La caza.

Como fieras que eligen la mejor hora para abrevar en los riachuelos y sorprender a sus presas sedientas mientras sacian la sed.

Así nosotros, los humanos, andamos también buscando cuál es la mejor para vadear el acceso al supermercado y evitar esas colas interminables a las que no estamos acostumbrados en la sociedad del bienestar. Hay varios factores a tener en cuenta. El primero es perder poco tiempo en la espera y que ésta sea lo más confortable posible, a resguardo del sol y de la lluvia. Además calculamos llegar poco después del abastecimiento para encontrar lo que buscamos. Estoy observando que la gente, contra lo que pensaba por mi experiencia hasta ahora, no gusta de aglomeraciones; prefiere estar espaciada porque si el virus es, como dicen, pesado, puede caer al suelo al metro o metro veinte de salir expelido de la garganta o nariz del portador antes de llegar hasta nuestras partes sensibles. Y esto, aunque no lo parezca, implica un cambio sustancial en las costumbres de la especie humana. Aunque Aristóteles no lo hubiera dicho con su taxativo “Antropon, zoon politikón”, “El hombre es un animal político o social”, lo teníamos comprobadísimo. No hay más que ver cómo se desgarran las vestiduras todos aquellos cuyos festejos, digamos religiosos, deportivos, musicales, en suma acontecimientos festivos, han sido suspendidos.

Está habiendo un cambio radical en nuestra especie. Veremos si se produce una mutación en la historia de la humanidad y pasamos de la filantropía, esa forma más común de funcionar los humanos, excepto en épocas de guerra y desastres, a la misantropía, esa otra forma ya existente pero no tan generalizada hasta ahora.

Que ¿por qué lo digo?

Ya empiezo a ver por la calle y en las colas rostros torvos como el de Aquiles. No sé por qué siempre que utilizo o escucho esa palabra me acuerdo de Aquiles y por analogía de toda la saga, de Héctor, de Paris, pero sobre todo de Helena. ¿Cómo no iba a acordarme de ella, la mujer más hermosa de la tierra, dotada por los dioses del atractivo más destructor de la naturaleza como es el poder de seducción?

Decía rostros torvos, gestos airados. Sí. Observas que detrás ti en la cola tanto para entrar al comercio como para pagar en la caja, alguien no guarda la distancia considerada conveniente. Lo lógico sería que hubiera una distancia de seguridad de al menos metro y medio o dos metros por si acaso, pero no, ves que algunos, incluso sin mascarilla, casi te echan el aliento en el cogote. No es la primera vez que me he visto obligado, para evitar la proximidad, a adelantarme, pero entonces me acerco demasiado al que tengo delante y puedo provocar la misma reacción en él. Esa circunstancia, unida al confinamiento familiar y todas las otras consecuencias derivadas de esta situación, puede llevar a la exasperación que tiene como muestra ese gesto torvo al que hago referencia y que en el caso de Aquiles, como sabemos, acabó hincándole la lanza a Héctor en el cuello. No quieran los dioses de Hipócrates y Galeno que lleguemos a ese punto.

San Juan, 22 de marzo de 2020
José Luis Simón Cámara.

Cormac McCarthy.

“Da igual lo que los hombres opinen de la guerra, dijo el juez. La guerra sigue. Es como preguntar lo que opinan de la piedra. La guerra siempre ha estado ahí. Antes de que el hombre existiera, la guerra ya lo esperaba. El oficio supremo a la espera de su supremo artífice. Así era entonces y así será siempre. Así y de ninguna otra forma”[1]

Este texto es una declaración del juez Holden, personaje clave junto al capitán Glanton, en el desarrollo de la historia que cuenta Cormac McCarthy.

Estoy leyendo a este escritor norteamericano, aún vivo, aunque no sé cómo, rodeado de tanta muerte en sus novelas. No había leído nada suyo hasta caer en mis manos “Meridiano de sangre”. Me ha impresionado su sobriedad y su violencia. La brutalidad de los hechos que describe desalientan, interiorizados como tenemos los derechos humanos. En resumen, el derecho a caminar libremente por el mundo sin más restricciones que el respeto a ese mismo derecho de todos los demás. El contraste entre esos derechos y lo que cuenta el novelista es tan fuerte que chirría. Veamos dos ejemplos:

