Sueños. 10.

Ya había visitado anteriormente al alcalde. Ahora estaba desnudo e iba solamente a presentarle a un miembro nuevo de mi partido o grupo municipal. Estábamos en el salón de su casa por donde se movía su familia. Los padres sentados en torno a una mesa de camilla y varios hermanos de distintas edades y todos con los dientes grandes y salientes que destacaban aún más porque gesticulaban como estirando los labios. Desde la silla del salón veía a través de los cristales de la ventana a un señor grueso sentado en el salón de su casa un piso más abajo con la bragueta desabrochada por donde parecía salírsele la barriga y a una señora dando un masaje en la cabeza a un joven que podría ser su hijo. Ya estaba yo impaciente por la tardanza de la entrevista para presentarle al alcalde. Cuando éste salió los presenté y les dije que yo tenía que marcharme. “Es una pena que te vayas”, dijo él, “porque precisamente tu mujer ha denunciado esta mañana un caso de acoso escolar e íbamos a reunirnos varios miembros del consejo escolar para tratar el asunto”. Mientras intentaba llamar por teléfono móvil a casa para avisar de que no me esperaran apareció un payaso que me lo cogió y no sé cómo lo manipuló que yo no conseguía llamar. Recurrí al procedimiento de apagar el móvil, le saqué la batería para comenzar de cero pero entonces él se quedó con una parte y colocó una tortilla francesa en el lugar de la batería. Lo curioso es que tampoco me sorprendía demasiado. Como pasaba el tiempo y no conseguía conectar con mi casa salí a la calle y entré a un bar en busca de un teléfono público, seguido del payaso. Nadie se escandalizaba de verme desnudo, sí se sorprendían del payaso. Pedí una cerveza y él un zumo de almendra. El camarero lo encontró todo de lo más normal. Cuando me dieron el cambio fui al teléfono público a llamar a casa y los números eran tan pequeños y estaban tan borrosos que al marcarlos rozaba los próximos y en la pantalla aparecía otro distinto del que quería pulsar. Cuando conseguí con un lápiz acertar en todos los números, se me hundían las monedas en la cartera y pasaba el tiempo límite. Tuve que reiniciar la operación y entonces la máquina se tragó de golpe varias monedas sin que aparecieran en pantalla. El payaso parecía ajeno a mi nerviosismo y no paraba de levantar el vaso de zumo de almendra y mirar el juego de luces a través del cristal y dar saltos por el local. Habían pasado más de dos horas y mi desesperación iba en aumento. Al intentar guardarme la cartera en el bolsillo me di cuenta nuevamente de que no llevaba ninguna ropa, iba completamente desnudo aunque nadie parecía darse cuenta. Todas las miradas se concentraban en el payaso. Salí del bar y el payaso detrás de mí. El tiempo había pasado tan lentamente que ya habían acabado la reunión a la que estaba invitado, me dijo uno de los asistentes y me lo repitió un hermano del alcalde con los dientes aún más grandes y los labios más estirados que cuando estaba en el salón de su casa. El payaso había desaparecido y yo seguía desnudo por la calle tratando de orientarme para llegar a casa, si es que aún seguíamos viviendo en el mismo lugar. Ya en una ocasión me encontré con personas de otra familia en la que había sido mi casa hasta que salí de ella por última vez. Ya no era mi casa ni sabía de quién era. Con la esperanza de que no se repitiera la misma situación iba caminando sin más preocupación que no tropezar en algún bache y romperme la cadera. Cada vez se iban rebajando los planteamientos.

José Luis Simón Cámara.
San Juan, 1 de diciembre de 2014

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