Desde el más allá. 9.

IX

“Si tú quieres ver a Utnapishtim deberás subir ahora en el barco y te haré saltar las Aguas de la Muerte para acercarte. Los dos se sentaron y Urshanabi le planteó las mismas preguntas de Siduri, la tabernera. ¿Por qué tus mejillas están demacradas? Gilgamesh le respondió lo mismo que a ella: Lo que ha ocurrido a mi amigo Enkidu me obsesiona. Urshanabi dijo a Gilgamesh: Blande el hacha con la mano, desciende al bosque para cortar 120 pértigas, descortézalas y tráelas a la barca. Hecho esto, Gilgamesh y Urshanabi embarcaron y, haciendo zarpar la barca se pusieron de viaje. La distancia de un mes y medio fue recorrida en tres días. Es así como Urshanabi alcanzó las Aguas de la Muerte. Y dijo a Gilgamesh: ¡Cuidado! Toma la primera pértiga; tus manos no deben tocar las Aguas de la Muerte. Y otra y otra. Al llegar a las 120, Gilgamesh había agotado todas las pértigas. Entonces desató su cinturón para desnudarse, se quitó sus vestidos para desplegarlos como una vela y con sus manos los elevó sobre el palo. Utnapishtim lo vio desde lejos y hablando para él se decía estas palabras en su interior, se hacía estas reflexiones: ¿Por qué un extraño al barco está embarcado en él? El que viene hacia mí no es un hombre mío. Por más que mire no lo reconozco.”

(Ahora hay unos versos perdidos en los que se contarían los detalles del encuentro entre Gilgamesh y Utnapishtim. Sí se conserva la respuesta de Gilgamesh a las preguntas de Utnapishtim, que coinciden con las que ya dio a la tabernera y a Urshanabi.)

“¿Cómo no va a estar dolido mi corazón y mis rasgos demudados? Y bien, me dije, quiero ir a ver a aquel que llaman “El Lejano”. He recorrido el país en todas direcciones; he franqueado las más inaccesibles montañas y he atravesado todos los mares. Mi cara aún no ha sido saciada por el dulce sueño y me he agotado a fuerza de errar; la angustia ha invadido mis músculos y ¿qué he ganado con tantas fatigas? Aún antes de llegar a la morada de la tabernera, mis vestidos estaban andrajosos. Maté osos, leones, tigres, leopardos, gansos, íbices, la manada de la estepa, comí su carne y desollé sus pieles. ¡Si se pudiera cerrar la puerta a la angustia, si se la pudiese obturar con asfalto y betún! Pero el destino no me ha proporcionado alegrías, él me ha destrozado, ¡qué desgraciado soy!

Utnapishtim respondió a Gilgamesh: ¿Por qué, Gilgamesh, quieres prolongar tu angustia, tú, a quien los dioses han hecho de carne divina y humana? ¿Por qué te comportas como un necio? Cuando los dioses crearon la humanidad fue la muerte lo que le asignaron; ellos se reservaron la Vida. En tu vagabundear sin cesar ¿qué has obtenido? En tu erar te has agotado a ti mismo, has llenado tus músculos de cansancio, has hecho acercar el final de tus días lejanos. La humanidad debe ser cortada como una caña de cañaveral. El hermoso joven, la hermosa muchacha son arrebatados por la muerte. ¡No, nadie puede ver la cara de la muerte ni oír su voz. La muerte, segadora de la humanidad, es cruel. ¿Construimos casas para siempre? ¿Sellamos nuestros contratos para siempre? ¿Comparten los hermanos sus herencias para siempre? ¿Perdura el odio en la tierra para siempre? ¿Aporta el río su crecida para siempre? Los zapateros que se deslizan por el río, apenas sus rostros ven la cara del sol cuando de pronto, ¡nada de nada!.

El que duerme y el muerto cuánto se asemejan el uno al otro. Desde que me bendijeron los dioses, no han bendecido a nadie más. Ellos nos han impuesto tanto la muerte como la vida, pero ellos no nos revelan el día de la muerte.”

 

— Cómo me recuerda Gilgamesh a mí misma. Incansable en su búsqueda de la vida eterna recorre caminos llenos de dificultades, vence obstáculos e, incrédulo ante las recomendaciones de unos y de otros, insiste en su propósito aunque traten de desengañarlo sucesivamente todos: los hombres—escorpión, Siduri la tabernera, Urshanabi el barquero y el propio Utnapishtim, el único que lo ha conseguido excepcionalmente. Cómo me recuerda mi búsqueda inútil de estos últimos años, de unos a otros doctores, no ya en busca de la vida eterna, conocedora como soy de mi destino, sino en un intento de prolongar un poco más ésta que disfrutamos y sufrimos. Sobre todo y ya en estos últimos tiempos, por mantenerme un poco más con mis hijos, también por supuesto con mis amigos, con todos vosotros, con los que las circunstancias me han impedido, no ya abrazarnos y besarnos sino ni siquiera vernos. Si bien es verdad que yo ya prefería que me recordarais, si no como en los buenos tiempos, aquellos en que libres de achaques aún gozábamos de una prolongada juventud, sí al menos como cuando tenía todas mis facultades. Sólo vosotros habéis podido verme a mí allí tumbada. Si os dijera que me acordaba de aquel epitafio escrito por Grucho Marx para su tumba, “perdonen que no me levante”…pero no estamos para bromas. Aunque ¿ por qué no?. ¿No nos va a servir de nada tanto estudiar en nuestras clases con los alumnos “las danzas de la muerte”, imaginadas por cada uno de una manera, con capa, con guadaña, solo calavera, que siempre llegaba en el momento más inoportuna, sobre todo para los ricos, para los poderosos que no sabían qué hacer con todo el dinero, palacios y riquezas acumulados durante toda su vida. Porque los pobres, los desafortunados, no siempre, pero a veces, la llamaban con insistencia para que los librara de sus muchos sufrimientos. A sus llamadas parecía sorda. Pues sí, aunque malditas las ganas que tengo de reírme, no me vendría mal un poco de risa en medio de este no sentir nada, en medio de este aburrimiento, en medio de este tedio. Quizá cuando Baudelaire tituló su libro “Spleen” se refería a esa sensación de desesperación y aburrimiento romántica o posromántica o simbolista. Tampoco era tan lineal eso de la sucesión de movimientos literarios, que si realismo, que si romanticismo, que si cubismo, en última instancia todo se limitaba a mostrar con unas u otras palabras los sentimientos, los estados de ánimo de los humanos. Lo que desde hace ya tanto tiempo manifestaba Gilgamesh y hacemos todos los humanos, lo escribamos o no. Algunos, como tú, lo escribís, lo expresáis, incluso lo comunicáis a los amigos o al público lector; otros, como yo, lo mantenemos reservado. Pero todo el mundo, de una u otra manera, lo experimenta, lo siente, lo sufre, lo goza.

¿Por qué razón, me pregunto, no habrá sido dada a conocer lo suficiente esta hermosa y antiquísima historia? ¿Habrá influido el prurito de antigüedad de la Biblia, en esta sociedad judeo-cristiana occidental? No me sorprendería porque supone reconocer que ya había otros dioses anteriores al de los judíos y otros profetas y otros escritores que contaron miles de años antes historias tan sorprendentes como el diluvio y el origen del hombre hecho de arcilla, como Enkidu.

San Juan, ya Agosto de 2020.
José Luis Simón Cámara.