“Glanton echó un vistazo a la plaza. El pueblo parecía desierto. Su caballo se inclinó para olfatear a la vieja. La encontramos en un campamento de cazadores unos doce kilómetros río arriba, dijo Webster. No puede andar. No sé qué estaba haciendo allí esta vieja. Cuidado, capitán. Muerde. La vieja había levantado la vista a la altura de sus rodillas. Glanton apartó el caballo, sacó de su funda una de las pesadas pistolas de arzón y la amartilló. Ojo. Varios hombres se echaron atrás. La mujer levantó la vista. Ni valor ni congoja en sus ojos viejos. Glanton señaló con la mano izquierda y ella se volvió para mirar en aquella dirección y él le apoyó la pistola en la cabeza y disparó. Un boquete grande como un puño apareció entre un vómito de coágulos en el lado opuesto de la cabeza de la mujer y ésta cayó muerta sin remisión en un charco de sangre.” [2]

“Cuando entraron en la habitación de Glanton este se incorporó al instante y miró a su alrededor con ojos desorbitados. Caballo en Pelo se subió a la cama con él y se quedó allí de pie mientras uno de sus asistentes le pasaba a su mano derecha un hacha corriente cuyo astil de nogal ostentaba motivos paganos y adornos de plumas de aves de presa. Glanton escupió. Corta de una vez, fantoche piel roja, dijo, y el viejo levantó el hacha y hendió la cabeza de John Joel Glanton hasta la caña del pulmón” [3]

La historia está situada a mediados del siglo XIX. Blancos e indios actuaban con parecida crueldad. No hay juicios de valor. Evidentemente aún faltaban muchos años para la promulgación de esos derechos a los que nos hemos referido.

Pero reflexionemos. Si contrastamos en nuestra vida, en nuestra sociedad actual, esos mismos derechos con el funcionamiento de la gente, vemos que esa brutalidad descrita por el novelista es tan real como la vida misma. Salimos a la calle y vemos cómo un vehículo a toda velocidad aluniza en un escaparate sin mirar si se lleva a un peatón por delante. En la puerta de una discoteca un cuchillo corta la yugular a una joven. Un tío en coche pisa sucesivamente a su ex -mujer en la calle delante de su casa y, a veces, delante de sus hijos pequeños. Una alegre pandilla quema por diversión a un pobre indigente que duerme cobijado en un cajero. A una joven embarazada no le renuevan el contrato de trabajo. El Banco ha escrito tan minúscula la letra pequeña que luego se apropia las cláusulas preferentes del cliente. Un joven afeminado es rechazado en su búsqueda de trabajo. Y, como veréis, no hablo de los países donde se venden y compran las armas como churros. Casualmente el país donde se desarrolla la historia de Cormac.

San Juan, 20 de marzo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

[1] “Meridiano de sangre”, de Cormac McCarthy, pág. 299.(Edit. Contemporánea de Bolsillo).
[2] Pág. 125.
[3] Pág. 329.

La peste

La mayor parte del tiempo lo dedicaban a colocarse la armadura. El enemigo era tan sutil que podía introducirse por cualquier rendija. No había que dejarle el más mínimo resquicio porque aprovechaba para filtrarse hasta por el estrechísimo hueco dejado por la aguja al coser las costuras si era ligeramente más gruesa que el hilo enhebrado a través del ojo.

Como aquellos guerreros medievales que eran izados desde la argolla colocada en lo alto de la espalda de la pesada armadura, algo así como 35 kilos, para dejarlos caer sobre su caballo. O como los astronautas con sus trajes espaciales.

Pero por donde no puede entrar la espada, la lanza o el hacha, por donde no puede entrar un pájaro, el vacío o una esquirla de asterisco, puede penetrar ese nuevo enemigo para el que estamos aún tan indefensos como los toreros antes de Fleming o los indios ante la sífilis, también llamada curiosamente, para que reflexionemos:

Mal francés, por italianos, alemanes e ingleses. Mal napolitano, por los franceses.

Mal polaco, por los rusos. Mal alemán, por los polacos. Mal chino, por los japoneses.

Mal cristiano, por los turcos. Mal portugués, por los españoles.

El caso es que se extendió por toda Europa, por el Nuevo Mundo y por las tierras del sol naciente, y la costumbre era culpar de ella a los países vecinos y rivales.

