El viento.

Si fuera capaz el viento de arrastrar toda la podredumbre que nos rodea.

Ese viento que, desatado, quiebra árboles centenarios y leñosos.

Ese viento que hace rodar objetos que no tienen ruedas.

Ese viento que arranca las placas de hielo en la montaña.

Ese viento que despeina a las damas amantes de la peluquería.

Ese viento que sonroja a los calvos desprovistos de su peluquín.

Ese viento que susurra cambios de color en las hojas de los álamos.

Ese viento huracanado que hace zozobrar los más poderosos navíos.

Ese viento, el tornado, que devora al azar cuanto encuentra a su paso.

Ese viento que nos acaricia y adormece.

Ese viento austral que revuelve la cabellera y hace enloquecer.

Ese viento que se cuela a través de todas las rendijas.

Ese viento que propaga las semillas voladoras.

Ese viento, brisa, que suaviza las interminables noches de bochorno.

Ese viento que levanta los tejados de las casas y deja sin protección a sus sorprendidos habitantes.

Ese viento que remueve y trasporta toneladas de arena del desierto e inunda islas y ciudades donde los aviones no pueden despegar cegados por su densidad.

Ese viento que se cuela entre los labios y los dientes parecen masticar berberechos arenosos.

Ese viento que peina las cabelleras de las palmeras y deja al descubierto sus gargantillas de oro.

Ese viento de la canícula que embota y nos deja tirados, sin aliento, como a una pequeña perra.

Ese viento que impulsa, hinchiendo sus velas, a una pesada nave como si fuera una pluma.

Ese viento de primavera que nos embriaga con el anestesiante perfume del azahar.

Ese frío viento del invierno que, al menos antes cuando niños, nos cortaba los labios y hacía brotar sabañones en orejas y manos.

Ese viento circular que, proveniente del Sáhara, mancha de arena con la lluvia casas, coches, calles y banderas.

Ese viento arremolinado que nos envuelve como una manta y no sabemos de dónde viene.

Ese viento que aviva y extiende el fuego que no pueden sofocar valles, montañas ni lluvia.

Ese viento que separa y junta caprichosamente a las nubes que bailan a su merced.

Ese viento del que se cuelgan los pájaros y parecen columpiarse siempre con una sonrisa fría.

Ese viento que trasporta una carta de amor extraviada a la casa donde ya no la esperaban.

Ese viento………….

Si al menos alguno de estos vientos o mejor aún todos juntos vinieran en nuestra ayuda y arrastraran la podredumbre que nos rodea a las profundidades marinas para allí encerrarla en otra caja de Pandora con siete candados de acero, nos veríamos libres del mal que nos arrincona e impide mirarnos a la cara, estrechar las manos y abrazar a las personas queridas.

San Juan, 18 de marzo de 2020.
José Luis Simón Cámara.