaba las palabras: “enhorabuena, ya eres leyenda”. Y, me quedé pensativo mirándole directamente a los ojos ¿Eso quiere decir acaso que fui armado caballero?, ¿quizás el año próximo podré acompañar a mi señor?…¿con el Rucio?

Al final 5º de mi categoría: EM (escuderos mayores). Nunca tuve mayor premio, ¡vive Dios!

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Amanecer raso y con una temperatura agradable para correr, aunque la cosa fuera complicándose ligeramente según avanzaba el día ya que el sol apretó, pero poco.

No puede existir mejor plan para una mañana de domingo que disfrutar de la montaña alicantina. En Alcoy nos reunimos una manada de trotadores para dar buena cuenta de otra carrera para marcar con doble check. Objetivo: poner una pica en la cima de Mariola, la sierra de las mil esencias, 1390 metros de bálsamo para las piernas, 19000 metros de aire puro.

En la capital de l’Alcoià nos congregamos un digno grupo de ATT y así fue y así lo voy a contar desde mi experiencia personal.

A las 7.45 h. me dispuse a recoger con mi vehículo a Josemi, el cual no se encontraba del todo bien ya que había tenido obligaciones que atender la noche anterior. Este hecho no fue obstáculo a la postre.

Primera parada, Xirau, allí nos encontramos con Abel y unos amigos de Tibi que le acompañaban. Abel era un desconocido para mí hasta hoy y hoy que lo conozco puedo decir que es un gran tipo.

Llegada a Alcoy, pegada de carteles, foto oficial, meeting, (¡ah, perdón, es que como también ha sido jornada de elecciones, el subconsciente me traiciona). Pues eso, pancarta, fotos y ¡arre que es tarde!

Josemi se encontró en la salida con su prima, una montañera que está empezando pero que promete.

Salida sobre asfalto y cuesta arriba. Al poco rato se formó un tapón que ralentizó un poco el avance pero, la cosa fluía. Barranc del Cinc (paraje precioso) y subida, subida, subida.

Algo que me sorprendió gratamente fue que esta carrera es muy “corrible”, es decir, los senderos e incluso pistas son abundantes. Este hecho a los más ortodoxos puede que no les guste pero a mí y a mi estilo de correr nos fueron bien y más considerando que aún me dura el susto de la Maratón de la Marina.

La carrera pronto serpenteó entre carrascas, jaras, romeros, lavandas y otras delicias botánicas. Al rato y debido a lo miedoso que soy bajando decidí “dar zapatilla” para ganar la mayor cantidad de puestos posibles subiendo que luego seguramente la fuerza de la gravedad se encargaría de quitármelos en los descensos. Andando yo en estas lides pasé a Jesús en un tramo de “autopista”. Con Jesús tengo la sensación de estar junto a mi madre frente al maestro de la E.G.B.: “señora, su niño vale mucho, tiene mucho talento pero…no se esfuerza”. Jesús vale mucho y creo que en cada carrera disfruta, que, al fin y al cabo es lo importante.

Un poco más arriba el trazado seguía en su empeño de subir y subir. Y subiendo di con el máster de ATT. Máster por edad y máster por maestro, Don Antoñito que casi se deslizaba con esa facilidad de carrera que tiene. Por un momento dudé por que, seamos sinceros, impone respeto. Cuando por fin me pude decidir a pasarlo fue como si un aliento fresco me empujara con fuerza. Gracias, maestro.

Más adelante seguí yo en mi mundo y tras la zona más bonita de la carrera, en el último avituallamiento de la subida dejé atrás a Pirri, el cual claramente iba en cuarta (es lo que tiene un transvulcano: puede permitirse el placer de darse un paseíllo como los grandes).

Subida, subida y llegada al pilar del vértice geodésico que como vigía serio, guardián de la cumbre, supervisó nuestro paso. Puede parecer una tontería pero yo me vi en la obligación de darle una palmada que simbolizaba para mí un pequeño triunfo.

A partir de aquí la cosa se complicó. Descenso técnico. Trialeras, raíces, piedras clavadas al suelo que amenazantes surgían por aquí y por allá. Al final lo que debía pasar pasó y vi como Josemi, aquél que flota sobre las piedras me pasó como una bala. Aquí estuvo mi punto de inflexión y como dice aquel: “antes morir que perder la vida” y así me lancé tras él como pude mientras rezaba un rosario.

Tras un kilómetro más o menos me pude poner a su lado y comprobar que tenía las rodillas desolladas por una caída. Más de uno y más de cien se habrían parado. Pero no es el caso para alguien que es más que uno y más que cien: chapó.

Entramos de nuevo en zona de sendas y pistas lo cual me dio la vida y por ello, en un ataque de bravuconería decidí dejar atrás al grande.

Las piernas ya no respondían en su plenitud en este terreno y en algunos tramos iban más rápidas que la mente. Cuesta sujetar algo que tiene vida propia sólo con la cabeza.

La mente, cuando dicen que es casi tan importante como las piernas…mi mujer afirma que soy un TDAH sin diagnosticar (mientras se ríe) y así me va. Al llegar a Alcoy, como no, me perdí.

Y allí me hallo entre ellos (otros 4 ó 5, entre los que se hallaba el culpable de ello. No fui yo, lo prometo) y ello, oye, me llevo allí, entre bancales de hayas (eran almendros en realidad, pero es para que siga pareciendo poético) mientras allí, lejos veía como mi ilusión se desvanecía perdiendo todo aquello por lo que había luchado. ¡En fin, la orientación también forma parte de estas carreras, qué se le va a hacer!

Al final entrada en meta, satisfecho.

A Abel ni lo vi, creo que tomó un quad que le estaba esperando en algún recodo del camino. Este chaval no corre, planea y ya estaba duchadito y todo cuando llegamos el resto.

Josemi y Ángel estaban esperando en meta, como dos valientes. El primero con las “rodillicas destrozás” y el segundo con una piedra de punta que le había traspasado la zapatilla y perforado el talón desde mediada la carrera: ¡un tío valiente!

Al ratito llegó Antonio, sonriente, como si hubiera salido a dar un paseo.

A Jesús se le veía contento, feliz yo creo.

Y al final, como arengando a su ejército, sin galones pues se los había quitado para no asustar, llegó tranquilo el Gran Capitán: Juanma un ejemplo para los jóvenes.

Cada día estoy más orgulloso de formar parte de esta tropa…¿o es trapo?

Gracias amigos por hacerme disfrutar de una mañana de domingo. No puede haber mejor plan.

Julián

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También puedes leer la crónica de Abel en “Diario de un corredor invisible”

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