Como es sabido y demostrado cada noche a las 8, millones de manos anónimas salen al balcón para aplaudir a esos héroes de bata blanca que día y noche se juegan el pellejo. Nunca podremos agradecerles como se merecen su esfuerzo, entrega y riesgo. Porque si la mayoría, por prescripción sanitaria y gubernamental, estamos recluidos, como única forma de impedir que el mal se propague de forma salvaje, ellos no solo no están recluidos y resguardados sino que están en primera línea de combate enfrentándose al bicho que, en muchos casos y a pesar de las precauciones, puede darles alguna cornada.

No es casual que en estos tiempos se haya vuelto a poner de moda la novela de Albert Camus, “La peste”, donde en una ficción similar a la realidad que vivimos aparecen reflejadas la solidaridad y la miseria de los personajes. Desde aquellos que arriesgan su vida por ayudar a los infectados por la epidemia hasta los que quieren aprovecharse de la desgracia ajena para hacer negocio sin importarles un bledo sus conciudadanos. La novela, aparte de apoyarse en hechos reales, hubo una peste que asoló Orán en 1849, hace referencia a epidemias recientes y, sobre todo, esa invasión de ratas que propaga la peste es una alegoría de la invasión nazi de Francia y de Europa, en la que se puso a prueba el temple de personas y gobiernos, desde el colaboracionista de Vichy hasta la lucha de la resistencia francesa frente al nazismo. La peste, dice Tony Judt, no irrumpe inesperadamente. Se va extendiendo poco a poco, casi sin darnos cuenta se van aceptando hechos sin prever las consecuencias. Pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas. La advertencia de Camus es bien clara al final de la novela:

“El bacilo de la peste nunca muere o desaparece completamente, puede permanecer dormido durante décadas en muebles y camas, espera pacientemente en dormitorios, sótanos, cajones, pañuelos y papeles viejos y quizá llegará un día en que, sólo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en alguna ciudad feliz”

San Juan, 19 de marzo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

El viento.

Si fuera capaz el viento de arrastrar toda la podredumbre que nos rodea.

Ese viento que, desatado, quiebra árboles centenarios y leñosos.

Ese viento que hace rodar objetos que no tienen ruedas.

Ese viento que arranca las placas de hielo en la montaña.

Ese viento que despeina a las damas amantes de la peluquería.

Ese viento que sonroja a los calvos desprovistos de su peluquín.

Ese viento que susurra cambios de color en las hojas de los álamos.

Ese viento huracanado que hace zozobrar los más poderosos navíos.

Ese viento, el tornado, que devora al azar cuanto encuentra a su paso.

Ese viento que nos acaricia y adormece.

Ese viento austral que revuelve la cabellera y hace enloquecer.

Ese viento que se cuela a través de todas las rendijas.

Ese viento que propaga las semillas voladoras.

Ese viento, brisa, que suaviza las interminables noches de bochorno.

Ese viento que levanta los tejados de las casas y deja sin protección a sus sorprendidos habitantes.

Ese viento que remueve y trasporta toneladas de arena del desierto e inunda islas y ciudades donde los aviones no pueden despegar cegados por su densidad.

Ese viento que se cuela entre los labios y los dientes parecen masticar berberechos arenosos.

Ese viento que peina las cabelleras de las palmeras y deja al descubierto sus gargantillas de oro.

Ese viento de la canícula que embota y nos deja tirados, sin aliento, como a una pequeña perra.

Ese viento que impulsa, hinchiendo sus velas, a una pesada nave como si fuera una pluma.

Ese viento de primavera que nos embriaga con el anestesiante perfume del azahar.

Ese frío viento del invierno que, al menos antes cuando niños, nos cortaba los labios y hacía brotar sabañones en orejas y manos.

Ese viento circular que, proveniente del Sáhara, mancha de arena con la lluvia casas, coches, calles y banderas.

Ese viento arremolinado que nos envuelve como una manta y no sabemos de dónde viene.

Ese viento que aviva y extiende el fuego que no pueden sofocar valles, montañas ni lluvia.

Ese viento que separa y junta caprichosamente a las nubes que bailan a su merced.

Ese viento del que se cuelgan los pájaros y parecen columpiarse siempre con una sonrisa fría.

Ese viento que trasporta una carta de amor extraviada a la casa donde ya no la esperaban.

Ese viento………….

Si al menos alguno de estos vientos o mejor aún todos juntos vinieran en nuestra ayuda y arrastraran la podredumbre que nos rodea a las profundidades marinas para allí encerrarla en otra caja de Pandora con siete candados de acero, nos veríamos libres del mal que nos arrincona e impide mirarnos a la cara, estrechar las manos y abrazar a las personas queridas.

San Juan, 18 de marzo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

VI Marató de la Calderona – Serra (8-Marzo-2020)

Desde que hace un par de años se anulase la mítica K25 de la Calderona, la Marató de la Calderona (VI edición en 2020) ha ido quedando como carrera de referencia por estas tierras junto con la Cursa per muntanya d’Olocau.

La sierra Calderona es la montaña más cercana al área metropolitana de Valencia. Desde 2002 se declaró Parque Natural con intención de protegerla de la invasión urbanística que estaba sufriendo, así como de la alta afluencia de gente a sus áreas recreativas y senderos. Se trata de una zona bastante extensa, con cumbres bajas (alrededor de 900 msnm las más altas) pero infinitos km de senderos y pistas que discurren entre zonas agrícolas de secano, bosques de matorral bajo, barrancos y macizos de rodeno, lo que la convierten en una zona muy divertida para correr y hacer senderismo.

El maratón discurre por los términos de Serra (salida y meta), Estivella y Segart y se compone básicamente de una primera mitad bastante rápida (salvando la primera subida al castillo de Serra y l’Alt del Pi) que discurre por pistas y sendas más o menos rápidas exceptuando algún tramo más descompuesto y una segunda parte bastante más dura y técnica, con ascensiones al Garbí y la Penya Roja por sendas con mucha piedra.

Con el Cov-19 ya sonando, pero sin el pánico desatado los días posteriores, el día 8 nos juntamos en la salida a las 7.00 Jaime Castells, David Gil y yo mismo (previo cambio de varias decisiones los últimos 20 minutos… bastones, cinturón portabastones, cortavientos…). David y yo nos habíamos apuntado en la modalidad por parejas con intención de hacerla juntos. Comentando un poco la jugada, nos propusimos intentar ir los tres juntos y luego ya ir decidiendo durante la carrera.

Minuto de silencio por el fallecimiento de (Kike Monforte, corredor de Trail conocido en Castellón que falleció el día anterior en una carrera) y arranca la prueba. David se marca una salida como un pepino yendo poco menos que en grupo de cabeza (por lo que me cuenta Jaime eso se llama hacer un Arrapapedres) …yo lo sigo a cierta distancia y a duras penas durante la subida al castillo y a l’Alt del Pi, que es de las más fuertes y largas de la carrera (unos 450 m de d+). Nos reunimos en la última parte de la subida y vemos que Jaime se debe haber quedado un poco más atrás. En cumbre comenzamos a bajar fuerte con intención de no parar de trotar hasta Segart (km 19 aprox) pero sin machacarnos demasiado, conscientes de que la segunda parte va a ser dura. Vamos bien, hace un día ideal para correr y tenemos vistas geniales al mar.

Llegamos al Garbí y hacemos una bajada rápida hasta Beselga, desde donde empezamos la tercera subida seria (en realidad es un rompepiernas de subidas y bajadas constantes) y volvemos a bajar hasta el avituallamiento del km 32, donde nos lo tomamos con calma porque avisan de que en 8 km no habrá avituallamientos. Aquí empezaos a flaquear un pelín y bajamos el ritmo que habíamos llevado la primera parte, ya se ve venir que el final va a picar. Vemos a un corredor con la rodilla rota que no puede seguir y está esperando a que acudan a por él, hay ya un par de chavales avisando y ayudándole, así que preguntamos y continuamos a la nuestra…prácticamente andando ya hasta que comienza la subida-calvario a l’Alt del Pi. Ya arriba vemos que nos quedan 25 minutos para las 6 horas (tiempo objetivo que nos habíamos puesto), lo que pasa que la bajada hasta Serra es un infierno de piedras de canto en el que hay que tener mucho cuidado. Conseguimos llegar al pueblo con 5:50 y me dicen que más o menos 1,5 km a meta por las calles… apretando con lo poco que nos queda nos marcamos un 5:56 (bastante decente creo yo) y completamos los 42 km juntos. Jaime llega un poco más tarde, seguido de un tío disfrazado de berenjena morada que homenajeaba a las mujeres en su Día…gran fotón de meta el que le hacen a Jaime!

Mi tercera maratón de montaña a la saca. ¡Carrera dura pero divertida y especialmente disfrutada junto al que me inició en hacer estas locuras!

Joan

Enlaces sobre esta prueba

Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Joan 42K-Pareja M 5:56:37 98 9
David G. 42K-Pareja M 5:56:38 99 10
Jaime 42K-Veter M 6:45:56 181 80